La perdida batalla de los colores

me rindo. Arrojo la toalla. No sé si es porque soy del género masculino o por mis limitaciones intelectuales, pero reconozco mi incapacidad para hilvanar un par de frases con sentido en una conversación sobre la gama cromática.

Hace unos días fui testigo impasible de una charla en la que una amiga, con una paleta de colores en la mano, le pedía consejo a sus allegadas sobre cuál sería el más apropiado para una de las paredes de su pasillo, pues está en reformas. Ella se decantaba por el rojo inglés. Y ahí surgió la batería de propuestas, al mismo tiempo que iba cambiando mi semblante. Las alternativas, entre otras, eran el burdeos, el magenta y hasta hubo quien -más osada ella- citó el rojo p..., en referencia a la profesión más antigua del mundo.

Demasiadas variedades en un solo color para alguien que creció creyendo que la gama cromática era la que fijaban los siete del arco iris (rojo, naranja, amarillo, verde, azul, añil y violeta), junto con negro, blanco y marrón, añadiéndoles a lo sumo los calificativos claro u oscuro.

Pero la sobremesa se me atragantó aún más. No sé a cuento de qué alguien dijo que la camiseta del FC Barcelona que más le gustaba era una de color coral. Mientras intentaba asociar cuál podía ser -al parecer es una tonalidad que está de moda hoy en día-, se saltó a que la moradora no sabía si pintar una estancia de gris marengo o de gris perla y otra de blanco roto o de blanco sucio.

En esa perdida batalla de colores alguien recordó que tenía un amigo que en su día pintó las paredes de un dormitorio de su antiguo piso de verde quirófano, que supongo que no se debe confundir con el verde ocráceo, el verde pradera o el verde pistacho.

¿Cómo se nota que con el cambio climático apenas se puede ver un arco iris como Dios manda en el firmamento?

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