La infame huella del poblado de Rubiás

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En Lugo no hay terremotos, ni huracanes, ni tsunamis. Pero nadie podría estar seguro de tal afirmación después de visitar la finca de Sara Cortiñas en Rubiás, porque el área bien podría ser declarada zona catastrófica. El causante: nueve inquilinos -o al menos esos tantos se encontraban empadronados-, que durante los últimos tres años han traído de cabeza a los vecinos de la parroquia y a los propietarios de la parcela.

«Les dejamos la finca a cambio de nada, porque no tenían a dónde ir», asegura Cortiñas a propósito de los recién expulsados ocupantes, un grupo de gitanos portugueses conocidos de la familia. Secciones derruidas en los cuatro muros del recinto, los marcos de las ventanas arrancados de la pared, los somieres de las camas, la bañera del cuarto de aseo y los muebles de las habitaciones desaparecidos; las losas de cerámica del suelo reventadas, las puertas de madera hurtadas e, incluso, un coche inservible con el frontal estrellado contra uno de los árboles del solar. Este es, denuncia Cortiñas, el único pago recibido a cambio de su generosidad.

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