La independencia que llegó a los cincuenta

Profesora vocacional, Pilar perdió la vista con 48 años y tuvo que reaprenderlo todo, desde orientarse hasta llenar un tiempo que no quería que fuese contemplativo. Virtuosa con el bastón, ha logrado un nivel de autonomía apabullante.

Un brujo le dijo que no se preocupase, que se defendería en la vida y no se equivocó. Cuando era evidente que se estaba quedando ciega, un año antes de decidir retirarse, Pilar Yáñez, que nunca creyó en tales cosas, visitó uno. También hizo que su expediente médico se embarcase en una gira internacional entre varios continentes sin resultado alguno. Desde Cuba hasta Berlín, no hubo lugar en el que hubiese un equipo de oftalmólogos con buenas críticas donde no enviase su documentación. La retinosis pigmentaria estaba haciéndose evidente de forma implacable y a ella le estaba costando asimirlalo.

Pilar se quedó ciega con 48 años. Hoy tiene 60 y conocerla y saber de su vida implica necesariamente abrir la boca de la impresión. La mayoría de videntes, al menos los que piensan alguna vez cómo sería vivir sin ver, se maravillan de la hazaña que supone que una persona ciega se mueva por la ciudad, lea o cocine. Sin embargo, esas capacidades resultan menos abrumadoras en el caso de los ciegos de nacimiento, que aprenden a hacer todo prescindiendo de un sentido desde el principio. A los que acaban padeciendo ceguera por una enfermedad o un accidente, se les imagina haciendo todas esas cosas pero con cierta inseguridad. Probablemente cambiaran de idea si vieran a Pilar en acción. Como ejemplo, un botón. Cuando se gestiona la cita para este reportaje es ella la que elige para quedar la sede del periódico. No ha estado nunca, pero ya la encontrará, dice. Sobra decir que llega con puntualidad británica y asegurando que no tuvo ninguna dificultad para encontrar el sitio.

No siempre vivió la enfermedad con esa normalidad y desparpajo. Pilar nació en Ponte de Outeiro (Castro de Rei) y se recuerda de pequeña siempre con gafas, pero sin mayor problema de vista que la miopía. De pequeña jugaba a ser profesora y, cuando volvía del colegio, le explicaba la lección del día a un montón de chavales imaginarios. Usaba las contraventanas de su casa como encerado y las tenía siempre todas garabateadas. Así, no parece extraño que estudiara Magisterio, decisión que, además, encajaba en la reducida oferta de la que disponía Lugo. La ciudad debía ser necesariamente el escenario de sus estudios. «Éramos dous fillos na casa, os meus pais querían que estudiáramos os dous pero tiña que ser en Lugo porque non había cartos para mandarnos a Santiago», cuenta.

Se hizo profesora y se trasladó a Asturias, donde se sacó las oposiciones y vivió dos décadas, enseñando a chavales de Primaria en distintos centros. Le encantaba dar clase, la relación con los alumnos y con sus compañeros. Con 41 años, consiguió una plaza en el colegio de Meira, al fin podía estar cerca de su familia. Se compró un piso en la villa y sus padres se fueron a vivir con ella. Su hermano que, al contrario que ella, sí se casó, ya residía allí con su mujer y su hijo.

EFECTOS

El diagnóstico de Pilar fue uno durante años sin que notara mayor consecuencia. «Eu sabía que tiña miopía. Usaba gafas, eso era todo», indicó.

Con 47 años, se reveló otro y los efectos comenzaron a ser evidentes. Uno de los síntomas de la retinosis pigmentaria es la visión en túnel y a Pilar se le estaba estrechando de forma evidente. Reconoce que pasó un año muy malo, luchando entre el reconocimiento de su enfermedad y la teoría del avestruz de que ignorarla era una buena opción, de resistirse a su llegada, de negar la evidencia de que necesitaba ayuda. «O pasas mal ti e o pasan mal os demais. Eu non estaba receptiva á axuda, non o asimilaba. Ao mellos os compañeiros ofrecíanme axuda nun recreo ou nunha excursión e a min costábame moito recoñecer que a necesitaba», explica haciendo memoria.

Pasó un curso con dificultades y, aunque pensó en retirarse, cuando empezó un nuevo año lectivo fue a clase igualmente. «Empecei, pero tiven que deixalo. O paso tes que dalo, xa o tiña que ter dado antes. Foron momentos moi duros. Pensas que todo se acaba, que qué vai ser da túa vida, que vas quedar sentada nunha silla sen nada que facer», dice.

Fue el oftalmólogo el que la animó a ir a la Once. No estaba muy convencida, pero recibió un empujón por parte de su hermano y sus amigos. «Nese aspecto tiña todo ao meu favor, todo o respaldo, son unha privilexiada», cuenta. «Ir á Once foi a miña salvación. Fun a rehabilitación, a braille, a novas tecnoloxías...», reconoce.

Lo primero que aprendió fue el uso del bastón. Su hermano la llevaba en coche desde su piso de Meira a Lugo para que una técnico de la Once le enseñara a utilizarlo y la recogía al acabar. Dice que tenía miedo a soltarse, que inicialmente le parecía imposible moverse así. «Tapa os ollos, colle un bastón e sae á rúa... é difícil», plantea como reto.

Asistió a ocho clases antes de que todo cambiase y se hiciera con la decisión y empuje que luce ahora. Agradece ese cambio a la técnico de la Once que en ese octavo encuentro le echó la bronca acerca de su dependencia. «Díxome que non podía seguir así, que o meu irmán tiña a súa vida e que non podía permitir que me levara e me recollera todos os días, que tiña que facer as cosas eu mesma... Volvín a casa e chorei canto quixen », dice Pilar, que tras desahogarse dijo a su hermano que al día siguiente iría a Lugo sola en bus para ver cómo se manejaba. El relato de su primer viaje no tiene desperdicio.

«Díxenlle que iría sola, e él dicía que non, eu que si, él que non...ao final, tanto insistiu que lle dixen que eu iba ir e que él fixera o que quixera; que si quería que fose no coche e que me vixiase pero que, de ningunha maneira, me falase. Collín o bus e cheguei perfectamente. Estiven tres cuartos de hora paseando pola estación de bus e arredores para practicar e, ao cabo dese tempo, o meu irmán acercouse e díxome: Ando por aquí, avisa cando acabes para volver. A partir dese día viñen sempre soa, non sei se él volveu a vixiarme para ver se chegaba ben, penso que si», apunta.

ORIENTACIÓN

Pilar se maneja ya perfectamente sola y controla el centro sin problema. Sólo le inspiran respeto las zonas que no conoce y, en esos casos, sí se hace acompañar. El virtuosismo en el uso del bastón y de la orientación no es la única enseñanza extraída de la Once. Una de ellas se le antojó una verdadera regresión: aprender a leer.

«Es como con los niños pequeños, la l con la a, la; la l con la e, le... Iba a tomar café con mis compañeros del colegio y les decía: se me vírades por un furadiño, aprendendo a leer coma un neno...», dice entre risas. No ha llegado a hacerlo nunca de corrido, pero se defiende. Es difícil para una persona con una ceguera adquirida llegar a dominar el braille con la soltura de un ciego de nacimiento y, desde hace años, hay otra capacidad que se ha convertido en básica: manejar un ordenador adaptado.

Pilar jamás se había visto en la necesidad de utilizar uno con anterioridad, pero ahora echa mano de él a diario. Incorporan lectores de pantalla, de forma que es un sistema eficiente de leer la prensa, escribir correos o cualquier documento y recibirlos, comunicarse con el mundo, trabajar o estudiar.

Ese último uso es uno de los recursos de Pilar, que está matriculada en el cuarto ciclo de la Universidad. Las clases sacian parte de la que parece una enorme curiosidad. «Gústanme moito porque, ademais de aprender cousas, as clases son moi interesantes. Son moi participativas, fanse preguntas e debates», dice. Baja y sube del campus con sus amigas y con ellas y el resto de la clase ha viajado recientemente a Cantabria, una actividad de la universidad a las que se siempre se apunta.

Su receta de integración está clara. «Hai que facer as cousas, ir aos sitios e participar. A xente é moi amable e te recibe ben se tratas de ser un máis pero hai que facelo. Non hai que quedar na casa que alí non te van buscar», resume. Por ese motivo, también ha vuelto a recuperar actividades de las que había disfrutado mucho y que, por el trabajo, tuvo más apartadas una época, como todas las manualidades, incluido el ganchillo, la cestería o el macramé.

En perfecta combinación de esa afición con un bálsamo contra la morriña de la enseñanza, Pilar colabora con el Museo e imparte talleres para niños durante el verano. Con ellos le ocurre lo mismo que con muchos adultos: inicialmente no creen que sea ciega.

Si es que existe tal cosa como una apariencia de ceguera, Pilar no la tiene. Tiene una soltura y naturalidad apabullantes, un aspecto físico impecable (con detalles como pendientes a juego con la camisa) y una mirada que parece posarse en quien le habla. «Yo ahora no veo nada. Puedo reconocer que hay una luz en esta habitación, pero no distingo nada más», dice.

Pese a todo, reconoce que son multitud quienes le han dicho que no parece ciega y que se le acumulan las anécdotas al respecto. «Unha vez fun cenar coa familia a un restaurante. Nos postres preguntei qué xeados tiñan e o camareiro dixo que os que estaban escritos no tablón preto da barra. Eu dixen: non vexo e él contestou: e que se non mira non pode ver. Logo, cando soubo ao que me refería estivo pedindo perdón ata que saín pola porta», cuenta.

La clave de ese elevadísimo grado de autonomía, del que no existen tantos ejemplos, hay que buscarla, según la misma Pilar cree, en parte en su situación personal. Soltera, sin hijos, con sus padres ya fallecidos y con un hermano volcado con ella pero también con su propia familia es ella la que tiene que hacer las cosas sí o sí. «Noutros casos, son os maridos ou fillos os que levan ou traen o fan pola muller. No meu caso a necesidade obriga» indica.

DÍA A DÍA
Poco sueño y mucho movimiento

Cuanto trabajaba como profesora, Pilar remoloneaba en la cama las mañanas de los fines de semana. Ahora a las siete y media está en pie, entre semana desayuna en casa y los sábados y domingos en alguna cafetería. Desde hace dos años vive en Lugo, a donde se trasladó desde Meira porque encontraba en la ciudad más incentivos.

Universidad tres días

Tres veces por semana baja al campus para asistir a sus clases del cuarto ciclo (formación para mayores de 50 años). Alguna de sus compañeras la recoge en algún punto, a donde ella se acerca para esperarlas. Como cualquier estudiante, la universidad trae asociadas otras actividades: desde tomar café hasta hacer excursiones con sus compañeros. Difícilmente Pilar deja de apuntarse a alguna actividad que le resulta tentadora. Es una persona curiosa e inquieta y, por tanto, fácil de tentar.

También acude a todo tipo de cursos y ponencias en los centros sociales y su agenda está marcada, en gran medida por la oferta de la ciudad. ¿Se entera de que hay un concierto en una plaza? Va ¿Quiere ir a comer a un restaurante determinado y no ha quedado con nadie? Va ¿Viene alguien a dar una charla sobre un tema que le interesa? Va.

Añoranza del cine

Además de internet, Pilar sigue la actualidad por la radio, que siempre tiene encendida cuando está en casa. También enciende la televisión por las noches, pero echa de menos el cine y aprovecha para reivindicar que en alguna sala de Lugo se animen a instalar el Audes, el sistema que permite a los ciegos seguir la narración describiendo la acción de la película. Once tiene a disposición de sus socios películas con Audes, que Pilar también pudo disfrutar, y mucho, una vez en una representación teatral en A Coruña.

Cocina ella misma, cosas sencillas, y también hace las tareas de casa. Dice que la clave es tener todo muy ordenado y ser ella misma siempre quien coloque las cosas. Si alguien cambia un elemento de sitio el contratiempo es evidente.

Aunque Pilar es una persona animosa, de risa fácil y con su situación actual muy asumida, también tiene sus momentos de tristeza. Cuando eso sucede, su objetivo es no dejarse llevar. No pensar demasiado en su situación, no lamentarse y seguir. Por eso evita estar en la cama si no es para dormir. «Momentos baixos témolos todos e non pasa nada, pero non hai que pasar a noite pensando neles», recomienda.

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