La guerra de los ascensores

ME TOCÓ EN SUERTE ser el Enrique Pastor o el Antonio Recio de una comunidad de vecinos. Alto honor que debo cumplir con el mismo rigor que hicieron mis predecesores en el cargo. En nuestro humilde Mirador de Montepinar también hay un moroso, como en la urbanización de la televisiva ‘La que se avecina’, que se desentiende de la obligación de cumplir con el pago de las cuotas mensuales. Pero en nuestro caso sí sabemos quién es o mejor dicho quienes son.

Carezco del don de convicción del concejal Pastor o el pescadero Recio. Mis últimos intentos para que la pareja de morosos saldase su deuda fueron infructuosos. Tendremos entonces que recurrir, muy a nuestro pesar, a las medidas que contempla la ley.

Las cuentas de nuestra comunidad están ajustadas al máximo. Esas estrecheces nos impiden contratar a un servicial Coque. Las derramas las tenemos que pagar aparte. Nos convulsiona cualquier reintegro bancario inesperado, como la irrefrenable subida del recibo de la luz. Esa insolidaria postura de no contribuir repercute.

Presidir una comunidad de propietarios es un título con fecha de caducidad que no te garantiza un palco VIP en eventos deportivos ni descuentos en los super, pero sí te causa más de un quebradero de cabeza. En mi caso, el último fue cambiar la compañía que se encarga del mantenimiento del ascensor.

No fue una medida caprichosa. Con la anuencia de otros propietarios, intentábamos recortar gastos para hacer cuadrar las cuentas. La anterior, a la que le fuimos fieles durante catorce años, nos subió la tarifa un 10% en los dos últimos, cuando la crisis invita a contener los precios, y la nueva -de la que recibí buenos informes de otras comunidades- nos hizo una oferta más económica por prestar el mismo servicio.

Se desató entonces la guerra. La compañía cesante, en vez de realizarme una atractiva contraoferta, me remitió documentación que desacreditaba a la nueva prestataria. Primero me advertía, entre otros asuntos, de que presenta una póliza de R.C. que no cubre lo exigible. Después incluía un informe privado de la inspección al ascensor de un edificio de Ourense, de cuyo mantenimiento se encargaba su rival, en la que se apreciaba media docena de deficiencias. Y por último insinuaba que esa antagonista adquiría piezas robadas de elevadores.

Cuando le expliqué al delegado de la recién contratada la basta información que tenía en contra suya, no sólo no le sorprendió, sino que me dijo que a veces se encuentran, cuando asumen un nuevo mantenimiento, con el cuadro de mandos del ascensor manipulado como regalo de bienvenida.

El penúltimo capítulo, porque seguro que la historia coleará, es que la cesante nos amenaza con una denuncia por romper el contrato ... que data de 1997.

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