La felicidad puede estar, simplemente, en un envase de detergente. Y esto es así porque un trabajo tan monótono como reponer los detergentes de un determinado lineal de supermercado reporta a María Laura del Cerro Torres, una lucense de 30 años, la posibilidad de sentirse útil en una sociedad que, habitualmente, la rechaza a ella y a otras más solo por tener los ojos rasgados y un cromosoma de más.
María Laura tiene síndrome de Down, igual que Iria y María Jesús, pero esta discapacidad no les impide hacer una vida como cualquier otra joven de su edad: estudian y trabajan, vienen y van, sintiéndose útiles a los demás.
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