La culpa de todo la tiene el conductor

Cuando un peatón y un turismo se ven implicados en algún tipo de accidente, las miradas matadoras se dirigen de inmediato al conductor. Puede que no sea el culpable, pero a priori se le dedican frases del estilo: ¡Mira por donde vas, loco! o ¡estás ciego o qué te pasa!, entre otras lindezas.

Vamos, que haga lo que haga el viandante, siempre se las ingenia para agenciarse el papel de víctima. ¿Y qué pasa cuando es el peatón el que arrolla al coche? Quizá este ejemplo sea un poco exagerado, pero está claro que en muchas ocasiones no es el conductor quien pone en peligro la seguridad vial.

Hay que reconocer que en Lugo no somos un ejemplo de civismo cuando se trata de compartir la vía pública. Por una parte, los turismos se resisten a parar por sistema en los pasos de cebra, mientras que los peatones se niegan a dar unas zancadas para utilizarlos.

De hecho, es habitual que personas de todas las edades se adueñen de la calzada y opten siempre por la línea recta -que para algo es el camino más corto- a la hora de desplazarse de una acera a otra. Así, sin considerarse imprudentes y bajo el lema: «Ya frenarán los coches, que bien me ven», los viandantes campan a sus anchas por una sociedad dedicada en cuerpo y alma a criminalizar al conductor.

En algunas ciudades racionalizan el tema y ya están multando a los transeúntes que incumplen las normas de circulación sin el más mínimo remordimiento. Me parece estupendo. Y eso que tiro piedras contra mi propio tejado, ya que reconozco que en un día como peatona cometo más infracciones que en varios años al volante.

Sin embargo, me preocupa más mi futuro como piloto, ya que la línea que separa a un conductor de un reo se torna cada vez más fina. Y ahora que hay que circular a treinta por hora, ya ni les cuento. ¿Han probado a pasar a esa velocidad por Fontiñas?, por ejemplo.

Dicen que los atropellos en ciudad van a disminuir con esta medida, pero yo creo que la parte débil -es decir, los peatones- tiene que colaborar para que la premisa se cumpla. No creo que poner más límites a los conductores sea la panacea, ya que la mayoría, por suerte, utiliza el sentido común.

La verdad es que para circular a treinta por hora casi es mejor ir a pie. Yo, cada vez con más frecuencia, opto por dejar el coche en el garaje y utilizar el bus urbano, a pesar de que los horarios carecen de toda fiabilidad. Lo bueno, eso sí, es que me libro de pagar la ORA, ese impuesto revolucionario pensado para amargar a los ciudadanos durante su horario laboral. Aunque este es otro tema que me saca de mis casillas. ¿De verdad que no hay ninguna forma legal para librarse de este sistema? Se aceptan sugerencias.

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