''Colonia es muy tolerante, aquí viven y dejan vivir''


Cuando Julia Lacárcel pidió un traslado en su trabajo no sabía que en realidad estaba cambiando su destino. En As Pontes conoció al que hoy es su marido, un alemán que estaba de paso para instalar unas máquinas y con el que formó una familia en Colonia.

Cuando Julia Lacárcel pidió a su empresa un cambio de destino poco se imaginaba que, efectivamente, su vida daría un giro de 180 grados. «Hasta entonces siempre había pensado que el destino te lo marcabas tú, pero ahora creo que no», confiesa. A esta apoderada de banca que siempre había planificado cuidadosamente su vida la descolocó un alemán que vino a dirigir la instalación de unas máquinas a la central de As Pontes y con el que acabó formando una familia en Colonia, donde reside desde hace casi treinta años. Julia había estudiado en la Escuela de Comercio de Lugo y más tarde Empresariales en A Coruña. En el 75 aprobó las oposiciones para el ya extinto Banco del Noroeste y la destinaron a Xinzo de Limia, donde trabajó cinco años.

Durante ese tiempo, Julia solicitó reiteradamente su traslado a As Pontes, un lugar que apenas conocía pero que le venía bien porque tenía un piso en A Coruña. Y porque se lo pedía el cuerpo, dice. Finalmente lo consiguió, pero le duró poco. Enseguida conoció al que sería su marido y, después de idas y venidas, Julia se fue a vivir a Colonia. «Fue la primera vez que pensé con el corazón», dice con una de sus frecuentes risas.

La decisión sorprendió a muchos de sus allegados porque contradecía su trayectoria sensata y planificada, aunque encontró apoyo incondicional en su hermana pequeña y su cuñado. Llegó a Colonia en diciembre y se la encontró completamente nevada. La boda se celebró enseguida; Julia todavía no hablaba alemán, así que se casó con ayuda de un traductor. Durante estos primeros tiempos sobrevivió gracias al buen español que hablaba su marido —«lo aprendió en dos meses», cuenta—, que le traducía todo, hasta que su suegro dijo un día que no podía ser, porque así no iba a aprender nunca. Empezó a ir a clase al colegio alemán, donde se enseña el idioma a extranjeros, y se fue haciendo con el idioma.

Por aquel entonces Julia se planteaba trabajar en Alemania, pero cuando se quedó embarazada de su primer hijo la pareja decidió que se ocuparía de la familia. Así que se considera gerente «de una pequeña empresa familiar», define risueña. Con el tiempo, ayudar a sus hijos con los deberes también le ayudaría a perfeccionar su alemán.

Cuando mira atrás, Julia concluye que desde aquel encuentro en As Pontes su vida «fue y sigue siendo una aventura maravillosa». Tiene asumido que vivirá en Colonia el resto de su existencia y lo acepta con agrado. «No podría vivir en otro sitio, salvo en Galicia», reconoce. Asegura que la ciudad es «distinta del resto de Alemania». El entorno está lleno de «pueblecitos con casitas preciosas y todo muy cuidado». Del carácter, destaca «la tolerancia; es una ciudad muy cosmopolita, con gente de todas razas y clases y siguen a rajatabla lo de vive y deja vivir». Son además, «muy trabajadores» y aprecian todo lo que tiene que ver con España», asegura. Julia destaca además el dialecto de la zona, que es «precioso, como la música y el teatro».

Sus hijos hablan un perfecto español gracias al empeño de su madre y a que el estado alemán les pagaba clases en un colegio español para que aprendieran su lengua materna. Gracias al sistema educativo alemán y a los desvelos de Julia dominan cinco idiomas, los dos de sus padres, más inglés, francés e italiano.

A quien visite Colonia, Julia le recomienda no ir en coche particular, porque el aparcamiento es muy caro y el buen servicio de transporte público lo hace innecesario. Además, en la oficina de turismo venden un billete específico para turistas. Hace especial hincapié en no tirar basura en las calles y respetar los semáforos peatonales, so pena de multa.

Como atracción, destaca las ferias de Navidad —«donde se encuentran productos de todos los países»—, y la campana de San Pedro, que suena en Nochebuena y Semana Santa: «Es tan fuerte que el campanario se mueve como si fuera una tormenta», dice. Su rincón favorito es la ciudad vieja, donde se sirven buenas cervezas, y recomienda probar las autóctonas, que tienen una fecha de caducidad corta porque son totalmente naturales.

Colonia inicia el Carnaval el 11 de noviembre a las 11.00 horas y cada reunión se convierte una excusa para sacar las máscaras.

El médico consulta en su casa
Los alemanes pueden escoger el médico de cabecera, y éste pasa consulta en su casa. La sanidad es un servicio público, pero hace algunos años que se ha instaurado el copago. Los mayores de 18 años han de abonar diez euros cada trimestre. En 2011 se pondrá en marcha una tarjeta médica que permite el acceso a la historia clínica del ciudadano, incluso en la farmacia, aunque es posible seleccionar los datos visibles.

La educación también conjuga el sistema público y privado. La pública, explica Julia, funciona «muy bien» y es muy rigurosa. «Si quieres irte de vacaciones y sacas a los niños antes de que acabe el curso pagas una multa de 1.000 euros»., cuenta.

Precios
«La vida en Colonia no es barata, pero también es cierto que hay mucho donde elegir», explica Julia. La ciudad se encuentra en el corazón de Renania-Westfalia, una región muy desarrollada ecónomicamente. «Aquí hay mucho dinero», indica. Una cerveza cuesta 1,40 euros y el pan va de los 0,85 euros de una baguette en un super a los 2,50 euros que puede costar un verdadero pan alemán de 750 gramos.También el precio de la vivienda es muy variable. Desde los 390 euros por metro cuadrado en las afueras a los 1.500 euros por metro cuadrado en el centro de la ciudad. «Están construyendo continuamente. La ambición de todo alemán es tener su casa individual, mejor con jardín, y la cuidan como si fuera su castillo».

Quienes viven en las afueras prefieren dejar el coche en los alrededores de la ciudad y usar el tranvía o la bicicleta para ir al centro.


Vida social
Colonia «es una ciudad muy social, la gente es muy abierta, pero hay que romper el hielo porque tienen miedo de invadir tu espacio», aclara Julia. Las reuniones se celebran a menudo en casa de alguien. Los alemanes tienen tradición gastronómica y «recetas que vienen de muy antiguo», aunque los jóvenes están perdiendo el hábito y consumen más comida precocinada. «Por eso la gente era alta y delgada, pero ahora no tanto», dice Julia.

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