Josefa cabalga en burro sobre la crisis

Josefa Pichín es una enciclopedia abierta cuyas ciento una páginas cuentan una historia en primera persona. Es la historia de una mujer satisfecha de su vida y de un presente que le ha enseñado que nunca es tarde para nada, ni para montar en burro.

Por ejemplo, quién le iba a decir a ella que con sus 101 años estaría estrenando piso, en el que está «moi contenta». O que iba a recibir las felicitaciones del Rey y del presidente del Gobierno, aunque Zapatero le hablara de la crisis. O que aún le quedarían ganas de repetir aquellas experiencias a los lomos de un asno: «Se eu tivera un pouco máis de saúde», confiesa entre risas, «collería o burro, achegaríao xunto un valado e botaríalle a perna por riba».

Acompañada de su hija Maribel y su nieta Issa -«un anxo que caeu do ceo e que o Señor me mandou»-, demuestra que el sentido del humor sigue acompañándola a lo largo de los años. Entre batallita y batallita, siempre cae algún que otro sarcasmo. «Non haberá por aí un mozo que me contara un conto. Non serei tan guapa, pero algo teño», bromea.

Hace veinte años que Josefa se quedó viuda de aquel hombre que le dio el mote de ‘la Piñeira’. El lugar que la vio nacer fue Trobo, un pueblecito cerca de Begonte, en el que junto a su padre, que era el herrero, su madre y su hermana cuidaba a las ovejas. Una tarea que, sin duda, no le gustaba nada. «Aínda non me esquezo dun día no que morrera unha ovella no monte, e eu tívena que ir buscar e tirarlle polo guedello, para coller a lá, xa non o quero nin pensar», lamenta.

ANIMALES

Josefa tiene una gran mano para los animales, aunque son los burros los que más llaman su atención. «Nós tiñamos unha egua preciosa, pero eu prefería o burro dos veciños porque triscaba fino», recuerda refiriéndose a la forma de andar. Ahora dedica sus atenciones a ‘La Rubita’, una cotorra con la que mantiene grandes charlas y que la despierta todas las mañanas. Issa la hace rabiar amenazándola con «cocinar a ‘La Rubita’ al espeto», pero ella tercia severa: «Tes que mirar por ela e coidala ben coidadiña, que non me entere eu».

Josefa, que abandonó su trabajo en la fábrica de Abella para cuidar a sus hijas, se dedicó al mercado. Viajaba de Trobo a Lugo para vender conejos, pollos... Pero la guerra civil y el franquismo le pusieron las cosas difíciles. Los tributos que tenía que pagar para atravesar los fielatos de la muralla hacían de esta lucense una auténtica mañosa en el arte del escondite, ya que «debaixo do mandilón metía os coellos vivos e cando chegaba, sempre viña cheirando a mexo de coello, porque senón os agochaba tiña que pagar, e o fisco daquelas era moi duro».

No todo son recuerdos agradables. «Tiña un pelo precioso», cuenta, «pero collín o tifus e pelei. Ademais, as curas que nos facían, en auga xeada na tina de matar os cochos non era nada agradable».

A cambio, conserva una buen salud. Todavía lee sin gafas, baila al ritmo de «olé, olé, caracole», compone versos y anda sola con la ayuda de dos bastones. Su secreto parece simple: «Durmir e comer ben é o importante, e que se poña a súa maneira sen deixarse avellentar». Seguro que no envejece más, aunque siga cumpliendo años y años en su nuevo piso.

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