Ir a juicio como a la sesión vermú

eSTÁ CLARO QUE todos los ciudadanos somos iguales ante la ley, pero eso no implica que acusados, testigos, abogados y fiscales se comporten en un juicio como si fueran cuatro amigos en la barra de un bar. Por lo general, los profesionales de la judicatura lo tienen claro y ya se encargan de marcar las distancias que la legalidad recoge y la toga evidencia.

El problema, o más bien la confusión, se percibe del lado del ciudadano, que llega perdido a un lugar extraño del que además le gustaría esfumarse. Y es que no es plato de buen gusto verse inmerso de alguna manera en un procedimiento judicial en el que unas cuantas personas vestidas de negro se lanzan a preguntar sobre temas escabrosos. Lo hacen sin piedad y metiendo el dedo en la llaga, ya que de eso se trata, de saberlo todo y no dejar en el aire ni el menor atisbo de incertidumbre.

En esta tesitura -y sobre todo en los casos penales- es lógico que acusados y testigos entren en la sala con cierto temor. A veces creo que se imaginan un juicio de película americana con los abogados en plena ebullición y el interrogado abochornado, obligado a responder preguntas lanzadas como dardos para desacreditar su versión.

Pues sepan que nada más lejos de la realidad. Aquí el juez se dirige al ciudadano y le explica sus derechos. Acto seguido, tanto las acusaciones -es decir, el fiscal y el abogado de la víctima-, como la defensa, llevan a cabo el interrogatorio. Desconozco lo que ocurre en otras ciudades, pero en Lugo los jueces exigen que las preguntas sean lógicas y planteadas en un tono de lo más respetuoso. Además, antes de finalizar el juicio, y después de escuchar la declaración de testigos y peritos, el acusado tiene el derecho a la última palabra y puede puntualizar todo lo que considere.

Vamos, que un juicio no es una guerra, pero hay que tener cuidado porque tampoco es la sesión vermú de las fiestas del pueblo. Vale que el ciudadano desconozca los entresijos de la justicia y no sepa muy bien cómo actuar ante un juez, pero algunos comportamientos no tienen disculpa. Sin ir más lejos, el otro día un magistrado lucense tuvo que pedirle a un testigo que dejara de mascar chicle para responder al fiscal.

Y esto tan sólo es un ejemplo. Yo he visto a gente ante el juez diciendo tacos, con el palillo en la boca, la capucha de la sudadera puesta, o el móvil en la mano para terminar de enviar un mensaje. Por no hablar de los que se dirigen al fiscal con preguntas como: ¿Y luego tú que harías en mi caso? En fin, que tratar al ministerio público de tú ya es una falta de educación, pero devolverle la pregunta es surrealista.

No se trata de tenerle o no respeto a la institución judicial, sino de afinar nuestros modales, ya que nos acaban delatando.

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