Ir al contenedor provoca pereza

Restos de un botellón a la puerta del Colegio de Arquitectos (Foto: Pepe Álvez)
photo_camera Restos de un botellón a la puerta del Colegio de Arquitectos (Foto: Pepe Álvez)

el botellón se presenta en Lugo como un fenómeno de pequeños grupos de jóvenes. Uno de sus escenarios habituales es la zona del parque Rosalía de Castro. Esta manifestación alcohólica invade incluso lugares privados, como el porche del edificio del Colegio de Arquitectos. El problema de esta fiesta, salvo en contadas ocasiones, no es tanto el ruido como la suciedad. No quiero con esta opinión defender posturas prohibicionistas, ni siquiera reflexionar sobre la obvia preocupación social generada por el excesivo consumo de alcohol por parte de chicos demasiado jóvenes. Esta última es, al fin y al cabo, una cuestión familiar, aunque los padres no se enteren de la misa a la media en la mayoría de los casos. Tampoco pretendo politizar esta modalidad de diversión y echarle la culpa a la señora Merkel de que los chavales no tengan dinero para irse de copas, ni sus progenitores para dárselo.

Lo que me preocupa del botellón, aunque parezca un detalle menor, es el reguero de botellas rotas o abandonadas y de orines como la más pura expresión del incivismo. Llevar estos recipientes al contenedor más cercano, en la misma bolsa de la tienda, debe suponer un esfuerzo imponente. Imagino que los chicos del botellón ayudarán alguna vez a recoger en sus casas ¿Por qué no se aplican el cuento en la vía pública? ¿Les gustaría que les tirasen las botellas a la entrada de su vivienda?

El civismo es la base de la convivencia colectiva. La visión mañanera de esta guarrería descerebrada me hace creer en el retroceso social. Como sigamos así no podremos recurrir siquiera al socorrido dicho de «¡Educación moita, cultura pouca!». Ni una cosa ni la otra.

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