Felicitaciones

OTROS AÑOS, en estas épocas, adornaba mi mesa de trabajo con postales. Venían con sus motivos clásicos: el belén, los Magos, Papá Noel, pero también aportaban su toque personal: los remitentes, de su puño y letra, me deseaban lo mejor. Ahora esto queda para el recuerdo y enviar una postal personalizada, a la que además hay que añadir el trabajo de escribir dirección y remite, supone un esfuerzo que pocos se atreven a llevar a cabo.

Por ello este año sólo he recibido cuatro postales navideñas a la vieja usanza acompañada alguna de la advertencia de que jugaba unos euros a un número de la lotería. Por el contrario, creo que he marcado récords de felicitaciones por correo electrónico primero y, en una segunda andanada, en mensajes a mi móvil. Son todas muy de agradecer, pero no me digan que no han perdido esa parte entrañable de conocer el gusto de los amigos a través de las postales, su letra amanerada o rasgueada, incluso su estado de ánimo.

Ahora, al abrir el correo hay una pléyade de ellas que ni siquiera me atrevo a imprimir. Llegan de la forma más sencilla, escuetas, pero otras lo hacen de forma participativa: pulse sobre el pino y se encenderán las luces; sobre la chimenea y echará humo, sobre la Polar y se cubrirá el cielo de estrellas, y ya no digamos las que permiten ir colocando las figuras del nacimiento según convenga. Con todo esto, ya me dirán cómo se pueden imprimir estas felicitaciones y colocarlas adornando mi mesa de trabajo en un cajón de la cual, por cierto, reposan camufladas las cuatro recibidas a la vieja usanza. Al resto les contestaré por el mismo sistema, eso sí, sin grandes alharacas, que uno también conoce sus limitaciones.

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