Es recomendable cantar en los bares

Un grupo canta en un local hostelero (Foto: Sebas Senande)
photo_camera Un grupo canta en un local hostelero (Foto: Sebas Senande)

LAS CHARLAS de los clientes acodados sobre la barra y el elevado sonido de la televisión abundan sobre lo mismo. Las quejas ante la terrible situación económica se convierten en una pandemia de la que parece imposible escapar. Vivimos unidos por la indignación y el miedo. Nos sentimos víctimas de una pandilla de farsantes, empeñados en que la clase media-baja, los funcionarios y los pensionistas paguen la factura de sus desmanes. Pero no se agobien, no les voy a contar penas, sino hacerles una recomendación para suavizar la presión que nos invade. El apagón televisivo en el hogar no es una mala medida, sobre todo si después de la comida se quiere evitar una mala digestión, pero puede suscitar polémicas familiares. Además, los periódicos, la radio o el vecino, mientras bajamos en el ascensor, se encargarán de recordarnos cómo mean por nosotros y nos llaman irresponsables si pedimos un paraguas. El seguimiento de los fichajes del Lugo también se me antoja una buena medida de evasión. La ilusión siempre tiene efectos sedantes, aunque en el fútbol crea un ambiente propicio a la discusión. Si de verdad queremos hacer oídos sordos ante tanta chapuza, debemos volver a una vieja costumbre: cantar en los bares. Es más necesario que nunca recuperar la tradición, desaparecida de estos establecimientos a medida que se imponía la dictadura del televisor. Hace unos días pude comprobar en un bar de Recatelo el embrujo del cante de taberna. Después de la macromanifestación del jueves, cuando todo Lugo no hablaba de otra cosa que de la caída del estado del bienestar, un grupo de clientes ‘camariñeaba’ entre vaso y vaso de vino, hasta el punto que incluso dos parejas de manifestantes, al poco de llegar al local, dejaron de lado las batallitas de la protesta para unirse al coro. Era un divertimento, muy lejano de las prodigiosas sesiones de canción que se marcan los asiduos a la Taberna de Marcos, en A Milagrosa, pero todos nos trasladamos a otro mundo. Ni se oían los políticos del telediario.

Lo peor de la crisis no es la pérdida de poder adquisitivo, ni que los pisos se devalúen, ni siquiera el aumento del paro o la pérdida de servicios sociales, sino la desesperación que nos invade al tomar conciencia plena de que esos políticos que son incapaces de sacarnos del atolladero estuvieron años engañándonos y metiéndonos en un pozo sin fondo. No vale la pena hablar de delincuentes de guante blanco, cúpulas corruptas o falta de democracia. Como antaño, antes de que nos ahoge la miseria o nos invada el pesimismo, echemos un cantarín. Hay que cambiar el cartel: «Es recomendable cantar en los bares».

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