El regreso del crucifijo

Tormenta de recuerdos sobre la Guerra Civil, ayer en Sanyres. (Foto: J.Vázquez)
photo_camera Tormenta de recuerdos sobre la Guerra Civil, ayer en Sanyres. (Foto: J.Vázquez)

«Teníamos un cuaderno con todas las banderas de Suramérica y también la española. Encima del color morado de la de la República tuve que pintar el rojo», explica Julián Marcos Fernández. Ese detalle del ahorro franquista es uno de los recuerdos más vívidos que tiene el lucense de 87 años al que el fin de la Guerra Civil -ocurrido tal día como ayer hace 75 años- pilló estudiando.

En una ciudad que no fue escenario de grandes batallas, la guerra iba por dentro y el paso a la paz se dio casi sin sentirse salvo en eso, en los detalles, para los que entonces eran unos niños. Julián, hijo de un militar profesor de equitación, se recuerda a sí mismo presionando la cera roja en su libreta para actualizar la bandera. Como pasó parte de la guerra estudiando en Valladolid, donde su padre estuvo destinado, también se ve aún agachándose bajo el pupitre con los bombardeos para incorporarse y seguir la lección acto seguido. Fue un estudiante durante la República, la Guerra Civil y la dictadura, así que vio el crucifijo desaparecer del aula para volver más tarde. «Yo me di cuenta de que después de la guerra, los maestros tenían de volver a enseñar Religión y que no les hacía mucha gracia», cuenta.

En el grupo de contertulios de Sanyres no hay ninguno que recuerde el día concreto en el que se acabó la Guerra. En el periódico se da cuenta de desfiles y discursos, pero estos niños de entonces no los presenciaron. Cristina Trashorras, de 85 años, vivía en el principio del actual Camiño Real. Sus padres enseñaron de bien pequeñitos a ella y a todos sus hermanos a recitar sus respectivos nombres y su dirección para asegurarse el camino a casa por si se perdían. «Primero se llamaba Carretera Vieja de La Coruña y más tarde Calle de La República. Después mi madre me dijo que no la podíamos volver a llamar así nunca más», cuenta. Se enteró del fin de la guerra por la radio en casa de sus abuelos de Castroverde, a donde la mandaron sus padres junto a sus hermanos confiados en que estarían más seguros. Para entonces hacía años que su calle se llamaba Dieciocho de Julio.

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