El privilegio de trabajar

Termina el mes de agosto. Poco a poco se va extinguiendo un verano que, al final, sí lo ha sido. Muchos volverán a los madrugones el próximo lunes. Habrá que tirarse de la cama con la certeza de que regresamos a la rutina. Se acaba el tiempo de vacaciones. Cierta melancolía es inevitable. Las jornadas de asueto pasan a mejor vida y vuelve el pan nuestro de cada día. De todas formas, no vale de nada lamentarse. Otros las finalizaron antes y algunos ni siquiera pudieron disfrutarlas.

Es lo que hay. Salvo para aquellos que pueden vivir de rentas, los días de holganza son más bien escasos. Decía Shakespeare que si todo el año fuese fiesta, divertirse sería más aburrido que trabajar. No sirve de consuelo, pero es una reflexión interesante. Habrá que tomarla, en todo caso, con cautela. Antes de dar por buena una afirmación de semejante calibre, primero habría que probar. No se debe subestimar la capacidad de ciertos individuos para adaptarse a la vida padre. Sin traumas.

Por lo demás, hay cosas que no cambian. Aquí en casa, el estío se va agotando prácticamente igual que empezó. En los juzgados, un concejal de Santiago fue interrogado durante horas por la jueza De Lara.

Los afectados por las preferentes siguen exigiendo que les devuelvan el dinero que les han sisado. Los vecinos de A Ponte se organizan para que el puente romano no sea peatonalizado. Los padres del Instituto de A Mercedes continúan protestando por su transformación en un centro de Formación Profesional. Todavía no hay fecha para Hemodinámica y mucho menos para Radioterapia. La Muralla continúa a oscuras y el Museo de San Roque cerrado. Las fiestas patronales generan polémica antes incluso de haber empezado. Como siempre.

En el panorama nacional, ni el peñazo de Gibraltar disimula el olor a podrido que llega desde hace meses del caso Bárcenas y de los Eres falsos de Andalucía. Bien es cierto que aquí tenemos la pituitaria algo más atrofiada a causa del humo de los incendios forestales. Unos cuantos cabrones le están prendiendo fuego al país. Las llamas arrasan propiedades y ponen en peligro vidas humanas. Millones de euros se evaporan cada año al contacto con las brasas por culpa de una pandilla de desalmados.

Entretanto, algunos siguen a la suyo. Inoculando su mensaje. Da igual que sea verano o invierno. El presidente de la patronal dejó caer la idea, por si cuela, de que habría que retirar algunos «privilegios» de los contratos indefinidos. En pleno mes de agosto, con el país al ralentí, vino a decir que hay que ser flexibles para acabar con la «dualidad» que genera en el mercado laboral la existencia de trabajadores fijos y temporales.

No entró en detalles sobre las supuestas «prerrogativas» que habría que retirar. Quizás por eso, da la impresión de que cuando dijo «privilegios», en realidad quería decir «derechos». Borrar conquistas sociales que ha costado mucho tiempo conseguir. Igualar a trabajadores fijos y temporales sí, pero por abajo, en precariedad.

Con seis millones de parados es más fácil decir cosas así. La posibilidad de tener un trabajo digno es un derecho, pero casi parece un privilegio.

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