El interlocutor a veces castiga

Lo cojo o no lo cojo. SEBAS SENANDE
photo_camera Lo cojo o no lo cojo. SEBAS SENANDE

CADA VEZ QUE cojo el teléfono fijo para atender una llamada de un número desconocido medito durante unos segundos la posibilidad de no descolgar. La culpa de estas dudas la tienen esos ya habituales teleoperadores que con amigable voz tratan de ofrecernos un producto que ni buscamos ni deseamos conocer y a los que la mayoría de las veces escuchamos con paciencia jobiana para no parecer maleducados. Y es que una vez contestamos la llamada resulta difícil desembarazarse de un interlocutor que o bien nos ofrece un seguro ventajoso, una irresistible tarifa de internet o, en el peor de los casos y si le damos datos sobre lo que hemos pagado por algo, nos da a entender que somos unos auténticos primos.

Y no es que tenga nada en contra de quienes viven del telemárketing, pero no estaría de más que con el primer «no me interesa» ya fuese suficiente para tener por norma despedirse, para anotar luego nuestra renuncia en ese ordenador donde tienen nuestro nombre y número de teléfono comprados a sabe dios qué traficante de datos.

El caso es que después de tener una media diaria de cuatro llamadas de ofertas no deseadas es normal que a uno le entren las ganas de dar de baja el servicio. Y se ve que no soy el único molesto con estas prácticas, puesto que una conocida compañía de telefonía móvil va a comenzar a ofrecer a sus clientes la posibilidad de tener dos números, uno para dar a familiares y amigos, y el otro para ofrecer sin recelos a quien nos lo pida. Las llamadas entrarían todas al mismo teléfono, aunque las realizadas al número menos personal van a ir precedidas por un 22, de tal forma que tendremos la opción de pensárnoslo mejor antes de descolgar.

La iniciativa seguramente será secundada por el resto de compañías, conscientes de que el número de teléfono es algo personal y privado, que no debe estar en manos de empresas o de particulares desconocidos. Y por eso no acabo de entender como estando en vigor una Ley de Protección de Datos existan todavía las guías de teléfonos, en papel y en internet, donde aparece el nombre, la dirección y el número de los titulares. Porque aunque es verdad que los abonados pueden pedir a su compañía que les borren del listín público, la pereza, el olvido o la previsión de que algún familiar o conocido pueda buscar nuestro teléfono en la guía hacen que sigamos apareciendo en ella.

De todos modos, aunque el telemárketing agota mi paciencia, tengo que decir que las encuestas telefónicas aún me divierten y cuando recibo la invitación para contestar a una saco tiempo para contribuir a un posible fiasco demoscópico. Porque ahora que se acercan las elecciones municipales, el incauto operador que ose llamarme para saber mi opción política lo que debería hacer es borrar la encuesta cuando tras 15 minutos de preguntas descubra que para mí la única candidatura fiable es la de Carmen de Mairena.

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