El camino puede cerrarse

ERAN POCO más de once de la mañana. En la Rúa do Miño y sus alrededores, el ambiente era el de siempre. Los pocos locales de hostelería que se han establecidos en esa parte de la ciudad estaban cerrados a esa hora. Todos salvo uno, una antigua casa de mancebía y lenocinio cuyas puertas parecen estar siempre abiertas. Será porque sus clientes nunca duermen. O se acuestan a horas distintas a los demás. Quién sabe. Al principio de la calle, casi en el fondo de la Praza do Campo, unas cuantas mujeres, quizás tres o cuatro, se movían con aparente indolencia y miraban distraídamente a los pocos viandantes que a esa hora se internaban en A Tinería. Al fondo, prácticamente a la altura de la Porta Miñá, algunas otras hacían lo mismo. Deambular por las esquinas y, probablemente, ejercer el oficio que el destino les ha repartido en suerte. Un día como cualquier otro, seguramente vigiladas a cierta distancia, desde la sombra de algún portal, por aquellos que custodian sus rondas. Y sus vidas.

Enseguida de percataron, las primeras y los segundos, de que no iba a ser una jornada cualquiera. Tocaba visita. Inesperada e intempestiva para los biorritmos del barrio. Como las avanzadillas de soldados que utilizan los ejércitos para precaver sorpresas desagradables por parte del enemigo, periodistas y reporteros gráficos preludiamos el desembarco del político de turno. Tomamos posiciones y avisamos con nuestra presencia de su inminente llegada. La fría discreción que flotaba a esa hora en la calle fue abruptamente interrumpida. Un enjambre de personas, inoportunas e inconvenientes, arrasó sin previo aviso con la reserva y la pública intimidad del lugar. No siempre somos bienvenidos, ni los unos ni los otros. Hay negocios que no se llevan bien con cámaras y figurantes.

Cuando el conselleiro Hernández aterrizó en el barrio, la mayoría de las mujeres que minutos antes ocupaban los dos extremos de la calle ya se habían recogido. Como se contraen los caracoles hacia el interior de su concha al percibir la sensación de amenaza. Al lado de la Fonte da Pinguela lo esperaba el alcalde Orozco y la delegada territorial de la Xunta. También otros miembros de su séquito. Los concejales populares, encabezados por Jaime Castiñeira, salieron a recibirlo a la misma Ronda. Por cortesía o para mostrarle el camino. Quizás para buscar una imagen con el titular de Infraestruturas bajo el arco de la Porta Miñá. A poco más de un año para las municipales, nunca viene mal un poco de archivo.

El motivo de la visita era amable. Todos querían salir en la foto. El conselleiro viajó a Lugo para inspeccionar el remate de las obras en los dos últimos edificios restaurados en A Tinería. Hernández recordó que la recuperación de esa parte del casco histórico «es una actuación que viene de lejos». Comenzó en la época de Manuel Fraga y, de momento, ha permitido rehabilitar treinta y cinco edificios. En todo ese tiempo, la Xunta ha conseguido poner a disposición de potenciales usuarios ochenta y dos viviendas en el antiguo barrio chino. Aún queda mucho por hacer.

A pocos metros de los dos edificios que visitó el conselleiro Hernández, otras edificaciones esperan su turno en unas condiciones lamentables. El Pazo de Dona Urraca se cae a pedazos. La falta de liquidez se ha llevado por delante el proyecto para rehabilitar esa construcción y su entorno. Iba a convertirse en una especie de centro dedicado a servicios sociales. La titular de Vivenda del gobierno bipartito contaba con que su recuperación estuviese finalizada en la primavera de 2009. Pasado el tiempo, esas previsiones suenan a coña marinera.

Tampoco hemos avanzado todo lo que se esperaba en la revitalización social del barrio. Mantiene, obstinado, sus viejas costumbres. Solo cuatro locales habilitados en los edificios restaurados están en estos momentos en uso. Lo escribió el poeta, «se hace camino al andar». Si ahora se detiene la marcha, por lo que sea, la senda puede volver a cerrarse tras los pasos dados. Sería una lástima.

Tomarle la palabra a Liñares

LAS INFORMACIONES sobre el sumario de la operación Pokemon dejarán en la memoria colectiva anécdotas curiosas, algunas casi cómicas. Esa especie de confesión que hizo Liñares ante la jueza, antes incluso de que hubiese comenzado el interrogatorio, es una de ellas. Se mostró arrepentidísimo. Se acordó de las familias que lo están pasando mal a causa de la crisis y de su posición privilegiada. Expresó incluso su disposición a devolver todo lo que supuestamente había trincado. Habrá que tomarle la palabra. Para uno que se ofrece.

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