Educar con desgana

Un alumno, el pobre... (Foto: EP)
photo_camera Un alumno, el pobre... (Foto: EP)

¡dios santo, qué desgana! Para recorte bruto, lo de mi ánimo, y no el tijeretazo a los servicios públicos. Con esto de la vuelta de vacaciones hay que tomar una decisión, pero ya. Con nimiedades como la reforma de la Constitución ésa nos damos mucha prisa, pero lo que realmente importa lo vamos dejando, por pereza, y al final pasa lo que pasa.

Una fórmula a estudiar para aplicar con el regreso al trabajo podría ser la del periodo de adaptación escolar. Mi chiquilla empieza en el cole dentro de unos días; como muchos otros niños, ha chupado más guardería que Fraga años de moqueta, pero los expertos en la cosa consideran que es preciso un periodo de adaptación de TRES semanas: una horita y media la primera, una horita más la segunda y así. Y con unos horarios perfectamente conciliables con la actividad laboral de su madre y la mía... si ambos estuviéramos en el paro, que al paso que va todo...

Y es que nuestra comunidad educativa es muy mirada para esto de los horarios, siempre pensando en lo mejor para los alumnos y sus familias. Por eso está en pie de guerra ante la decisión de quien puede tomarla de aumentar en cuatro horas las 21 semanales que hasta ahora cada profesor tenía de clases, sin que eso suponga un incremento en las 37,5 semanales de trabajo. Eso, parece ser, va a dar al traste con el sistema educativo nacional, que va a ceder por este motivo los altísimos niveles de calidad que le adornaban hasta ahora.

Llueve sobre mojado. De entrada, la retirada de un solo céntimo de la inversión en formación me produce sarpullido, además de reflejar el fracaso de la educación recibida por los responsables de dicha decisión, injustificable hasta en la peor crisis que podamos imaginar, que seguro que se parece mucho a la que estamos sufriendo. Habiendo gobiernos centrales, autonómicos, provinciales y locales; televisiones públicas; cuerpos policiales duplicados; aeropuertos triplicados; asesores con derecho a roce; una fiscalidad demencial, o presidentes de clubes deportivos en libertad, no veo necesidad alguna de meter la tijera en educación.

Ahora, que el debate sobre este asunto en este país se esté centrando en si los profesores deben dar o no unas horas más de clase a la semana, me parece una broma de mal gusto. Puestos a ello, podríamos introducir otros detallitos para la discusión. Por ejemplo, por qué todas las comunidades autónomas -que son las que tienen las competencias- han asumido como verdad revelada el límite mínimo legal de 175 días lectivos que marca la ley, de los que además hay que descontar los días de los exámenes de septiembre, los festivos locales, la fiesta del santo respectivo de cada centro, los que se pierden porque caen cuatro copos de nieve y los que nos fumamos porque sí, porque total mañana ya cogemos las vacaciones de Navidad o las de San Froilán y no es cuestión de llegar cansados al descanso. O por qué todos los centros trabajan con el límite mínimo legal de 50 minutos de duración de cada clase. O por qué la capacidad de decisión e influencia de los padres en el funcionamiento y la organización de los centros escolares es ridícula. O por qué pagamos con dinero público a profesores de religión elegidos y dirigidos por los obispos.

No creo que el hecho de que los profesores tengan que impartir cuatro horas más de clase a la semana tenga la más mínima influencia -a no ser que ellos se empeñen- en la calidad de la enseñanza que reciben nuestros hijos. En Galicia, sin ir más lejos, ya lo hacían hasta 2007 y no creo que desde entonces hasta ahora nuestro sistema educativo haya experimentado una mejoría sustancial. Lo que sí creo es que el dinero que gracias a esa medida se ahorre en la contratación de interinos debería reinvertirse en el propio sistema, en la mejora de la calidad formativa tanto de los profesores como de los alumnos. Y de los propios padres, que siempre encontramos disculpas para delegar nuestra responsabilidad.

Sin embargo, también creo que una vez más este país dejará pasar la oportunidad de mantener un debate serio y definitivo sobre el sistema educativo que queremos, la oportunidad de llegar a un gran pacto social y de Estado que destierre del debate partidista e ideológico un asunto de semejante trascendencia. Una vez más, desganados, dejaremos nuestro futuro en perpetuo periodo de adaptación.

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