Dos avisperos en los márgenes del río causaron ayer alarma. No estaban compuestos por avispas asesinas, pero el apicultor Antonio Mon, uno de los expertos a los que llaman los bomberos cada vez que hay un caso de estos, consideró que eran «moi malas» las que vivían en uno de los nidos -el localizado junto a la Fábrica da Luz-.
Este hombre, apicultor casi por genética (su bisabuelo ya lo era y el cuidado de las abejas fue transmitido en su familia de generación en generación), experimentó la semana pasada, en carne propia, el dolor y la hinchazón que puede llegar a producir la mordedura de una de estas avispas, de la subespecie crabro y de un tamaño considerable.
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