''Después de lo que ha pasado, no sé si el obispo querrá que me quede aquí''

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Las protestas de los feligreses de la parroquia del Sagrado Corazón por la negativa del Obispado a nombrar párroco a Miguel Fernández y enviar a allí a otro sacerdote llegado de fuera culminaron ayer en un tumulto en el que los vecinos descargaron su enfado contra el vicario general, Luciano Armas, y el nuevo cura, Augusto Alvarado, que tuvo que ser escoltado por la Policía para abandonar la iglesia.

La intensidad de la protesta fue tal que el propio Alvarado se reconocía ayer sorprendido: «No me esperaba algo así», declaró a este periódico, «así que después de todo lo que ha pasado esta mañana no sé si el obispo querrá que me quede aquí o no».

El sacerdote, de origen brasileño y miembro del movimiento Camino Neocatecumenal, aseguró que nunca había tenido el más mínimo problema desde que llegó a España, en 1994; primero estuvo en una parroquia de Madrid y en los últimos seis años ejerció como párroco en Navarra. Sin embargo, explicó que en las últimas semanas había estado «de vacaciones en Brasil y no estaba enterado de todo esto. Me habían comentado algo, pero no era para tanto. Seguía las informaciones por la prensa, pero no pensé que las protestas eran de este nivel».

Y es que el cabreo de los feligreses fue aumentando a medida que comprobaban que el Obispado ignoraba sus peticiones. Tras la manifestación de la semana pasada, ayer unas 150 personas se congregaron a la puerta de la iglesia del Sagrado Corazón a las doce de mañana, hora en que debía empezar la misa en la que iba a ser presentado el nuevo sacerdote. La consigna era no entrar a la eucaristía, así que esta comenzó con apenas una treintena de fieles dentro.

Consciente del problema, el Obispado envió para celebrar la misa al vicario general, Luciano Armas. Junto a él concelebraron Guillermo Méndez, párroco del Sagrado Corazón desde hace medio siglo y que ahora tiene 91 años; Miguel Fernández, el sacerdote joven que ayuda a Méndez desde hace años y que los vecinos quieren como párroco titular; José Otero, párroco de Castelo, y Augusto Alvarado.

El vicario general quiso aprovechar el sermón para explicar los planes y la nueva organización de la parroquia, en la que «a partir de hoy se abre una nueva etapa». Mientras que desde fuera llegaba el ruido de los concentrados que esperaban, aclaró a los pocos que estaban presentes la decisión del Obispado: básicamente, dijo, se trata de crear una comunidad pastoral que, «bajo la autoridad moral de don Guillermo», reúna a los sacerdotes mencionados para cubrir las parroquias de Sagrado Corazón, Benade, Muxa, San Fiz de Paz, Aguiar y Mosteiro. «Los cambios siempre son molestos», aseguró Armas, «pero algunos son necesarios».

Sin embargo, el mensaje, si llegó, no tranquilizó a los vecinos que esperaban fuera. Fue pronunciarse el tradicional «podéis ir en paz» y comenzar la guerra. Los concentrados retomaron su proclama «queremos a don Miguel, queremos a don Guillermo» y se lanzaron hacia el coche del vicario general cuando este trataba de abandonar el barrio. Rodeado, fue increpado durante al menos 15 minutos por los vecinos, que rodeaban el vehículo. Algún exaltado golpeó el capó, pero fue reprendido por el resto.

Luego le llegó el turno de salir al nuevo cura. Lo intentó por la puerta lateral, pero tuvo que desistir ante el panorama. Una patrulla de la Policía Nacional que se había personado en el lugar diseñó otro plan: un vecino de los que sí habían asistido a misa acercó su coche a la puerta principal de la iglesia y, con los dos agentes abriendo paso, se lo llevó del barrio.

«No me sentí en peligro», declaró luego Alvarado a este periódico, «porque no creo que nadie llegara al extremo de la violencia física, pero me fui con mal sabor de boca». No obstante, quiso aclarar que no fueron ellos quienes avisaron a la Policía, sino que «ellos vieron el tumulto y se acercaron».

Así las cosas, este sacerdote está ahora «a la expectativa de lo que me ordenen mis superiores, que tienen que decidir si es conveniente esperar un poco. Este no es el mejor momento para tomar una decisión. Yo quedo pendiente de lo que diga el obispo».

Mientras, voluntariamente ajenos a todo, Guillermo Méndez y Miguel Fernández abandonaban el templo entre el cariño de sus fieles.

Los vecinos creen que el Obispado tiende una trampa

Los feligreses no se oponen ni a la llegada del nuevo cura ni a la nueva pastoral diseñada por el Obispado. Lo único que reclaman es que el responsable de la misma, y por tanto el párroco, sea Miguel Fernández. En este sentido, consideran que la propuesta del obispo, manteniendo como «autoridad moral» a Guillermo Méndez, es solo una manera de ganar tiempo para que, una vez desactivadas las protestas, se quede al frente de todo el nuevo sacerdote.

«Todos sabemos», explicaba ayer uno de ellos, «que Rouco, el tío del obispo, quiere irse al Vaticano y para eso tiene que pagar a los kikos su apoyo. Nos da lo mismo, nosotros solo queremos a don Miguel».

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