Desde Montánchez

El sábado pasado hacía referencia aquí a las similitudes existentes entre algunas zonas de Extremadura y Galicia, pero la presencia gallega y lucense por estas tierras es mucho más importante de lo que pueda detectarse a simple vista.

De entrada, basta con darse una vuelta por el magnífico Valle de Jálama en donde se encuentra  La Fala, un habla galaico-portuguesa de raíces prerromanas que permite una comunicación fluida con nuestro gallego actual aunque algunas de sus palabras conserven algunos arcaísmos que las aproximan al latín. En una de mis últimas visitas a esta zona comí en un restaurante que se llamaba Os Arcus y con ello, queda dicho casi todo.

Tres localidades componen este valle, San Martín de Trebelhu, As Elbas y Balberdi do Fresnu, según el forma local de la que todos los indicios apuntan que fue introducida por repobladores de habla gallega allá por el siglo XII, aunque en San Martín, en concreto, existan además restos de un castillo templario y tumbas celtas.

No son las únicas referencias gallegas en esta tierra de conquistadores. En la villa de Montánchez, en la que paso estos últimos días de asueto vacacional, pueden encontrarse varias referencias a la presencia de paisanos nuestros que dejaron aquí su impronta, su legado o su huella.

En la Historia de Montánchez, de Tirso Lozano Rubio, se recoge que tras la Reconquista cristiana, la villa fue entregada para su cuidado y repoblación a la Orden de Santiago. Precisamente en la recepción  de la localidad se encontraban, entre otras autoridades militares y eclesiásticas “el obispo Miguel, de Lugo”, sin que se especifiquen más datos sobre el mismo, así que tendré que consultar a mi vuelta con don Amador López Valcárcel, que tanto sabe de los obispos que en Lugo han sido, a ver si me puede aportar algún dato más, incluidos los apellidos del prelado.

De aquellos tiempos, o posteriores, ha quedado algún apellido galaico, como Magariños, aunque sus convecinos les llamen Magares;  el barrio del Canchalejo, de balcones típicos con blasones de los caballeros de Santiago, o el órgano donado por la citada orden caballeresca a la iglesia de San Mateo.

Son restos del pasado. El presente, un arroz con liebre que me espera a la hora de comer con mis compañeros de El Gato y que servirá, no sólo para llenar el buche sino para mantener esos lazos de amistad que parece han venido caracterizando a extremeños y gallegos a lo largo de los siglos.

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