Del botellón al seminario no hay más que un paso

Nicolás de María, Marcos Torres y Alberto Riádegos, en el seminario. álvez
photo_camera Nicolás de María, Marcos Torres y Alberto Riádegos, en el seminario. álvez

Marcos lleva un pañuelo que podría ser una palestina, pelo engominado con una pequeña cresta, una cadena colgada del bolsillo del vaquero negro, deportivas y pulseras de cuero en la muñeca. Podría ser un joven cualquiera de su edad. Y lo es, con una salvedad: que debajo del pañuelo luce un clériman o alzacuellos.

«El derecho canónico recomienda que se lleve y pienso que así me acerco más a la gente. Para los que no son fieles, mi alzacuellos es una pregunta y para los que lo son, es un consuelo. Es, al fin y al cabo, lo mismo que si un aficionado del Real Madrid lleva la camiseta de su equipo», afirma.

Marcos Torres Gómez podría ser, ahora mismo, diputado del Parlamento gallego o, como mínimo, concejal del ayuntamiento de Lalín. Hace un año y dos meses que se ordenó y su máxima aspiración, dice, es llegar a la santidad. «Aspiro a ser santo», afirma. ¿Cómo se consigue eso?, le preguntamos. «Haciendo lo que debes hacer y siempre que la Iglesia lo reconozca», contesta.

Marcos entró con 11 años en el Seminario Menor y con la aspiración, ya a esa edad, de ser cura. «Quería ser cura como otros niños quieren ser bomberos, por ejemplo», explica. Entonces, hacía las funciones de monaguillo en las misas e iba a la catequesis.

Creció con la aspiración de ser santo y también de convertirse en el primer cura de la familia. Por eso, se metió en el Seminario e hizo los dos primeros años de los seis que dura la carrera.

«En ese momento, comencé a dudar de mi vocación y decidí hacer un pequeño paréntesis. No lo tenía claro. Me sentía igual, imagino, que cuando alguien se plantea la posibilidad de estudiar o de casarse. Así que dejé el Seminario. Me fui a Lalín, de donde soy, y empecé a trabajar en política».

Marcos cambió el Seminario por el partido. Se convirtió en el presidente de Nuevas Generaciones en Lalín y fue secretario personal del organizador de la campaña electoral autonómica de 2005, José Crespo, también alcalde de Lalín. Y, entre otras cosas, fue uno de los autores del programa electoral, trabajo que desempeñó durante un año. Es más, llegó incluso a ir en la misma lista electoral que encabezaba el actual presidente de la Xunta, Alberto Núñez Feijoó. Eso sí, en el último puesto.

«Me apasionaba la política. Ya de antes conocía al alcalde, él fue seminarista. Habló conmigo y me propuso meterme en política. Me fui para Santiago, para la sede del PP y tenía muchas posibilidades de convertirme en diputado. También mi alcalde me ofreció ser concejal, pero renuncié a todo: a un sueldo, a una posición social, a la fama, a la comodidad... y no echo de menos la otra vida porque estoy convencido de que elegí lo mejor», confiesa.

un universitario. Alberto Riádegos está en el penúltimo curso de la carrera sacerdotal. Su vocación apareció cuando ya estaba entrado en los veinte y después de estar alejado de la fe y la Iglesia.

Estudió en la facultad de Administración y Dirección de Empresas, allí se diplomó y casi se licenció. Luego, dejó los estudios para ponerse a trabajar, como operario, en una fábrica de aluminio. Sin embargo, dice, no le encontraba sentido a la vida. Lo encontró cuando descubrió sus inquietudes religiosas.

«Entré en el Seminario con 29 años. Como estudiante en Santiago, fui a botellones, aprovechaba las fiestas universitarias y también estudiaba. Ahora me sigo divirtiendo, pero de otra manera. Ahora ya no necesito fiestas para ser feliz, aunque también salgo a veces y voy al cine», afirma.

Alberto cuenta que se sentía vacío y que tenía una gran decepción personal hasta que fue invitado a una peregrinación al santuario de Fátima y allí, comenta, «se me abrieron los ojos».

«Me sonaba a chino todo aquello pero vi una Iglesia totalmente desconocida, que no encajaba con mis prejuicios. Vi a gente joven que se veía llena, fue como un descubrimiento. Desde entonces, cambió mi vida», cuenta.

Dejó los estudios y se puso a trabajar. Se lo pensó y se decidió. Ahora lleva cinco años en el Seminario y sus expectativas son como las de Marcos: buscar la santidad. También le gustaría especializarse en teología o filosofía.

Un árbitro
Nicolás tiene 18 años y hace unos meses que se planteó, seriamente, que quería ser cura. Era árbitro de fútbol y tenía novia. También era activista, coordinaba a los jóvenes de la asociación Hazte Oír. En esos tiempos, ni siquiera se le pasaba por la cabeza meterse en un seminario. Es más, había hecho trámites para matricularse en ingeniería informática e irse a estudiar a Madrid. Pero la fe se le cruzó en el camino.

«Estaba en primero de Bachillerato y me surgió la duda de ser sacerdote. Ya lo había pensado alguna vez de pequeño, pero me lo planteé más seriamente. En segundo de Bachillerato, ya me tenía que decidir. Tenía todo preparado para irme a Madrid, a estudiar ingeniería informática y estaba saliendo con una chica. Pero lo dejé todo: la novia, el arbitraje y la asociación. Renuncié a todo. Incluso a un sueldo de 600 euros que ganaba como árbitro y que me daba independencia de mis padres. Pero soy feliz», afirma Nicolás, que ahora prefiere llamarse Nicolás de María.

El paso al seminario fue algo más que una decisión. Es una nueva opción de vida y, de momento, es firme en su idea. «Creo que me mantendré en esta posición. Lo pensé mucho, pero más después de decir sí, pero no me arrepiento», cuenta.

Ahora, hace un año que Nicolás no sale de copas aunque, eso sí, juega al fútbol siempre que puede. Antes, hacía natación y atletismo. Ahora, corre por la muralla.

El primer año de la carrera sacerdotal es equivalente a primero de Filosofía. Le gustan los estudios, hasta el punto de que le gustaría seguir estudiando después de licenciarse. Afirma que siente vocación de sacerdote y dice que lo que más le atrae de esta profesión es «la libertad que implica». «Al no estar casado, no tienes vínculo con otra persona», explica.

Nicolás de María no teme al paro porque, argumenta, «en el sacerdocio nunca existe el desempleo dado que es una forma de vida, una voluntad de servicio, no sólo una profesión». «Tampoco hay paro en el matrimonio», interviene Marcos Torres, sacerdote a sus 26 años y formador en el Seminario Menor.

Cree, además, que es un trabajo con futuro. «Sí, porque tenemos que acercar la gente al Señor, hacer apostolado», dice.

Lo cierto es que los licenciados en Teología no sufren el fantasma del paro. Tan pronto como acaban sus estudios, el obispo les encomienda un destino y, consecuentemente, un empleo.

Hay vocación, hay trabajo (hacen falta todavía más sacerdotes que den cobertura a todas las parroquias) pero, a cambio, hay un salario mínimo interprofesional, poco más de 600 euros al mes, que es el sueldo que cobran los curas. Tampoco los echan para atrás.

«A mí me llega y no dependo de mis padres para nada. Me pago mi ropa, mi móvil y mi coche, a plazos. No tengo piso ni gasto en comida, porque vivo en el seminario, pero como un sacerdote tampoco tiene familia a su cargo, 600 euros puede ser suficiente para vivir y tampoco debes llevar una vida con lujos. Hoy en día el dicho ése de «vivir como un cura» no existe. El sueldo del obispo no supera los 800 euros», explica Marcos.

Lalín
Cuna de vocaciones
Marcos, Alberto y Nicolás son de Lalín. No son los únicos. De los ocho jóvenes que cursan Estudios Eclesiásticos en el Seminario Mayor de Lugo, todos menos uno son de la comarca de O Deza. «Influye la tradición», dice Marcos Torres. «Las familias son muy cristianas y eso tiene bastante que ver», explica.

Ordenaciones
La diócesis de Lugo está viviendo un despertar de vocaciones. En la última década, se ordenaron 19 sacerdotes. Los años con más ordenaciones fueron 2007, con 5; 2006, con 4, y 2010 y 2002, con 3.

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