De preferentes e injusticia poética

Manifestación de afectados por las preferentes. (Foto: J. Vázquez)
photo_camera Manifestación de afectados por las preferentes. (Foto: J. Vázquez)

SI ESTUVIERA en su pellejo montaría un follón de padre y muy señor mío. Me encerraría en la sucursal hasta que me devolviesen el dinero. Cada vez que paso por delante de los improvisados carteles que colocó la plataforma de afectados por las preferentes en una marquesina la Avenida Ramón Ferreiro siento un inevitable malestar. Esta indefensión podría ser la mía. También le preguntó por sus sensaciones a un amigo bancario, que vendió estas participaciones malditas, y a otro que figura entre los perjudicados.

A nadie le gustaría estar en el pellejo de un afectado, cuando ya estamos obligados a pagar los platos rotos de la crisis, ahora que el Producto Interior Bruto no se mueve, en este país corrupto y complaciente. ¿Que pensarán estas personas al comparar su drama con la plácida situación de esas grandes fortunas que pagan un pírrico 2% a Hacienda a través de las esas sociedades de inversión llamadas Sicav? Seguro que entre esos beneficiados hay banqueros que actuaron de demiurgos de la trama en esta venta de productos tóxicos. Los lucenses que compraron participaciones preferentes en alguna de las desaparecidas caixas recuerdan cada día que en este país los únicos que no corren peligro son los Urdangarines, Bárcenas y demás defraudadores.

Lo que resulta el colmo de la indecencia es presenciar cómo nadie toma cartas en el asunto, con la salvedad de la Fiscalía, que sí denunció este sangrante caso. No basta con pedir perdón, ni consuelan las buenas palabras, si te dicen que tienes que ir a una quita y perder la mitad de tus ahorros. Imagínense ustedes que les birlan los dineros acumulados durante toda una vida porque algún listillo les aconsejó invertir con una inversión opaca de similares características, cuyas condiciones malamente entendían. Como me comentó un amigo: «Menos mal que nunca fago caso dos produtos que me recomendaban».

No me extraña que los afectados clamen indignados y que monten un follón en las oficinas donde les endosaron tan nocivo producto. Hasta hace poco, el director de la sucursal tenía la imagen de hombre eficiente, que lo solucionaba todo. Después se convirtió para ellos en un auténtico sinvergüenza, aunque se limitase a cumplir las instrucciones o atender presiones de los urdidores de la operación, de esos directivos de nuestras caixas, jubilados con pensiones millonarias.

Algunos de estos agresivos bancarios, esos que engañaron a sus clientes, caminan con la cabeza baja y una mueca de preocupación. No por temor a que les persigan por la calle o les insulten en la oficina recordándoles su jugarreta. Ahora les toca a ellos el turno de la tragedia. Ven como a ellos y a sus compañeros les rondan el fantasma de los Eres y del desempleo ante la ruina en la que dejaron a las caixas sus directivos. No vale de nada alegrarse de esta injusticia poética. Lo malo es que los verdaderos culpables viven a cuerpo de rey y las instituciones encargadas, en teoría, de proteger al ciudadano de sus desmanes no les hincan en diente. El drama es aún mayor en una capital y una provincia generadora de ahorro, de gentes ajenas a la especulación. ¿De quién nos vamos a fiar en este país de ‘Coge el dinero y corre’?

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