Cuando la vida se lleva a flor de piel

El secreto de los rituales egipcios, la huella inequívoca de los marineros, el sambenito de los homicidas o la irreverencia de los hippies sesenteros a popularizarse entre todas las clases sociales como una forma de expresión corporal que surge de los motivos más íntimos del ser humano. El ‘body art’ de los 60, ligado a la idea de que el cuerpo es el nuevo lienzo de las manifestaciones artísticas, obedece en exclusiva al deseo del propio portador. Y en este contexto, no falta quien ve en esta nueva técnica, que hace del cuerpo el mensaje, una oportunidad para grabar en su piel los diseños de moda. No obstante, muchos no conciben los tatuajes como una tendencia pasajera sino como la representación inequívoca de su forma de vida.

Este es el caso de Kiko Vázquez y su mujer Tere. Ambos regentan el establecimiento ‘Kalibre 55 shop’, una tienda que, desde hace cuatro años y medio, es «la única referencia que hay en Lugo de la ‘kustom kulture’», indica Kiko. Para el dueño de este templo de la cultura rockabilly los tatuajes de sus brazos son el símbolo de su filosofía vital.

El primero se lo hizo con 14 años «a palillo, que era la única técnica que existía en aquel momento. Eran dos iniciales, la mía y la de la chica», asegura. Y la aventura le costó algún que otro rapapolvos en casa. «En aquella época los tatuajes se asociaban a legionarios y presos», señala. A este primer tatuaje solitario le acompañaron muchos más con el paso del tiempo, pues Kiko confiesa que «los tattoos son adictivos».

Las dos guitarras de su hombro, una Gibson y una Fender, unidas por un corazón, portan para siempre el nombre de su mujer y sus dos hijos; el rostro de un indio le guarda las espaldas y la calavera del motoclub ‘sleepwalkers’ —una ‘familia’ a la que pertenece desde hace 15 años— le recuerda cuál es su forma de vida. Sin embargo, Kiko prefiere una calavera con el tupé de Elvis con la inscripción ‘wild cat’, todo un emblema de lrock’n’roll. «Es al que más cariño le tengo» confiesa. «Lo hice hace 25 años y está casi borrado pero no lo retoco; esa es una norma de los buenos tatuadores; no repasar nunca las obras de otros artistas», explica.

Y es que a Kiko no le cabe ninguna duda de que los tatuajes son arte corporal, si bien cree que esta opinión no la comparte la mayor parte de la gente. «Lugo no deja de ser una ciudad muy conservadora, si vas muy tatuado te suelen mirar mal. Sin embargo para mí es lo normal porque toda mi vida me he relacionado con gente que sigue esta estética», comenta. Por este motivo, Kiko no concibe cómo hay quien se decide a hacer un tatuaje para imitar a sus ídolos. «Las modas son pasajeras y cuando se terminan las figuras que quedan son patéticas, por eso aconsejo a la gente que piense bien lo que va a hacer», dice.

A los que tampoco les gustan las medias tintas es a Iñaki García y Raquel Lastra, tatuadora de Camaleon Tattoo. Iñaki jamás se había hecho un tatuaje hasta febrero pero, cuando se decidió, se decoró el brazo derecho entero y a todo color. Su particular tapiz de carne y hueso es un mosaico de dibujos donde cada uno representa un pequeño pedacito de su vida. Para no perder el norte, Iñaki imprimió en su piel para siempre la rosa de los vientos. No faltan tampoco los dados de la suerte que simbolizan el lado más azaroso de la vida ni los diamantes y las cartas de pokér —con chica espectacular incluida— que representan el juego y su faceta más viciosa. Lo más especial que lleva siempre consigo es el rostro de su madre cuando era joven, la inicial de su hermano y la fecha en la que falleció su padre. «Fue algo que me cambió la vida y por eso decidí hacerme estos tatuajes. Además, a mi madre la veo poco y ésta es una manera de llevarla siempre conmigo», explica.

Las flores que trepan por la piel de Iñaki son muy similares a las de Raquel, pues ambas pertenecen al «estilo ‘old school’, el tradicional americano», señala la tatuadora. La mayoría de los diseños de esta profesional fueron elaborados en convenciones. «Allí tienes tatuadores de todo el mundo y puedes elegir. ¿Quién me va a hacer mejor un ‘old school’ que los propios americanos?», comenta. A Raquel le atrae el origen de este tipo de flores de corte antiguo. «Eran propias de los descubridores, de la gente que navegaba y conocía mundo», señala.

Y en cuanto descubrió el ‘body art’ supo que quería dedicarse a ello. «La primera vez que me fui a hacer un tatuaje me gustó tanto que quería convertirme en tatuadora a toda costa. Hice un curso en Madrid y ya tenía clientes antes de acabarlo, aunque es cierto que los primeros meses hacía las cosas más pequeñas. En mi caso, sólo era necesario aprender la técnica porque la formación ya la tenía», asevera esta antigua estudiante de artes aplicadas. «Me realizo a través de los demás, elaborando diseños a la carta, porque un tatuador es un artista que trabaja por encargo. Yo propongo, ellos deciden», sentencia.

La piel de Raquel es también una peculiar estampa de toda su vida. «Las flores me las hice porque simbolizan el amor, Iñaki también las tiene porque es un apasionado igual que yo. En el pecho tengo dos golondrinas, una por cada uno de mis hijos, que representan el vuelo, el abandono de casa, a la que vuelven como el turrón en Navidad, al igual que estos pájaros», relata.

Símbolo de los moteros que conquistan la carretera con el rugido de una Harley, teselas que componen el mosaico de la vida o puro capricho estético. Cada uno tiene sus motivos para grabarse la piel. Y es que existen tantos tatuajes como personas, por eso cada diseño es único y, eso sí, definitivo.
 
ALTERNATIVA

Mallas para los ‘motoristas de domingo’

Los amantes del arte corporal aguantan cualquier tipo de dolor para lucir la recompensa de su particular estampa cutánea. Sin embargo, para los que no pueden ver una aguja delante existe una alternativa indolora y eficaz, unas mallas ajustables a los brazos, con dibujos que consiguen un efecto muy similar al de los tatuaje reales. «Se adaptan muy bien a la piel y de lejos no se nota que son tatuajes falsos», explican Tere y Kiko, pues este tejido que venden en su tienda, ‘Kalibre 55’, tiene mucho éxito entre sus clientes. «Las llevan mucho los motoristas de domingo», bromea Kiko, quien considera que el uso de las mallas, lejos de resultar decepcionante,es una opción muy respetable. «Hay que comprender que mucha gente no puede permitirse llevar todos los tatuajes que les gustaría porque podría restarles muchas posibilidades a la hora de encontrar trabajo. Sin embargo, también se da el caso contrario, hay gente que por su profesión, como sucede con los cantantes, necesitan vender una determinada estética y, para ellos, estas mallas también resultan muy útiles. Antes usaban calcomanías», explica Kiko.

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