Cuando la euforia se vuelve cauta

El bar Rodrigo, donde se vendieron los décimos premiados (Foto: J. Vázquez)
photo_camera El bar Rodrigo, donde se vendieron los décimos premiados (Foto: J. Vázquez)

lOS SERES HUMANOS somos claramente emotivos. Está demostrado que funcionamos por impulsos y que la reflexión es algo que nos autoimponemos para poder convivir con los demás y para ordenar un poco nuestra existencia. Aun así, en múltiples ocasiones nos dejamos llevar por la alegría y disfrutamos el momento sin pensar en el después. Vamos, que parafraseando a Chopra, «amamos el éxtasis».

Seguro que todos recordamos algún momento de nuestra vida en el que reaccionamos con euforia, como cuando encontramos un trabajo, aprobamos un examen o ganamos una competición deportiva. ¡Y si no que se lo digan a Casillas con el apasionado beso que le plantó a su novia en pleno directo! Si se lo hubiera pensado un momento, tan sólo un instante, seguramente frenaría en seco, pero los impulsos son así, imprevisibles y por ello sorprendentes.

Pero el éxtasis por excelencia, el que sin duda todos tenemos en mente -aunque muy pocos lo viven en carne propia- es el que proporcionan los premios de la lotería. Puede que el décimo premiado solamente lo tenga un vecino, pero el barrio entero se apunta a la celebración y vive su momento de gloria. Es una de esas ocasiones en las que la euforia se contagia y el champán la intensifica.

Pero si lo pensamos un momento, esta alegría solamente se comparte con la lotería de Navidad. Resulta curioso, pero durante el resto del año encontrar a los agraciados con algún premio de los juegos de azar es misión imposible. Es como si esa euforia desatada se volviera cauta y se quedara en casa sin alardear.

Sin ir más lejos, hace hoy una semana, el sorteo de la Once dejó más de 200.000 euros en la capital lucense. Los afortunados fueron siete clientes del bar Rodrigo, ubicado en la calle Río Narla, que después de jugar semana tras semana a la misma terminación -el número 7- se toparon de bruces con la suerte y con 35.000 euros en el bolsillo.

Los afortunados lo celebraron, claro, pero al igual que en ocasiones anteriores -como pasó con los agraciados con el Euromillón- lo hicieron en ‘petit comité’ y sin cámaras de por medio. Alguno de ellos comentó que, con los tiempos que corren, no están las cosas para ostentaciones. Al fin y al cabo, el ser humano, cuando quiere, también sabe ser racional.

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