Con muchas prisas por salir

Corrían los últimos días de enero de 2009 y faltaban todavía tres meses para la fecha estimada para que Nieves Rilo diera a luz a su segundo hijo. Ella y su marido, José Ramón Negro, estaban en el sofá viendo la tele por la noche y, sin más, rompió aguas. De camino al hospital la preocupación se adueñó de la pareja, ya que solo habían transcurrido 26 de las 40 semanas de una gestación completa. Pero lo peor estaba por venir. La preocupación se tornó en desesperación cuando, tras tres días ingresada, el ginecólogo les comunicó que el bebé no tenía posibilidades de sobrevivir. La decisión, en consecuencia, fue provocar un parto natural, que se prolongó trece horas. José Ramón esperaba fuera y, cuando por fin Nieves dio a luz, «vi salir a una enfermera llevando una toalla con algo dentro, y yo entendí que lo que acababa de ver pasar era el cadáver de mi hijo. No supe nada más hasta que un rato después me dijeron que el niño estaba arriba, que podía verlo, y subí pensando que me iba a encontrar con su cuerpo; pero cual fue mi sorpresa cuando lo vi dentro de la incubadora», recuerda aún emocionado el padre del pequeño Anxo, que ahora tiene tres años.

Con tan solo un kilo de peso, intubado y lleno de cables, pero allí estaba aquel auténtico superviviente, luchando contra la adversidad desde el minuto cero. Su primer biberón fue de un centímetro cúbico de leche, tuvo que recibir alguna transfusión sanguínea y sus órganos, tan diminutos y faltos de tres meses de maduración en el vientre materno, «en ocasiones tenían paradas en su funcionamiento, pero nos dijeron que era algo que entraba dentro de lo normal», recuerda el padre. Tras 58 días en la incubadura, Anxo pudo irse a casa con casi tres kilos de peso.

A partir de ahí, Anxo resultó ser un niño sano y fuerte, que solo tiene una diferencia con respecto a los demás: su cumpleaños no coincide exactamente con su edad, él siempre será tres meses más joven.

'REGALO' DE REYES

A María Jesús Sánchez le habían diagnosticado preeclampsia -tensión arterial muy elevada- durante el embarazo, una complicación que puede llegar a poner en peligro tanto la vida del feto como la de la madre. Por ello, María Jesús y su marido, Miguel Ángel Meilán, estaban muy pendientes de la evolución de la gestación de su tercer hijo. Pero nunca imaginaron lo que iba a suceder.

A las 30 semanas de embarazo, y de modo totalmente inesperado, el día de Reyes de 2008, María Jesús tuvo que ingresar en el hospital. Miguel cuenta que «intentaron retener el feto en el vientre materno para que terminaran de madurar sus pulmones, pero solo esperaron dos días porque existía riesgo de muerte para el niño y para la madre. Le hicieron una cesárea de urgencia y Lois nació con 1,3 kilos de peso y midiendo 40 centímetros. «Parecía casi un feto», dice su padre, rememorando la dureza de aquellos primeros días en los que «cuando podía entraba a verlo a él y, también cuando me dejaban, iba a ver a mi mujer, que estaba en la UCI por el problema de la tensión». Poco a poco la situación de ambos fue mejorando pero, con María Jesús ya en planta, la pareja sufrió un nuevo revés. «Lois contrajo una infección, perdió mucho peso y en ese momento pensamos que lo perdíamos. Pero se aferró a la vida», añade satisfecho Miguel.

Su hijo precisó de algo más de dos meses dentro de una incubadora para salir adelante. «Al principio, durante aproximadamente un mes, en las visitas solo nos dejaban mirarlo y luego, cuando cogió peso, ya pudimos empezar a tocarlo. Mi mujer se sentía terriblemente culpable por estar en casa mientras Lois estaba en el hospital, por no poder darle pecho como a nuestros dos hijos mayores... hubo días que no comíamos ni dormíamos», rememora Miguel.

Pero transcurridos esos 60 difíciles días, ya con 2,5 kilos de peso, Lois pudo cambiar la máquina por una vida totalmente normal en casa, junto a sus padres y sus dos hermanos.

TRES GENERACIONES

En la familia de Aurora González dar la bienvenida anticipada a los bebés se ha convertido ya en algo habitual, como si de una herencia se tratase, aunque no existe una conexión genética entre su experiencia y la de su hija. Aurora ha vivido cuatro partos de hijos prematuros, los dos primeros con fatales consecuencias para los pequeños, que no lograron salir adelante. Pero sus dos hijas, Cristina y Bety, sí lo lograron pese a que la primera nació un poco antes de cumplirse los ocho meses de gestación y la segunda, a los siete. «Pese al riesgo que tenía de perder a los bebés por un problema que tenía en el útero, nunca pensé en el riesgo para mí y tuve claro que tendría hijos y no solo uno, y lo logré», apostilla.

A la mayor, Cristina, le tocó revivir la experiencia con su segundo hijo, el pequeño Nicolás, que vino al mundo con poco más de dos kilos. «Ingresé por una infección de orina, con fiebre, y esa misma noche y del modo más inesperado nació el niño por parto natural», explica. Tras el susto y la sorpresa iniciales, ella y su marido los padres del niño se tranquilizaron al ser informados de la buena salud del pequeño que, no obstante, todavía tuvo que permanecer un mes en la clínica. «Nos dejaban darle a nosotros las tomas, así que mi marido y yo nos turnábamos para ir a todas, cada tres horas, al principio colando el biberón entre todos los cables y sondas», cuenta. Fue la única estancia hospitalaria hasta el momento de Nicolás que, a sus seis años, «nunca ha tenido que ingresar por nada, nunca ha padecido nada más grave que un catarro», constata satisfecha su progenitora.

También una salud especialmente buena ha tenido Alberto, el hijo menor de Divina Calvo, pese a haber nacido de modo prematuro hace 35 años. Divina Recuerda que su primer embarazo «fue normal y no me lo esperaba, para nada. Nos quedamos descolocados cuando nos dijeron que el niño pesaba 2,2 kilos y tenía que ir a la incubadora. Eran otros tiempos, mi marido trabajaba todo el día y yo estaba en casa cuidando a nuestro hijo mayor, así que lo íbamos a ver cuando podíamos y fue muy duro no poder estar con él, no poder cuidarlo sabiendo que era tan pequeño y débil -recuerda-. El peor momento fue un día que mi marido regresó a casa después de ver a Alberto, diciéndome que no sabía si nos quedaríamos sin él. Salí de inmediato para el hospital y cuando lo vi tan delgado pensé que nunca nos lo podríamos llevar a casa». El niño padeció una infección y, posteriormente, una gastroenteritis que agravaron mucho su situación, pero consiguió recuperarse. Ya en casa, fueron meses de avance lento -«le teníamos que dar una leche especial y cogía peso muy poco a poco», explica Divina-, pero los momentos difíciles iniciales dieron paso, como en los demás casos, a una vida posterior totalmente normal. Simplemente, tenían prisa por comenzar a vivir.

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