Colas

VOLVEMOS A LA ÉPOCA de la posguerra. Lo que predomina ahora son las colas. Dejando a un lado las de los parados, que esas sí que son hileras de desesperados en busca de alguna solución que nunca llega, o que se transforma en cursos, para ocultar a los numerarios del hambre y de la angustia, estamos como empezamos.

Ya Valle Inclán escribía en una de sus comedias bárbaras, y perdonen la cita de memoria, sobre largas colas que asemejaban gusanos, refiriéndose al lumpen "en attendant", o sea, de la hambruna para comer.

Ahora no. La cola se ha hecho como ejemplo de crisis, o de inutilidad. Basta con ir a Correos a las dos de la tarde, y para tirar una carta, como se decía en el argot, o sea, para que te sellan un sobre, se deban esperar veintidós minutos porque sólo hay un funcionario al público, o como mucho dos, para atender a los administrados mientras que en otras ventanillas algunos trabajadores hacen tertulia carentes de clientes a los que servir.

Es la modernidad. Saque número pues, si no, nadie le atiende y mientras tanto, espere porque no existe apoyo en horas punta.

Otro tanto si usted va a cualquier oficina bancaria. Juegan, especulan con nuestro dinero y a primeros de mes, un par de empleados desesperados tienen que torear con todo lo que se les presenta en un alarde de aguante, de público y de ellos mismos, que roza lo kafkiano.

Y no digamos si acudimos a un súper o a una gran área comercial. Hay que sacar número para la carne, para el pescado, para cualquier chorrada que se les ocurra a la que acude gente de más y hay trabajadores de menos.

Otra variedad es si uno se presenta en un organismo público. Ahí la cosa sigue igual pero claro, son funcionarios, las cosas de palacio van despacio, saque usted número y luego, cuando le toque, ya se verá.

De lo que se trata, en definitiva, es de  eliminar al mayor número de personal trabajador posible y de que los contribuyentes hagan cola porque en ella, incluso, se llegan a trabar buenas amistades, por insistentes, claro.

Como en la posguerra, ahora se acude a las colas, no porque se pase hambre, de momento, ni con la cartilla de racionamiento, de momento, sino para solucionar cualquier pequeño o gran problema que tengamos.

Es bonito hacer cola, tener a diez o doce personas delante y ver que no avanza. En las colas, como en las putas, lo bueno que tiene es que se conoce a mucha gente. Pero no me negarán que estar allí, aguantando la inutilidad, es una gran putada.

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