Codazos por amasar el pan

Vaciado de la amasadora (Foto: Sebas Senande)
photo_camera Vaciado de la amasadora (Foto: Sebas Senande)

Llevan cuatro días haciendo prácticas en la panadería Raposo y, si bien es cierto que no es su primer contacto con las masas, sorprende la rapidez y la maña con que forman los panes. José Antonio García tiene 17 años y anteriormente había hecho un curso de panadero en Ourense e Iván González, de 22, fue ayudante en un horno de Lugo. Pese a su juventud y a la dureza del trabajo -es nocturno y nada sencillo, en contra de lo que mucha gente cree-, ese primer contacto con los hornos les gustó, por lo que ambos decidieron aprovechar la oportunidad que daba el Concello de conocer un poco más el oficio.

El Concello destinó parte de los fondos del Plan Nacional contra las Drogas aportados por el Gobierno central a formar a 16 jóvenes de entre 16 y 30 años en una profesión que hasta hace poco tiempo tenía mucha demanda y para la que había poca gente preparada. Sin embargo, las tornas cambiaron. Si antes era tremendamente difícil encontrar a gente dispuesta a trabajar en el horno de una panadería, hoy sobran candidatos. La prueba es que el curso tenía 16 plazas y hubo 61 solicitudes. «Antes ponías un anuncio y no aparecía nadie y ahora tengo la mesa llena de currículos. Vienen a traerlos incluso por la noche», explica Sandra Ceide Vilariño, copropietaria de Raposo junto a César Fieiras. Son la quinta generación del negocio familiar.

El perfil de los candidatos es muy variopinto: jóvenes sin apenas formación, personas de más edad y trayectoria laboral muy dispar que perdieron sus trabajos, personas con titulaciones superiores «a las que les vale cualquier cosa» y trabajadores que habían abandonado la panadería por otro empleo mejor y se han quedado en el paro, explica Fieiras.

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