Ciudadanos a golpe de sanción

en el país vasco , dejar el excremento del perro en la vía pública puede estar sancionado con hasta 3.000 euros. Dudo que alguna vez se haya puesto una multa de semejante cuantía, aunque sería, probablemente, la medida más disuasoria. Porque, al menos en este país, es la única forma de cultivar el civismo.

Quizás ésa es la clave de que las calles de Lugo estén minadas de zurullos caninos. Porque existe, efectivamente, una ordenanza municipal en la que se establece que los propietarios de los perros están obligados a recoger los excrementos de la vía pública, ya sea calle, arena o césped, pero ni en el documento figura la sanción que conlleva infringir la norma ni el Concello ha sancionado a un solo ciudadano en 2010, según confirma la propia administración.

Pues unas cuantas multas como las del País Vasco servirían para meter en cintura a esos que dicen ser amantes de los animales y que demuestran ser muy poco considerados con sus iguales y, de paso, borrar otras demostraciones de incivismo, como las pintadas. Porque dar con sus autores parece más difícil que identificar a los primeros, y eso que el concejal de medio ambiente, Lino González Dopeso, instó en más de una ocasión a delatar a quienes manejan el spray.

Y no se me alteren los civilizados dueños de perros, por favor, que los hay. Pero, o son minoría, o los chuchos de los otros tienen algún que otro problemilla de esfínteres. De lo contrario, no se entiende.

Tampoco me vale lo de que la clave es educar, que por la vía coercitiva no vamos a ningún lado. En este país, sí vamos. Para muestra, lo que sucedió con la seguridad vial, que ahí es nada. No nos pusimos el cinturón, y menos en el asiento de atrás, hasta que la DGT amenazó con clavarnos a multas y los accidentes no empezaron a bajar hasta que el asunto se puso tan serio que la pérdida del carné pasó a ser una realidad inminente. Por no hablar del tabaco. Hubo que aprobar dos leyes para que la sensatez se instalara en los espacios públicos. O del temido ‘multamóvil’. Tengo una amiga que vive a diez minutos del casco histórico y el fin de semana pasado me reconocía que no sólo se desplaza a él en coche sino que, hasta que leyó en el periódico que el Avi iba a empezar a funcionar, el único aparcamiento que utilizaba para hacer los recados era el de las zonas de carga y descarga.

Nos guste o no, en este país nos va la caña. Así que, si eso es lo que queremos, ¿por qué no darla. ¿Cómo si no hacer entrar en razón a un treinteañero que, tras dejar en medio y medio de la acera una voluminosa deyección de su lustroso bulldog y ver cuestionada su actitud, responde que para eso paga sus impuestos? Me temo que a esa edad resulta mucho más efectiva una multita, aunque no llegue a los 3.000 euros, que una clase de educación tributaria.

Y todavía hay quien se pregunta para qué sirve una materia escolar llamada educación para la ciudadanía. Desconozco cómo se imparte, pero de su pertinencia no tengo la menor duda.

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