Cine sénior en el adarve

De izquierda a derecha, Isabel, Dora, Manuel y José, en el adarve. pepe áLVEZ
photo_camera De izquierda a derecha, Isabel, Dora, Manuel y José, en el adarve. pepe áLVEZ

José Mon recuerda con precisión la primera vez que subió a la muralla. Fue el 8 de mayo de 1958, cuando, procedente de Cervantes, hizo parada en Lugo de camino a A Coruña. Allí pasaría el reconocimiento médico necesario para poder embarcar rumbo a Venezuela, donde pasaría 16 años. En ese momento tenía 17 y, tras toda la vida oyendo decir a su padre aquello de que «Lugo ten unha catedral hermosa e unha muralla fermosa», decidió comprobarlo. Lo que se encontró fue un camino de piedras, muy diferente al que recorre ahora con su esposa al menos una vez a la semana.

La muralla es importante en sus vidas. Cuando aún eran novios no se resistieron a echar una moneda sobre la puerta de San Pedro. «Dicían que se ías cunha moza, casabas con ela. A min valeume, levo 38 anos casado», cuenta feliz.

Es una de las vivencias que probablemente contará en el vídeo que grabará junto a otros jubilados lucenses con los que comparte trabajo y ocio. Comenzaron hace tres años con el proyecto Sénior Tics, financiado por la UE, en el que aprendieron a manejarse con las nuevas tecnologías. Se familiarizaron con internet, hicieron un álbum de la ciudad y ahora se disponen a grabar un vídeo con sus recuerdos sobre la muralla.

«Somos persoas inquietas e fixemos un grupo tan bo que lle pedimos á concelleira [Carmen Basadre, de bienestar social] continuar dalgunha forma», explica José. Y la forma fue en el marco de la programación del décimo aniversario de la muralla como Patrimonio Mundial, en un taller de memoria sobre el monumento financiado por el Gobierno.

Junto a José estarán Manuel Cuesta; su esposa, Dora Udías, e Isabel Aguilar, entre otros. Todos, efectivamente, personas muy inquietas. Citarlas para una foto en no es fácil con tanta universidad, viaje cultural, clase de música...

La muralla es algo consustancial a sus vidas. Pero mientras antes era «algo que estaba aí», ahora cada vez son más conscientes de su valor. «De pequeños, la muralla era el límite del espacio de juego. La abuela no nos dejaba subir a ella», recuerda Isabel, mientras Manuel introduce un aspecto en el que inciden muchos: la conveniencia de cobrar a los turistas, cada vez más numerosos, afirma. «O outro día atopei a dous moi preocupados porque non sabían por onde baixar. ¡Tranquilos, que hay cuatro bajadas!», les informó Manuel, cuyo primer contacto con el monumento fue cuando se subía a él para ver las carreras de motos en San Froilán.

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