Carmen Berta García: ''Todo ha cambiado. Salgo desde el primer día y la gente se asusta de que esté tan bien''

CARMEN BERTA GARCÍA tiene dos páncreas y tres riñones. Los tiene de nacimiento. Desde su segundo nacimiento, para ser más exactos. Esta lucense de 50 años nació hace dos meses en el hospital de A Coruña, donde le realizaron el doble trasplante al que le había abocado su diabetes. "Nunca acepté la enfermedad, hasta me negaba a pronunciar la palabra diabetes", recuerda ahora, ya en su piso de Lugo. Todo empezó con su primer embarazo, a los 19 años, recién casada. Lo que comenzó como una diabetes gestacional, algo que ahora no tendría la menor importancia, entonces derivó en una enfermedad crónica que le destrozó el páncreas, los riñones y la vida.

"Hasta los 19 años no había tenido ni una gripe. Nunca asumí la enfermedad y no quería que me trataran como una enferma. Ahora me doy cuenta de que a veces incluso contestaba mal a la gente que me preguntaba", explica Carmen Berta, "tenía temporadas muy malas, te encierras mucho en tí misma. eludes temas, te limita, te acostumbras a estar sola". La enfermedad se llevó por delante su matrimonio, un segundo embarazo y su trabajo. Después de años de inyecciones, desde hace cuatro caminaba con una bomba de insulina adosada al cuerpo y desde hace año y medio vivía además pendiente de su máquina de diálisis, absolutamente incapacitada, mental y físicamente, para llevar una vida aceptable.

Alcer
Pero todo cambió, reconoce, cuando entró en contacto con Alcer: "Hasta entonces, todo lo llevaba de puertas adentro, pero cuando entré en contacto con la asociación me empecé a abrir. Había visitado a una psicóloga, pero no me sirvió de mucho. Fue al contactar con la gente de la asociación cuando me pusieron al día de todo". Hace algo más de año y medio entró en la lista de espera para trasplante, justo cuando estaba lo suficientemente mal y suficientemente bien, como marca el protocolo. "Me salvó el hecho de antes de hacerme las pruebas definitivas llevaba una temporada buena y me dio la analítica perfecta".

En ese momento comenzó la ansiedad de la espera de unos órganos compatibles, con la maleta hecha en casa esperando a que la llamaran en cualquier momento. Ese momento fue la noche del 28 a 29 de marzo pasado, sábado: "Estaba sola en casa cuando me llamaron. Me puse muy nerviosa y llamé a mis padres y a mi hijo, que está en A Coruña. Ya tenía la maleta hecha desde hace meses, mi vida estaba centrada en eso. Cuando me volvieron a llamar para confirmarme la compatibilidad salimos para allí. No sé que pasó, pero cuando llegué estaba tan tranquila que hasta los médicos me decían que parecía que fuera a bailar. Yo me vi tan bien que ni pregunté nada, entré a la operación sin pensar. Lo único que le dije a mi hijo es que si algo iba mal dentro, no quería quedarme como un vegetal el resto de mi vida".

Después de ocho horas en el quirófano (cinco para el trasplante de páncreas y 3 para el de riñón), llegó lo más duro, el postoperatorio. Días y días prácticamente aislada, "cuando más necesitas a tus seres queridos. Los veías, pero no los podías tocar, ni besar, cosas a las que a lo mejor no das mucha importancia pero que en ese momento la tienen. Además, tienes muchos bajones mentales, te agobias. Pasé mes y medio allí". Dos días antes de recibir el alta, los médicos la dejaron salir por las tardes. "La primera tarde me fui a pasear porque necesitaba aire. La segunda tarde ya me fui de compras. La tercera, a casa".

Otra vida
Ahora, con sus dos páncreas y sus tres riñones (debe mantener sus órganos por si sufre rechazo, algo que puede suceder en cualquier momento), debe tomar mediación de por vida, pero no ha vuelto a ver una inyección de insulina ni una máquina de diálisis desde que salió del quirófano. "Me cambió totalmente la vida. Lo primero que hice fue devolver la bomba de insulina y la máquina del riñón y quitar todos los frasquitos y demás que necesitaba para hacerme las pruebas en casa, porque era casi un laboratorio. Aún tengo el vientre y las piernas hinchadas, pero salgo de casa desde el primer día y camino. La gente está asustada de que esté tan bien, dicen que me he quitado diez años de encima".

Por si fuera poco, "en unos días voy a ser abuela. Ha venido todo rodado". El mueble de madera blanco en el que guardaba sus máquinas y sus medicamentos está vacío en el recibidor de su piso. Este fin de semana lo sube al rocho. Luego, se va a la playa.

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