El verde vuelve a teñir la 'zona cero'

Los montes arrasados en octubre aún conservan la huella de la tragedia, pero poco a poco recuperan su aspecto natural

Desoladoras Vistas de Valadares desde Monte Cepudo
photo_camera Desoladoras Vistas de Valadares desde Monte Cepudo

NO HACE falta que nadie explique lo ocurrido aquel fatídico 15 de octubre de 2017 en el sur de la provincia. Basta apearse del coche en lo que ese día fue la zona cero para echar un vistazo y darse cuenta de la magnitud de la tragedia. Ocho meses después, en vísperas de una nueva temporada de alerta máxima por los incendios forestales, los montes de Nigrán, Vigo, Fornelos de Montes, As Neves, Soutomaior y Ponte Caldelas aún muestran las secuelas de la voracidad del fuego.

Unas cicatrices que la Naturaleza, poco a poco, va maquillando con un manto verde, pero cuyos letales efectos aún tardarán en desaparecer. La vida se abre camino en la superficie, pero el subsuelo aún colapsa por el infierno soportado durante esas nueve horas de horror.

No son pocos los que, hoy en día, todavía acuden a Google Maps para conocer el escenario de la catástrofe. Pero las imágenes que devuelve el ordenador nada tienen que ver con la realidad. Los bosques frondosos digitalizados hace años son ahora un fúnebre ejército de robles, eucaliptos y pinos, cuyas copas —desnudas y ennegrecidas— rasgan como cuchillas el monocromo del cielo.

Un estigma que no solo padece la corteza terrestre sino también quienes han vivido la pesadilla en primera persona. "Después de los incendios, pasaron bastantes días en que apenas podía dormir. Cualquier ruido de noche me sobresaltaba y ya pensaba en lo peor, en que se podía repetir aquella pesadilla. Vivir eso te mete el miedo en el cuerpo... y no se va tan fácilmente", asegura Ainhoa Salgueiro, una joven de 20 años que vio venir la cortina de fuego desde el restaurante en el trabajaba, situado en lo alto del Monte do Cepudo (Valadares, Vigo).

"Eran sobre las seis de la tarde. Vimos las llamas por Baiona y Nigrán, y en una hora ya teníamos el humo encima, casi no se podía respirar», relata, tras reconocer que tanto los trabajadores del local como los clientes pronto se dieron cuenta de lo que se les venía encima. "Aquello era imparable. Sabíamos que no iban a venir refuerzos porque nos enteramos que la situación estaba descontrolada, así que plantamos todos y nos fuimos a nuestras casas".

Ainhoa vive junto a sus padres ladera abajo, en Freixo. "Mientras corría hacia mi casa, solo pensaba en mi familia, en mi hogar..." Le sorprendió cruzarse con muchos coches que subían al mirador, atraídos por un morbo insensato. La afluencia fue tal que se formaron colas en la única carretera de acceso. "La gente parecía no darse cuenta de que si llegaba el fuego, morirían todos, porque no hay otra vía de escape y eso iba a ser un embudo".

"Pasé muchas noches sin dormir y aún hoy me sobresalto cuando oigo un ruido, por miedo a que se repita aquel horror"

Al llegar a su casa, la joven camarera se topó con una cuadrilla de vecinos trabajando a destajo para evitar que el fuego alcanzase sus viviendas. "La mayoría nos fuimos al campo de fútbol, pero algunos se quedaron. Como mi padre, que estaba intentando evitar que las llamas llegasen hasta un tanque de propano. Si llega a explotar, ni me imagino lo que podía haber ocurrido..." 

La comunidad de montes inmortalizó el esfuerzo vecinal con un monolito y un tronco retorcido por el fuego, que presiden una glorieta. A árbore da lembranza reza en su base.

CHANDEBRITO. Siguiendo la estela de la destrucción se alcanza Chandebrito, la pequeña parroquia de Nigrán (de apenas 480 habitantes) que saltó a todos los telediarios por la trágica muerte de dos ancianas, calcinadas dentro del coche que pretendía ser su medio de salvación.

Hoy, ocho meses después, el pueblo todavía llora su pérdida. "Eran moi boas e o que lles pasou foi unha desgracia. Unha auténtica mala sorte", asegura José Manuel Vila, cliente del único bar que asoma junto a la angosta carretera. Pasa el tiempo y la estampa de los montes quemados hace imposible borrar ese amargor. "O peor non foi esa noite, senón os días seguintes. Aí foi cando nos demos conta do que pasara", añade, para recordar que "cando chove aínda segue a caer borralla polo monte abaixo. Isto vai tardar moito tempo en esquecerse".

A apenas 500 metros se encuentra Ricardo Gómez, de 33 años, y su hija. Trabajan un huerto que resurgió de las cenizas para volver a dar sustento a la familia. "A maior parte das fincas que están arredor das casas son de cultivo e por iso o lume non levantou moito. A nos levounos varias e todas as das froiteiras, pero ao pouco xa podiamos cultivar nelas". Sin embargo, reconoce que la experiencia vivida le marcará para siempre: "Eu teño 33 anos e son moi novo, pero o que pasou aquí non se recorda por ninguén. Foi algo inaudito".

"Todos os días míranse pasar trailers e trailers cheos de madeira queimada. Eu non sei onde a levarán"

Ricardo también hace hincapié en una secuela habitual de los incendios forestales: el negocio de la madera quemada. A ambos lados de la carretera se apilan miles de troncos dispuestos para su traslado. ¿A dónde? Generalmente, su destino es la biomasa, toda vez que ya no son aprovechables para su uso industrial. Y al tratarse de madera muerta, dejarla en el monte sería dar una mecha gratuita a futuros incendios.

AS NEVES Y PAZOS. Los incendios de aquel 15 de octubre de 2017 arrasaron 35.500 hectáreas, mayoritariamente en el sur de la provincia de Pontevedra. As Neves fue uno de los municipios especialmente castigados por la devastación. La guardería y el centro de salud han retomado su actividad después de que las llamas derritiesen literalmente juguetes y material sanitario.

El caos se llevó por delante muchos negocios y naves industriales. En Pazos de Borbén, ahora solo queda el esqueleto de lo que hace unos meses era un productivo almacén de cerveza, que acabó devorado por las llamas.

Idéntico destino al sufrido por muchos coches y los vehículos industriales que no pudieron ser rescatados a tiempo. "O lume levounos tres tractores, unha rachadora, unha desbrozadora e moreas de madeira que tiñamos para vender... E ata o de agora non vimos nin un peso das axudas que nos prometeron", se lamenta María Guerra Hermida, vecina de Parada, que enviudó hace un par de meses y no duda de que "toda esta desgracia axudou a matar ó meu home".

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