Perfil | Garzón Amo: la mirada triste del hombre que nació para los trenes

Francisco José Garzón vino al mundo en el barrio de A Estación de Monforte, empezó de cero llenando depósitos de diésel y en 2003 cumplió su sueño de ser maquinista
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photo_camera Garzón rehízo su vida pero conserva la tristeza en su mirada. EFE

La tarde del miércoles 24 de julio de 2013, cuando Francisco José Garzón se disponía a pasar por 61ª vez en su carrera por la curva de A Grandeira, descarriló el Alvia y también descarriló su vida. Con la cara aún ensangrentada y varias costillas rotas, llamó a la estación: "Descarrilé, que le voy a hacer. ¡Somos humanos! ¡Somos humanos!", dijo en un primer momento este antiguo estudiante del colegio Ferroviario de Monforte de Lemos.

Como otros muchos empleados de Renfe, incluido su padre, Eusebio, se crió en el barrio de A Estación cuando Monforte era una potencia ferroviaria, uno de los principales polos del norte de España. Empezó de peón llenando depósitos de diésel, luego se hizo ayudante de maquinista y aproximadamente diez años antes del accidente se cualificó para conducir trenes.

Tras pasar más de un año de baja, Garzón se incorporó en un puesto de supervisión de talleres de mantenimiento en Renfe

En Monforte ya no le queda nada ni nadie, pero allí todos lo recuerdan como "una excelente persona y muy responsable". "Nadie puede hablar mal de él", aseguran los que conocen a Francisco José Garzón, de 61 años, divorciado y sin hijos. En 2003, cuando logró el título de maquinista, el trabajo lo llevó a Barcelona y Madrid, pero seis años después una madre mayor y enferma lo trajo de regreso a Galicia, concretamente a A Coruña, donde compatibilizaba su cuidado con su profesión. Allí, lo describían tras el accidente como "muy buen vecino, buenísimo". También coleccionaba elogios como profesional entre sus compañeros. Sobre las vías "siempre ha hecho un trabajo impecable", aseguraban de aquella, mientras aún retumbaban los gritos de los familiares: "¡Perro, ojalá te pudras en el infierno!".

Garzón hasta tenía fama de lento, pese a que justo después del accidente se difundió un vídeo de su perfil de Facebook donde ostentaba viajar a 200 en un Alvia. Si un tren entraba en una estación con retraso, sonaba al momento el chascarrillo: "¡Ahí viene Garzón!".

Otro maquinista que lo conoce desde 1982 lo avala: "No era de los que corrían. Quizás hasta era demasiado tranquilo". Y niega la teoría de que arriesgase en la curva de A Grandeira para salvar el plus de puntualidad -unos 1.800 euros anuales- que da Renfe a sus maquinistas. "Eso es mentira".

No volvió a conducir un tren. Estuvo algo más de un año de baja y se reincorporó en un puesto de supervisión en los talleres de mantenimiento de Renfe. Y sobre todo tuvo la ayuda de sus amigos, que nunca lo abandonaron.