Cartas desde... Santiago

La capital de los gallegos y los turistas

La zona más emblemática de Santiago se ha convertido ya en un parque temático del turismo. Los residentes se marchan ante la falta de servicios y abren el debate de hasta qué punto compensa

Aspecto que presenta estos días la compostelana plaza del Obradoiro, muy poblada sobre todo en jornadas con tiempo inestable. PEPE FERRÍN
photo_camera Aspecto que presenta estos días la compostelana plaza del Obradoiro, muy poblada sobre todo en jornadas con tiempo inestable. PEPE FERRÍN

SANTIAGO ES, más que nunca, la ciudad del Apóstol. Más allá del eterno debate sobre si los restos que reposan bajo las bóvedas de la catedral pertenecen o no al que fuera discípulo de Jesús, lo cierto es que tres millones de personas se acercan cada año a venerarlos. O, al menos, a visitar el templo, colapsado estos días después de que el Pórtico de la Gloria haya sido destapado en una versión a todo color. Lástima que algún desaprensivo quisiera colorear también una estatua de Platerías, lo que ha causado indignación popular.

Hay quien dice que basílica compostelana respira cada vez aires más paganos. Eso es lo que sucede con el Camino de Santiago, que hace tiempo que ha dejado de ser aquella solemne vía de peregrinación con la que los romeros saldaban sus penitencias para convertirse en uno de los planes vacacionales estrella. Ahora pesan otras motivaciones más mundanas. Prueba de ello es que la ruta jacobea aparece junto a la noche ibicenca o las playas de Tarifa como uno de los seis destinos estivales de España donde más se liga, según la red social Meetic.

Sea por unas razones u otras, la capital gallega se ha erigido como el gran epicentro turístico del noroeste español. Recibió el año pasado unos 2,6 millones de visitantes, casi como habitantes tiene Galicia. Una cifra de récord que no puede, sin embargo, competir con su vecino turístico al otro lado de la Raia. Oporto rebasó los 10 millones, en gran parte gracias a la pujanza de su aeropuerto Sá Carneiro, que, no olvidemos, comenzó el siglo parejo en cifras a Lavacolla. Pero mientras el portugués disfrutó de un ascenso limpio y apacible, el compostelano se vio afectado por las turbulencias localistas, tan frecuentes como el orballo en nuestra comunidad. El resultado es que la terminal lusa le ha comido la tostada con el quíntuple de enlaces internacionales a precios más apetecibles y se ha convertido en el aeropuerto de todos los gallegos, por mucho que Santiago haya rebautizado su aeródromo como Rosalía de Castro, una figura que consensúa como pocas a la sociedad del país.

El Ensanche y los barrios se quedan tan desiertos que si un peregrino desnortado acaba allí podría preguntarse si es el único superviviente de una catástrofe nuclear

 

Precisamente la autora de Cantares galegos resucitó en carne y hueso el pasado mes de julio en el casco histórico compostelano, donde se reencarnó en una actriz que interactuaba con los turistas para acercarles la vida y obra de nuestra poetisa más universal. Pero estos últimos días de la Rosalía de la que más se habla en Compostela es de la cantante de flamenco-trap que abarrotó la plaza de la Quintana. Fue el broche a unas fiestas del Apóstol con una programación cultural de lo más variada que mantuvo las calles de Santiago en ebullición, con un amplio contingente autóctono que sirvió para contrarrestar la marabunta foránea que, ya desde el 1 de agosto, se ha adueñado de la ciudad.

Y es que el mes estival por excelencia es sinónimo de éxodo para los santiagueses. El Ensanche y los barrios se quedan tan desiertos que si un peregrino desnortado acaba allí podría preguntarse si es el único superviviente de una catástrofe nuclear. El casco histórico, en cambio, es un hervidero por el que tratan de no asomarse los compostelanos, a riesgo de confundir la torre de la catedral con la de Babel, ya que el italiano, inglés, francés o alemán resuenan entre las piedras de la zona vieja con mucha más sonoridad que el gallego o el castellano.

No hay duda de que en agosto la zona vieja de Santiago vive por y para los visitantes. El problema que ven muchos es que la cacareada desestacionalización del turismo se está dejando notar cada año más en la ciudad. Esto sería a priori un éxito si no fuese porque está acarreando una auténtica transformación del casco histórico. Ya no son solo las tiendas de souvenirs abiertas ex profeso en verano y las habitaciones que algunos particulares alquilaban a turistas para sacarse unos ahorros extra. Ahora, el negocio es todo el año y la zona se está plagando de comercios orientados únicamente al turista donde antes había un ultramarinos o una boutique de toda la vida. Los residentes en el casco histórico, de los que apenas quedan 10.000, optan cada vez más por marcharse ante lo que consideran una desnaturalización de su zona, y dejan abierto un debate con el que hace tiempo que lidia el Concello: está fuera de duda que el turismo alimenta Santiago, pero, ¿hasta qué punto compensa convertir su zona con más encanto en un parque temático del visitante?

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