El calvario de Jéssica Méndez

Jessi tuvo que lidiar desde los 14 años con miradas lascivas y frases obscenas por la mala suerte de ser vecina de un acosador. Tras echarse novio, le rajó las ruedas y allanó la casa, antes de matarla. Ella sufrió un infierno que, dicen, él no vivirá ni en la peor cárcel
Jessica Méndez. EP
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A Jéssica Méndez un indeseable empezó a amargarle la vida cuando apenas comenzaba a vivirla. Con 14 años ya tenía que soportar las miradas lascivas y los comentarios fuera de tono de un individuo doce años mayor que ella. Lo peor es que ese hombre vivía puerta con puerta y tenía que verle la cara todos los días. Él la miraba fijamente, sonreía y le dedicaba una serie de groserías que en algún rincón de su mente debían parecerle piropos.

Para colmo, los padres de Jessi, como todos la conocían en la parroquia pontevedresa de Verducido, y los de José Eirín Iglesias, eran amigos, y a menudo se quitaba hierro al comportamiento intolerable del acosador. Ella tenía que escuchar, a veces por boca de sus propios allegados y amigos, que todo lo que sucedía era porque le gustaba al chico, que él quería ser su novio... Comentarios de un machismo extremo difíciles de imaginar a día de hoy, pero no tanto en la Galicia rural de principios de siglo.

Por desgracia, la obsesión enfermiza de Eirín no había hecho más que empezar. Y lo peor, de nuevo, fue la normalización de esa conducta. Hasta tal punto que Jessi se acostumbró desde bien joven a este sufrimiento. A sentirse vigilada, espiada, controlada, acosada, insultada y amenazada. Y todo sin otro motivo que la mala suerte. Por nacer en una casa con semejante ser humano al lado.

Los años pasaron, pero no así la obsesión de José Eirín Iglesias, que comparte segundo apellido con la joven, pero no guardan parentesco alguno. Conforme avanzaba la adolescencia de Jessi, su vida social y círculo de amistades aumentaba proporcionalmente al grado de acoso que sufría. Alguien podría llamarle celos, pero esa acepción no se corresponde en absoluto con quien hacía del hostigamiento y el amedrentamiento su forma de actuar.

Lo de ese muchacho era algo mucho más grave, y quienes minimizaban su execrable comportamiento, muchas veces apelando a la convivencia armoniosa en un pequeño lugar donde todo el mundo se conoce como Verducido, acabaron por ver la realidad. Empezando por los padres de ella, que cortaron toda relación con los de Eirín. Y aquí, ya sin cortapisa alguno de por medio, se agravó aun más el infierno de Jessi.

Los ejemplos son de película de terror: tras sacarse ella el carné, no era raro que la siguiese en coche —funesta precuela del crimen—; también la espiaba desde su ventana con indiscreción; otras veces la esperaba en la entrada de casa para saludarla y, de paso, dedicarle alguna ordinariez, o simplemente paseaba al lado de casa de Jessi con la vista fijada en los cristales por si la atisbaba.

Por alguna extraña razón, este sujeto pensaba que su campaña de acoso y persecución podría dar sus frutos en forma de un 'sí' a las numerosas proposiciones de ser pareja que él le planteaba cada cierto tiempo, y a las que ella acabó por no contestar. También lo bloqueó en WhatsApp.

La línea entre la maldad y la locura, y en esto coinciden los psicólogos forenses, es a veces muy fina —como se constató en el caso de Ana Sandamil—. Eirín fue tildado como un tipo raro por sus vecinos pero no le constan problemas mentales. Semeja que actuaba por pura maldad y que esas maldades estaban planificadas —la Fiscalía cree que el crimen también y así tratará de demostrarlo en el juicio, avanzó este jueves—.

El acoso de Eirín a Jéssica fue en aumento hasta dar paso a varios delitos

Si la vida de la joven era un auténtico infierno por culpa de este vecino, este aún fue varios pasos más allá cuando hace tres años comenzó una relación con Isma, un chico de la edad de Jessi. Ella ya le había advertido de que tenía un acosador, y según algunos allegados por eso decidieron marcharse a vivir a casa de él, en Portas. Lo hicieron porque antes, cuando ella residía aún en casa de sus padres, el hostigador cruzó una línea que evidenció, todavía más, que era un peligro para ella: rajó las ruedas de su coche varias veces y convirtió en costumbre saltar el muro de su casa, lo que llevó a los progenitores a poner cámaras.

Pero ni los 20 minutos en coche que separan Portas de Verducido pusieron tierra de por medio. El pasado jueves la siguió, como tantas otras veces, y estrelló su coche contra la puerta de ella. Jessi sufrió en vida un calvario que él, ni en la peor de las cárceles, vivirá.