A solo un palmo del cielo

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ELENA PARGA no se considera una gran escaladora ni una gran alpinista, solo una apasionada de la montaña, que ha marcado toda su vida. Por eso, ella no dudó ni un minuto en cambiar su Lugo natal por el valle de Benasque, donde vive actualmente. En pleno Pirineo aragonés se permite practicar el alpinismo en cualquier rato libre que le deje su trabajo como bióloga. Para Elena, el montañismo es su vida y la esencia de este, dice, tiene que ver con el compromiso y la exploración, algo que la ha llevado a estar nominada, junto con su compañero Jordi Corominas, a uno de los galardones más importantes del mundo: el Piolet d’Or. Su hazaña: abrir una nueva vía de acceso en estilo alpino al Cho Polu, un monte de 6.695 metros de altura situado en pleno corazón de Nepal y que hasta ese momento únicamente contaba con dos ascensiones previas.

A sus espaldas lleva gran cantidad de experiencias, pero de entre todas Elena escoge la que en el 2006 la llevó a subir al Himalaya por primera vez. «Nos fuimos a intentar el Nanda Devi Este, una montaña que no contaba con muchas ascensiones y que hacía entonces 14 años que no se subía. No lo conseguimos a causa de la climatología, ya que las malas condiciones de la nieve no nos lo permitieron, pero aprendimos muchísimo y la experiencia fue increíble», recuerda. Sin embargo, asegura que esa expedición la ha ayudado a afrontar otros retos. «El verte aislada, toda la logística que tuvimos que montar para aquella escalada... Llegas a plantearte la necesidad de ser autosuficiente», asegura.

UN ATLETA AMANTE DE LA MONTAÑA

José Manuel Pardo empezó hace 30 años en Os Ancares, O Courel y Picos de Europa. Su actividad como atleta le regalaba una buena forma física, algo que, unido a su pasión por la montaña y los espacios abiertos, lo animaron a atreverse con expediciones de altura. El Kilimanjaro, a casi 6.000 metros de altitud; el Chulu, en el Himalaya, a unos 6.200, o el Aconcagua, a casi 7.000, son algunas de las gestas que le han permitido a José Manuel adquirir experiencia.

«La montaña es un 90% de sufrimiento y un 10% de satisfacción», asegura. Pero, claro, hay más. Está, sobre todo, la ilusión de lograr nuevos retos y de vivir otras experiencias, con las que él asegura disfrutar al máximo. Antes, y como el cuerpo y la mente experimentan muchos cambios durante la ascensión, José Manuel recuerda que el tiempo de aclimatación es fundamental. «Cuanta más altura, te va faltando oxígeno, el frío aumenta, el apetito desaparece y empiezas a dormir mal. Las fuerzas flaquean y todo te cuesta un mundo», subraya. Por eso entiende que es muy importante elegir bien a los compañeros de cada expedición. «Nunca se me ocurriría ir en un grupo abierto. Al final, unos terminan tirando de otros», subraya.

EXPERIENCIAS DURAS

El monfortino Manuel Xosé Lemos se metió de lleno en el montañismo hace cinco años. Los Alpes, el Atlas, en Marruecos, y el año pasado el Himalaya forman parte del currículum de este apasionado del alpinismo.

Reconoce que, físicamente, este tipo de experiencias son duras, pero que al final merecen la pena. «Non só é a parte física, tamén está a psicolóxica. Hai momentos que eses mareos, dores de cabeza e taquicardias, unidos a temperaturas de 20 grados baixo cero...». Pero, por encima de todo, subraya la satisfacción de alcanzar la cima: «Chegar ao cumio e sentarte tranquilamente a observalo todo...». Después aún queda la bajada, por lo que Manuel es de los que opinan que la victoria no es tal hasta que no se llega al punto de partida. «Na baixada hai un cansancio extra acumulado e xa non vas con esa ilusión de cando subes en busca do cumio. É incluso máis complicado e faise máis duro», cuenta.

Por suerte, este monfortino nunca vio peligrar su vida y tampoco lo piensa en ningún momento. «Se o pensara non o faría», aclara. En su caso, la familia es la que peor lo pasa. «A miña muller comparte esta afección, pero no caso dos meus pais asústanse moito porque hai días que non podes comunicarte con ninguén», relata.

UNA INCORPORACIÓN RECIENTE

Al igual que José Manuel Pardo, la incorporación de José Ramón Fernández Triviño al mundo del montañismo también es reciente.

Siempre había sido su pasión, pero hasta que las circunstancias familiares y económicas se lo permitieron no pudo dar rienda suelta a una afición que ahora ocupa buena parte de su tiempo libre. Primero fueron Os Ancares, de ahí a los Pirineos y el Atlas, hasta llegar al ansiado Himalaya. «Vale la pena vivir este tipo de experiencias. Estás en otro país, lejos de casa, en unas condiciones físicas extrañas para ti...», señala.

Este tipo de expediciones exigen una buena preparación física y también psicológica. Así lo asegura José Ramón, que entiende que tienes que ser una persona centrada. «Todo depende del tiempo que le des al cuerpo para aclimatarse a esas nuevas condiciones. Si vas a la expedición con los días contados, el sufrimiento es mayor. El reto de la montaña está en saber si puedes o no, hay que intentarlo porque al final es una de las mayores satisfacciones que puedes tener», subraya.

SU MEDIO DE VIDA

Para Gonzalo Dell Agnola, el montañismo sí es su medio de vida. Monitor de la escuela de montañismo del Club Fluvial de Lugo y guía de montaña, ha subido a buena parte de las alturas de los cinco continentes. Pero Gonzalo es muy crítico, ya que asegura que este deporte se ha transformado en un auténtico negocio en el que no hay regulación: «Los sherpas están cansados y sienten que son tratados como animales. El auge de las expediciones occidentales los ha desbordado y les ha hecho perder su identidad».

Por encima de todo, este alpinista aconseja a todo aquel que se quiera iniciar en este deporte que primero se forme y, a la hora de enfrentarse a una montaña, que se concentren en como subirla, no en subirla sin más. «En todo momento hay que ser muy consciente de lo que uno se está jugando. No importa solo la foto en la cumbre», concluye.

Cuando la vida pende de un hilo a miles de metros de altura

Los alpinistas se refieren, a partir de los 8.000 metros de altitud, a la «zona de la muerte» . A partir de esa altura no hay oxígeno suficiente para mantener con vida a un humano. El recientemente fallecido Juanjo Garra se encontraba a pocos metros de conseguirlo, pero una rotura de tobillo frustró sus planes de alcanzar la cima del Dhaulagiri, en el Himalaya. Tras tres noches sin agua ni comida, con poco oxígeno y a menos de 23 grados, su cuerpo cedió.

Muchos alpinistas han vivido también situaciones límite en las que han temido incluso por su vida. Este es el caso de Gonzalo Dell Agnola, profesor de la escuela de montañismo del Club Fluvial de Lugo, que durante una expedición a Ausangate, la quinta montaña más alta de Perú, se vio envuelto en una avalancha de nieve. Gonzalo era quien dirigía la expedición y en esos momentos se disponía a instalar una sección de cuerdas fijas cuando, de repente, vio que una gran cantidad de nieve se les venía encima. «Es muy difícil de transmitir lo que vives en esos momentos. Mientras la avalancha me arrastraba era consciente de que podía morir, pero sabía que no podía hacer nada. Se me hizo eterno, pero al final tuvimos mucha suerte», recuerda.

En otra ocasión, cuando se encontraba a 6.000 metros de altitud, le sobrevino un cambio repentino de tiempo. Una gran tormenta de nieve le obligó entonces a pasar por situaciones extremas de hipotermia, unidas a una necesidad imperiosa de tener que escapar de aquel lugar. «Claro que sentí miedo, pero en esos momentos es bueno porque ayuda a movilizarte. El problema viene cuando este miedo se transforma en pánico y te paraliza», apunta.

Gonzalo asegura que en todos sus años de experiencia ha vivido varios momentos de tensión en los que ha sabido mantener la cabeza fría, lo que le ha permitido actuar de forma inmediata.

Sobre lo que le ocurrió a Juanjo Garra, este monitor explica que a 8.000 metros de altura es muy fácil cometer un error. «La seguridad en la montaña es algo prácticamente imposible», explica. Gonzalo asegura que es muy importante concienciar a la gente del riesgo que se corre al subir a ciertas alturas: «Hasta hace poco eran los menos los que subían a 8.000 metros de altura, pero hoy en día se arriesga mucho. Juanjo era un montañero con experiencia que tuvo mala suerte, el problema viene cuando se trata de gente anónima con dinero que necesitaría formarse primero antes de aventurarse a nada».

Sesenta años del ascenso al Everest

El pasado 29 de mayo se cumplían 60 años de una de las hazañas más difíciles logradas por el ser humano: la ascensión a la montaña más alta del planeta, el Everest, con sus 8.848 metros. La cumbre había sido inexpugnable hasta que el neozelandés Edmund Hillary y el sherpa Tenzing Norgay consiguieron el sueño. Puede decirse que esta fue la última gran hazaña de exploración geográfica del hombre en la Tierra, al que solo le quedaba mirar hacia la Luna. Llegaría 16 años después.

Condiciones

Hoy en día, los alpinistas suelen desembolsar decenas de miles de euros para coronar el techo del mundo, para lo cual disponen de un intervalo meteorológico óptimo de algunas semanas: de abril a la primera semana de junio, cuando los vientos habitualmente violentos se suavizan.

Españoles

Noventa españoles han coronado el Everest desde que el vasco Martín Zabaleta, el primero, pisara la cumbre, el 14 de mayo de 1990. Araceli Segarra fue la primera española que logró la hazaña, mientras que Juanito Oiarzabal y Chus Lago lo hicieron sin oxígeno.

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