Miedo escénico

Lo peor del miedo escénico es la paranoia que provoca. EFE
photo_camera Lo peor del miedo escénico es la paranoia que provoca. EFE

Han sentido miedo últimamente? No me refiero a esa sensación de miedo incierto e indefinido, como cuando te daban las notas e ibas camino de casa en un sin vivir, que en eso tengo algo de experiencia. No, me refiero a otra clase de miedo, un tipo de pánico irracional que te recorre el espinazo.

Una vez sentí algo parecido cuando aún se podía decir que era joven, en mi primer año de estudiante en Madrid. Me había gastado mis últimas dos mil pesetas en una entrada para ver al Celta en el Vicente Calderón y solo cuando ya estaba sentado en mi localidad caí en la cuenta de que aún faltaba una semana para acabar el mes. Bajé la vista maldiciendo mi mala cabeza cuando de repente me fijé en una billetera tirada justo a mis pies. No lo pensé. Hice como que se me caía distraídamente la cazadora y de forma disimulada la recuperé con la cartera en su interior.

Medio minuto después ya estaba en el servicio, a salvo de miradas incómodas, pero resulta que a la billetera ya la habían vaciado previamente y solo le quedaban carnés. Era propiedad de un taxista y desde aquella siempre les dejo la vuelta (si no es muy abultada) para descargar mi conciencia.

Fue entonces, tras salir del baño y dejarla a la vista sobre una repisa para que alguien la devolviese a su legítimo dueño, cuando empezó mi calvario. Me dio por pensar que todo había sido una argucia de un programa de cámara oculta que a mediados de los ochenta causaba furor, que allí me habían puesto la cartera a modo de cebo y yo había picado como un pardillo. En mi paranoia ya me imaginaba la emisión por la tele, el plano cerrado sobre mi acción y la voz en off: «Observen como este joven de forma disimulada trata de hacerse con esa cartera ajena...» Y creí adivinar también el bochorno de mis padres y las habladurías en Pontevedra. Solo respiré tranquilo cuando acabó la emisión del programa sin haber sido protagonista.

Había olvidado esa sensación de angustia hasta que el pasado martes me tocó entrevistar a un científico en un laboratorio de Santiago. Mientras el investigador atendía una llamada importante me dio por ojear un almanaque desplegado sobre una mesa cuando el faldón de mi abrigo rozó con unos tubos de ensayo. No me dio tiempo a ver que era, solo a sentir el crujir del cristal hecho añicos contra el suelo y la mirada aterrada de los investigadores. Por un momento creí que se trataba de un tubo sellado que contenía esporas de la viruela para cruzar con una cepa mutante de la gripe A en busca de una vacuna. Si están leyendo esto es que afortunadamente volvía a estar equivocado.

Ese tipo de miedo irracional fue el que imagino que también habrá sentido esta semana la mujer de un conocido entrenador de Primera División que en vísperas del partido dijo como para mandar un aviso: «Yo exijo siempre el máximo rendimiento, a mis jugadores y hasta a mi mujer».

A mí, que soy un paranoias, se me dio por dar la vuelta a la frase y pensar que era mi mujer la que podía dar una ‘rueda de prensa’ delante de sus amigas y con todos esos tópicos futboleros: «Yo a mi chico le exijo siempre el máximo rendimiento, que ponga toda la carne en el asador, y que dé la talla». Y entonces es cuando me volvieron los sudores, como en el laboratorio o el Vicente Calderón, porque empiezas a pensar a qué tipo de ‘talla’ se podía referir y temes lo peor, que así no hay quien rinda. Eso sí que es sentir presión, y me río yo de Valdano y su miedo escénico.

Por cierto, el equipo al que antes me refería perdió el sábado con el Español en el último minuto. Vamos, lo que toda la vida hemos llamado dar un gatillazo.

Por un momento creí que había roto un tubo con esporas de viruela

Cristiano y Corrochano

Escribir te permite criticar y también rectificar. El otro lunes hablé de Cristiano Ronaldo y me ha quedado mal sabor de boca. Sigo pensando que tiene algo más que un punto de presunción, pero viendo su emoción, su recordatorio a Eusebio y a los humildes orígenes de su familia cuando recogió el balón de oro me reconcilié algo con el personaje.

La segunda rectificación es con motivo de un homenaje al historico Cisne de balonmano de Pontevedra. Me olvidé de citar a Corrochano y alguien de la familia me lo echó en cara. Y tenía toda la razón.

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