La verdadera meta es la superación

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Maxi Rodríguez tiene ahora 25 años. Su vida cambió a los cuatro, cuando le diagnosticaron retinosis pigmentaria, una deficiencia visual severa de carácter hereditario que le priva de tener visión periférica y que, en condiciones de poca luz, le provoca una ceguera casi total, haciendo que no pueda manejarse sin la ayuda de otra persona. Pero esa importante limitación física no ha sido una barrera para que el velocista y saltador del Lucus Caixa Rural haya rozado lo más alto del deporte internacional. Medallista en varios campeonatos del mundo y atleta paralímpico, su palmarés no deja de crecer. A nivel nacional, la subida al cajón más alto del podio ha sido una constante en los últimos años. Este 2013 ha hecho incluso doblete con los oros, en 100 metros y salto de longitud, conseguidos el pasado mayo en el Campeonato de España de Atletismo Paralímpico (Monzón, Huesca). La cita le sirvió, además, para alcanzar la marca necesaria en la prueba de salto para deportistas con deficiencia visual severa para entrar en el Campeonato del Mundo que se disputará en Lyon (Francia) en julio.

Maxi tiene clara la compensación a todo su esfuerzo: «El atletismo me lo ha dado todo, éxitos, conocer a mucha gente en muchos lugares... fue lo que permitió que aquel niño que se inscribió avergonzado en la Once comenzase a estar orgulloso de sí mismo, por el reconocimiento social que supone y, sobre todo, me sirvió para mi superación personal».

Solo hay una cosa que iguala, e incluso llega a superar, la pasión por competir de Maxi, y es su faceta de entrenador. Confiesa que desde que comenzó como preparador «por casualidad, porque un amigo me pidió que le echara una mano, me fui implicando cada vez más y ahora, como entrenador profesional, prefiero ver competir a los niños que hacerlo yo, comprobar como evolucionan y progresan. Me encanta poder transmitirles todo lo que sé», dice con tanta pasión como la que pone al hablar de los retos que aún le quedan por alcanzar, el mayor ser medallista paralímpico. Quizás en Río de Janeiro 2016.

CUMPLIR UN SUEÑO

Avelino Basanta tuvo un sueño desde la adolescencia: convertirse en piloto de rallyes. Apenas cumplida la mayoría de edad se sacó el carné de conducir y probó suerte en autocross y en pruebas de karts. Su vida cambió en 2002, al sufrir un accidente de tráfico cuando acudía a trabajar y a consecuencia del cual su coche se incendió, provocándole importantes quemaduras de primero, segundo y tercer grado, sobre todo en las extremidades inferiores y superiores. La peor parada fue su pierna izquierda, que tuvieron que amputarle hasta la rodilla. Pero, paradójicamente, fue al salir del hospital cuando su sueño comenzó a tomar forma casi por casualidad. «Después del accidente, para mi recuperación, tan importante como la rehabilitación fue la compañía de los amigos, y precisamente en una de esas reuniones de pandilla funo de ellos, Daniel Castro, me propuso ser su copiloto en el Rallye San Froilán 2005». Avelino se lanzó a la aventura sin red, con su prótesis en la pierna izquierda, «y todo salió bien, así que buscamos patrocinador y corrimos algunas pruebas más. Todo rodó tan bien que Daniel me ayudó a encontrar un coche nuevo, me informé y conseguí que me hiciesen las adaptaciones necesarias en el vehículo. Ahí empecé a pensar que era posible y al año siguiente ya corrí el rallye lucense como piloto», recuerda emocionado, al tiempo que añade que «es indescriptible lo que se siente al pasar al asiento principal».

A partir de ahí, y con la ayuda de su copiloto, Luis Sandamil, no ha parado. Ha cambiado varias veces de coche y los éxitos se han ido acumulando en su palmarés. Ahora Basanta se siente tan satisfecho de haber tenido la oportunidad de competir durante años que ya piensa en una no muy lejana retirada para dedicarse de lleno a ayudar y formar a otros pilotos jóvenes que precisan coches adaptados. «Estamos trabajando con un chico que tuvo un accidente el año pasado. Yo estoy convencido de que poder competir fue mi salvación, porque creo que de otro modo, tras el accidente y con una gran invalidez, mi vida no habría ido por buen camino, así que ahora me toca agradecer esa suerte», acaba.

SENTIR LAS OLAS

Siendo originario de Zarautz (Guipúzcoa), el mar atrajo desde siempre a Aitor Francesena, que aprendió a disfrutarlo al máximo sobre una tabla de surf. La costa de Lugo, y sobre todo las aguas de Foz, fueron para él lugar de entrenamiento y disfrute de esta práctica durante años, Pero pronto voló más alto: se inició en la competición oficial y con ella llegaron los triunfos de este pionero de este deporte en España, entrenador de élite y en la actualidad también seleccionador nacional de la Federación Española de Surf.

Pero su mérito va mucho más allá de los éxitos deportivos. Aitor, ‘Gallo’, nació con un glaucoma congénito que le hizo pasar por más de una decena de operaciones. A los 14 años perdió el ojo derecho, lo cual no le impidió seguir en el mundo del surf al más alto nivel, hasta que el año pasado se quedó también sin la visión del izquierdo. «Antes no era complicado, te amoldas a hacer tu vida normal con un ojo como con un riñón, pero al quedarme ciego el cambio fue brutal. Pese a ello, nunca pensé en dejar el surf, porque es mi vida», dice convencido.

Solo unos meses después de aquel traumático cambió, Gallo ya vuelve a coger olas, como se dice en el argot de los surferos, aunque con ayuda. «Otra persona va junto a mí, aunque cada uno en su tabla, me da pautas habladas para situarme en dirección a la orilla y para posicionarme hasta coger la ola, y a partir de ahí vuelvo a ser yo solo con el mar», cuenta. Ya ha hecho una treintena de baños sobre su tabla de surf desde que está ciego y, aunque no todos han salido bien, va mejorando y aprendiendo a disfrutar de cosas nuevas: «Ahora valoro mucho más el momento de bajar la ola, le doy más importancia a las sensaciones, y cada vez que me sale bien me siento pleno».

Aitor también ha retomado su faceta de entrenador «porque después de tantos años hablando a mis alumnos de sacrificio y esfuerzo, tengo que dar ejemplo, mantener la misma fuerza o, al menos, el mismo carácter».

De maratón en maratón a las puertas de los 70

Daniel Aguilar, el padre de la laureada atleta olímpica Alessandra Aguilar, soplará 70 velas en su próximo cumpleaños, pero todavía sigue buscando maratones en el calendario anual, dispuesto a desplazarse hasta cualquier punto del país a hacer lo que más le gusta: correr.

Aguilar, que fue uno de los fundadores del club de atletismo lucense Lucus Caixa Rural, lleva corriendo más de medio siglo, y lo hace a diario. A las siete de la mañana ya está en el gimnasio y después toca carrera -unos 10 kilómetros-, en total un par de horas diarias de entrenamiento. «Ahora ya tengo que plegarme a lo que el cuerpo me permite, no a lo que la cabeza me pide, que es mucho más», confiesa.

Para este deportista empedernido, correr es mucho más que un placer, «es una necesidad, porque cuando alguna temporada tuve que parar por problemas en las articulaciones me cambió hasta el carácter», y añade que, por contra, «mientras corro siento una total sensación de libertad, porque me relajo y desconecto de todo».

Efecto socializador

Aunque ahora limita más su asistencia a pruebas de largo recorrido, durante muchos años los maratones -42,195 kilómetros de recorrido- han sido su pan de cada día, e incluso llegó a correr pruebas de 100 kilómetros. «Además de la estricta práctica deportiva acudir a esas competiciones me ha proporcionado muchos y buenos amigos», dice.

Y sigue compitiendo, seguro de que «ya no voy a mejorar en nada, pero el estímulo permanece intacto», concluye.

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