El Barcelona y la Liga famélica

GANÓ EL BARCELONA la Liga. Y el Real Madrid será segundo. Nada nuevo. Desde hace años, azulgranas y blancos se reparten títulos y subcampeonatos. En los últimos diez años solo el Valencia, campeón en 2004, y el Villarreal, hoy en Segunda División y segundo tras el Real Madrid en 2008, osaron interponerse entre los dos grandes. El dominio de Madrid y Barça es incontestable y más intenso que nunca. Desde luego, no es una casualidad. El origen de este desequilibrio cada vez mayor es económico. Mientras que los dos grandes presentan cuentas relucientes -el Barça, en buena medida, gracias al patrocinio de Catar-, el resto se ahoga entre deudas, déficits y números rojos. Como la situación económica es cada vez más precaria, la calidad de las plantillas se reduce. Consecuentemente, la posibilidad de Valencia, Atlético o Málaga de plantar cara a blancos y azulgranas se reduce año a año. Así se explican los números, de récord o casi, que han presentado en las últimas campañas los dos gigantes, tendencia que en el actual curso se va a ver ratificada.

Así está la Liga, con dos glotones insaciables que no paran de crecer y un pelotón de famélicos rivales que no tienen ni medio tortazo. A medio plazo -a largo plazo, como decía Keynes, todos estaremos muertos- este empequeñecimiento de la Liga repercutirá en la capacidad competitiva de Madrid y Barça en Europa.

Mientras tanto, nadie pone remedio y busca, como se hace en otros campeonatos, fórmulas para que haya un mayor equilibrio de fuerzas. La miopía de los dirigentes del fútbol español es preocupante. No se dan cuenta de que su Liga es cada vez menos interesante, que su producto cada vez tiene más dificultades para venderse. Y ese es, sin duda, un camino hacia el cementerio.

¿Qué ha hecho el Benfica para merecer esto?

¿Cree usted en las brujas? ¿Y en los ovnis? ¿Existen los fantasmas? ¿Hay vida en Marte? ¿Ganará alguna vez el Benfica una competición europea? Desde luego, lo del equipo portugués es de Expediente X. O de Cuarto Milenio. Ya se verá cuánto tarda Íker Jiménez en meter sus narices en el asunto. Lo cierto es que el Benfica, el equipo más popular de Portugal, el más famoso, ha renovado esta semana la maldición, ya cincuentona, de Bela Guttman.

Resulta que el técnico húngaro, despechado por su despido en 1962, tras ganar dos Copas de Europa consecutivas con las águilas, las que rompieron el dominio de cinco años seguidos del gran Real Madrid de Di Stéfano, Puskas, Gento y compañía, lanzó al aire su maldición. «Sin mí, nunca volveréis a ganar la Copa de Europa», vino a decir Guttman. Y así ha sido.

Desde entonces, el Benfica no ha ganado una sola de las siete finales europeas que ha disputado entre Champions, Copa de la Uefa o la actual Liga Europa. Siete finales, siete derrotas, a cual más cruel, como la del psadao miércoles en el Amsterdam Arena ante el Chelsea, en pleno descuento cuando todo el mundo daba por hecha la prórroga. Y eso solo cuatro días después de perder ante el Oporto, también en el descuento, el partido decisivo para el desenlace de una Liga de Portugal que tenía prácticamente en el bolsillo. Lo dicho, ¿cree usted en las brujas? ¿Y en los ovnis? ¿Existen los fantasmas? En Lisboa tiene su propia idea al respecto.

Instituciones, clubes deportivos y brindis al sol

Es loable, aunque se entiende a quienes lo critican, que la Diputación y el Ayuntamiento hayan decidido echar una mano en el proceso de conversión del Lugo en sociedad anónima deportiva. Al fin y al cabo, como dice Julio González (que el pasado jueves anunció su intención de abandonar la presidencia del Breogán), el deporte profesional cumple una función social en una ciudad que no anda sobrada precisamente de eventos de interés para llenar el tiempo libre. Y está bien que tanto Diputación como Ayuntamiento exijan garantías de que la ayuda se va a devolver en un plazo. Menos claro está el anunciado proceso de salida de la Diputación del accionariado del Breogán. Ni es sencillo ni se puede hacer en poco tiempo. Más que nada es una intención, un brindis al sol, un guiño con indudable interés electoral a unos ciudadanos agobiados por la crisis y que creen que el dinero público debería estar para cuestiones esenciales. Porque, de momento, ni se ha explicado el proceso ni se ha fijado un calendario de plazos para cumplirlo.

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