La ceremonia de inauguración, a las 00.15 horas

Arrancan los Juegos de Río entre la ilusión, la pasión y la incertidumbre

La ciudad brasileña alberga los primeros Juegos Olímpicos de la historia que se celebran en Suramérica a la espera de que el espectáculo deportivo ayude a olvidar el caos organizativo
Inauguración de los Juegos en Río
photo_camera Inauguración de los Juegos en Río

El cielo a escasos metros del infierno. Las amplias avenidas, las tiendas de lujo más exclusivas, la opulencia absoluta conviven casi sin solución de continuidad con la dura realidad de las favelas, la miseria y la desesperanza total. Así es Río de Janeiro, la sede de los Juegos Olímpicos de 2016, que arrancan este viernes. Ese carácter tan extremo va a marcar estos Juegos para bien y para mal, unos Juegos en los que, como en Río, lo sublime puede habitar a escasa distancia de lo grotesco.

Conocidos y ampliamente publicitados ya los problemas de Río para acoger los Juegos, un clásico en los meses previos de cada cita olímpica se celebre donde se celebre, quizá se comprenden las razones por las que, hasta ahora, ni Brasil ni Suramérica han albergado jamás la mayor de las fiestas deportivas del orbe. Ocurre que los problemas estructurales de Río de Janeiro para ser la sede de los Juegos van más allá de lo acostumbrado. La villa olímpica es un desastre. Entre falta de instalaciones, otras que están incompletas y la inseguridad galopante de la megalópolis brasileña, cosas que quizá se olviden o se solapen en cuanto el deporte tome la palabra, Río ha demostrado que no está preparada aún para grandes eventos. Tan grave es la situación que puede hacer tambalear al siempre sólido movimiento olímpico. No extraña, pues, que a su conclusión, el domingo 21, los de Río de Janeiro sean proclamados como los Juegos Olímpicos más desastrosos de la historia. Tal tamaño ha alcanzado la crisis olímpica que, desde dentro, ya hay quien cuestiona el porqué de tanta opulencia y para qué tantos gastos (las ciudades organizadoras suelen endeudarse para décadas).

Pero no todo son malas noticias. En Río, donde la riqueza convive de forma inusitada con la miseria, sus Juegos van a tener también mucho de espectáculo, mucho de épico. Hasta la ciudad se desplazan con objetivos muy precisos dos de los más grandes deportistas del momento y de la historia. En Río tienen una cita capital los colosales Usain Bolt y Michael Phelps. Quizá sean los últimos Juegos para ambos. Phelps acude a su quinta cita olímpica (debutó en Sydney con solo 15 años) con poco que demostrar. El mayor acaparador de medallas olímpicas de la historia (22) tan solo quiere demostrar que, rebasada la frontera de los 30 años (tiene 31), aún puede ser competitivo.

Phelps ya no es el de antes. Ni siquiera tiene ya la mejor marca mundial en las pruebas en que va a nadar, pero está bien preparado. Y es Phelps. Cualquier cosa se puede esperar, por supuesto algo grande, de quien persigue conquistar al menos una medalla de oro por cuartos Juegos consecutivos, olimpo exclusivo donde solo habitan de momento el lanzador Al Oerter (cuatro oros entre 1956 y 1968) y el legendario velocista Carl Lewis (otros tantos entre 1984 y 1996).

Al final, el objetivo de Bolt es el mismo que el de Phelps, la gloria, aunque el prodigio jamaicano aún domina con puño de hierro en su deporte. No hay quien le tosa a Bolt desde su maravillosa irrupción, a golpe de medallas de oro y récords del mundo, en Pekín 2008, hace ocho años ya. Y no parece que el final de su reinado esté en Río. A sus 29 años, el jamaicano está en plena forma y solo su última lesión, de la que parece recuperado, puede frenarle en su objetivo de unir tres oros más a los seis sumados entre Pekín y Londres en los 100, los 200 metros y los relevos 4x100. Bolt no conoce otro color que el del oro en citas olímpicas y todo lo que no sea eso en Río ha de ser considerado una mayúscula sorpresa y, quizá, el inicio de su declive.

El temor al virus zika, excusa perfecta para huir de Río en una temporada muy cargada, ha alejado de los Juegos a grandes figuras. No se dejarán ver las dos mayores estrellas del momento en la NBA, Stephen Curry y LeBron James. También la elite mundial del golf (Jason Day, Dustin Johnson, Jordan Spieth, Rory McIlroy...) ha huido en masa. Tampoco se verá por Río al legendario Roger Federer, a quien una inoportuna lesión ha apartado de las pistas de tenis hasta el año 2017. Por otros motivos bien conocidos tampoco se desplaza la mítica pertiguista rusa Yelena Isinbayeva.

Ninguno de los mencionados estará en Río, que no obstante cuenta con suficientes estrellas. Porque en tenis, al margen de Federer, sí estarán las grandes figuras del momento, encabezadas por Novak Djokovic, para el que el oro en unos Juegos (ganó el bronce en Pekín) es una de sus escasas conquistas pendientes. Al acecho estarán Andy Murray y Rafa Nadal, este oro en 2008 y deseoso de demostrar que aún le queda cuerda.

Pese a las bajas de Curry, James y otros, el equipo de baloncesto de Estados Unidos volverá a acaparar focos. La presencia de gente como Kevin Durant, Kyrie Irving, Carmelo Anthony o Klay Thompson hacen de Estados Unidos el gran candidato al oro, con el permiso de una selección española a la que leyendas como Pau Gasol, Juan Carlos Navarro o Felipe Reyes prestarán su último servicio.

El ciclista Chris Froome, tricampeón ya del Tour, busca su primer oro tras el bronce logrado en contrarreloj en Londres. También se hablará mucho de Neymar. Una de las grandes estrellas del Barcelona ha renunciado a la pretemporada de su equipo, con el permiso del club por supuesto, para guiar a Brasil hacia el único título que le falta a su fútbol, el oro olímpico. Fácil no lo tendrá, pero si hay una ocasión para superar el trauma del Mundial 2014, es esta.

Es de esperar que se hable más de estas figuras que de los problemas. Por unos días, el deporte toma la palabra en este nefasto, a todos los niveles, 2016, que solo ha traído terrorismo y malas noticias al mundo. Ojalá que Río, y el deporte, superen el examen. Merece la pena.

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