Una comarca que vive el año santo jubilar

Incrustada en el corazón de los Picos de Europa, Liébana celebra unos meses de indulgencias plenas a los romeros
Celebraciones del año santo lebaniego
photo_camera Celebraciones del año santo lebaniego

Está poblada Cantabria de topónimos esdrújulos. De entre todos los topónimos esdrújulos cántabros —pongamos que Pámanes, Bárcena, Cóbreces, Cabuérniga o Liérganes— es Liébana el que toma protagonismo cuando se acaba de inaugurar un Año Santo de indulgencias plenas a los romeros que entren por la Puerta del Perdón del monasterio de Santo Toribio hasta el 22 de abril del año que viene.

La comarca de Liébana es una de las más definidas de Cantabria, en la vertiente oriental de los Picos de Europa y aislada por una orografía complicada y dada a los argayos, el cantabrísimo sustantivo —evidencia de una lengua en extición— para referirse a los desprendimientos de tierras y piedras en la ladera de un monte.

Varios valles conforman esta tierra protegida por cumbres de neveros casi perpetuos —o que lo eran hasta el calentamiento acelerado de los últimos años— y que regalan a este territorio un microclima que permite cultivos como la vid, frutales y distintos tipos de legumbres. Para hacerse una idea de cómo es Liébana, un dato: Potes, un municipio de poco más de 1.500 habitantes cuya cabecera es la capital y principal población de la comarca, está a 291 metros sobre el nivel del mar —menos que Lugo o Cotobade—, mientras que a solo 20 kilómetros de Potes, Fuente Dé sobrepasa los mil metros sobre el mar. Allí se toma un teleférico que lleva al mirador de los Picos de Europa y que en poco más de tres minutos supera un desnivel de 800 metros. Desde este emplazamiento privilegiado se divisan Peña Olvidada y Peña Vieja, que con sus 2.617 metros había sido considerada el techo de Cantabria hasta que ha sido desplazada en los últimos años por Torre Blanca, de 2.618 metros.

La vida en Liébana no ha sido fácil y, quizás por ese motivo, las formas de poblamiento tradicional, el tipismo de los pueblos y barrios y los usos de la tierra —pastoreo de cabras y ovejas— han permanecido suspendidos en el tiempo y así han recibido a los turistas desde que esta comarca se ha convertido en uno de los principales reclamos de Cantabria, al calor del parque nacional de los Picos de Europa y el creciente interés por el turismo de montaña y rural.

Potes, su capital, es un lugar empedrado, de callejuelas estrechas y con un diseño heredado de la Edad Media. El edificio más llamativo de la villa es la Torre del Infantado, del siglo XV, que fue del marqués de Santillana, pero todo el entramado urbano está jalonado por casonas más o menos blasonadas. Merece la pena recorrer el barrio de La Solana y cruzar el río Quiviesa a través de los puentes de San Cayetano y de la Cárcel.

Si tiene opción, que sea un lunes, día de mercado semanal que reúne a lebaniegos de los siete municipios de la comarca para ofertar sus productos. Legumbres, fruta, frutos secos, embutidos o quesos producidos por la zona. Muchos de estos productos son la base de su plato más característico, el cocido lebaniego, que se puede acompañar con el típico orujo o con el tradicional té del puerto, que a menudo se endulza con miel de las colmenas de la zona.

A pocos kilómetros de Potes, siguiendo la carretera que dirige a Espinama y Fuente Dé, ya en el municipio de Camaleño, se encuentra el monasterio franciscano de Santo Toribio, un edificio ecléctico de factura gótica que fue ampliado en época barroca.

Santo Toribio alberga el trozo más grande del Lignum Crucis, la cruz en la que Jesuscristo murió torturado, y la importancia de esta reliquia ha propiciado que este monasterio de un lugar minúsculo de las montañas de Cantabria se haya ingresado en el reducido grupo de lugares santos del cristianismo, junto a Roma, Jerusalén, Caravaca de la Cruz y Santiago de Compostela.

Santo Toribio está edificado sobre el mito de la Reconquista y los inicios de la peregrinación a Compostela, como uno de los hitos del Camino Vadiniense, la ruta que llegaba a Santiago desde San Vicente de la Barquera, en la costa cántabra, y que sigue el desfiladero de La Hermida hasta Potes y Santo Toribio, continúa por Riaño y Cistierna (hoy en León) y se une al Camino Francés en Mansilla de las Mulas.

Santo Toribio fue también, en el siglo octavo, refugio del monje mozárabe cántabro Beato, autor de las ilustraciones del célebre Comentario al Apocalipsis, una de las cimas del arte amanuense de la alta Edad Media cuyas muestras se conocen como ‘beatos’; algunos de ellos pueden contemplarse en el monasterio.

De la actividad monacal en la comarca en épocal medieval queda también como evidencia la maravillosa iglesia románica de Santa María de Piasca, en el municipio de Cabezón de Liébana, que alberga también el santuario de la Virgen de la Luz, la Santuca, patrona de todos los lebaniegos.

Uno de los tesoros del arte sacro lebaniego es la iglesia mozárabe de Santa María de Lebeña, el mejor ejemplo de esta arquitectura de repoblación y que esconde en su altar mayor una estela cántabrorromana que es uno de los símbolos identitarios de Cantabria.

El secreto mejor guardado de Liébana responde al nombre de Tresviso —tras el abismo—, con 70 habitantes, uno de los municipios menos poblados de Cantabria y, sin ninguna duda, el más inaccesible de los 102 de la autonomía. Tresviso es célebre por su queso picón —aquí se llama así a los quesos azules— y punto de partida para iniciar aventuras como la subida al Cuetu la Cerralosa o al Cantu la Jorcaúra, para comenzar el descenso por el sendero de la Peña, seis kilómetros tortuosos con premios como las vistas desde el mirador de Pilatos, 600 metros de caída libre en un promontorio natural sobre el río Urdón.

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