Thor enfila hacia O Vicedo

Los clásicos no abandonarán Xilloi, Abrela o el mar de Arealonga, pero es Area Grande la llamada a hacer historia en la Romaxe Viquinga
Recreación del desembarco vikingo, en la primera edición de la romería de Area Grande, el pasado verano
photo_camera Recreación del desembarco vikingo, en la primera edición de la romería de Area Grande, el pasado verano

Las correrías de los vikingos tiempo atrás le han devuelto un protagonismo que mañana y pasado se escenificará en la playa de San Román. Un poco de arqueología y mucho de recreación y ambientación históricas de lo que allí pudo pasar, que se supone cruento.

El sábado el mismo alcalde Jesús Novo capitaneará la incursión a bordo de una nave que sigue el rumbo de otras fiestas históricas. Todo por la fiesta, aunque sea blandiendo la espada desde el otro lado pues, ya se sabe, con el verano los regidores deben amoldarse a lo que toque: notable romano, líder castrexo o vikingo a la vista. A partir del mediodía, el espectáculo de Queiman e Pousa incluye exhibiciones de forja y trabajos en cuero, además de un taller de cota de malla en el campamento de Os Moutillós. El Concello de O Vicedo, con ocasión de la romería ha fletado buses desde Viveiro y O Barqueiro a un euro el trayecto para que la batalla sea lo más concurrida posible. Hasta la noche están previstas exhibiciones de combates vikingos y una charla sobre su indumentaria guerrera, pero también juegos tradicionales. Los escandinavos son, por esta vez, bienvenidos y celebrados.

EL BRAZO DE QUINN. La afición por la playa y la taberna no tienen límites y ofrecen tesoros insospechados. En el chiringuito rosa porriño que la Diputación construyó en la de San Román la decoración ha tomado con los años línea argumental. En principio te quedabas con el ribeteado pasamanos de forja en la escalera de acceso al comedor, inspiración de engarabitadora floresta. Un ascenso barroco como el de los retablos con ornamentos vegetales.

Últimamente, sin embargo, todo ha girado hacia lo pagano. Han montado el desembarco vikingo, aprovechando que los nórdicos habrían pasado por allí y ahora el bar lo preside un gran cuadro que representa un drakkar acercándose. Y en la esquina de la terraza, un vikingo tallado en un madero observa la playa. Parece vigilar la gran cruz de piedra que en uno de sus extremos recuerda las muertes ocurridas en los cincuenta del siglo pasado al naufragar el balandro Drácula. En su zozobra, se llevó la vida de tres hombres y una mujer.

El guerrero, impertérrito ante cualquier desgracia, es de factura ruda y multicolor. Bastante apresurada pero, por lo menos, no tiene cuernos. Que logre transmitir la ferocidad de aquella gente o el recio carácter moldeado por el océano es cosa distinta. Aparenta más duro que esos otros brazos escanciadores de sidra que también abundan. Puede compararse, por ejemplo, con el de As Tixolas, junto a la playa de Covas, en Viveiro.

Por fortuna, lo principal en San Román está en el ambiente. Las olas golpean con estruendo, inundándolo todo. Es el mar el que esparce maderas carcomidas o talladas en cada embestida. La misma playa aparece más abrigada hacia el empinado acceso a Os Moutillós que culmina en un paso estrecho entre una muralla natural de arena. También hay un amago de desfiladero sobre la duna; solo falta un centinela de verdad y nos veremos sumergidos en un campamento de aquellas hordas o en un desembarco costero. Y a la espalda del lugar, el riachuelo corre manso bajo una tupida selva. Desde fuera parece un tapiz de ramas con una tensa maraña de ideas en el vientre.

Demasiadas cosas esperando que algo ocurra mientras la clientela disfruta del café y los helados de chocolate. En San Román la visión de los mercantes fondeados frente a los acantilados y el rompiente de olas siempre es espectacular e inquietante.

Dentro del establecimiento de la playa la fuerza vikinga parece alcanzar la barra del bar. De ella emerge un musculoso antebrazo, obra en bronce del artista Lorenzo Quinn, hijo escultor del inolvidable actor (menos conocido como escultor) Anthony Quinn. Para adorno del tirador de cerveza, Lorenzo Quinn quizás se inspiró en la belicosidad y rudeza del padre, tipo con mucho arrojo, boxeador profesional y de complexión enorme. Con sus 1,88 metros pasaría por vikingo si no fuera por una tez de Barrabás, de un Zorba, del curtido bucanero caribeño o el viejo lobo de mar que no podía faltar en la escena. El violento papel de Antínoo en Ulises también le vino como anillo al dedo a Anthony Quinn, que participó en otras películas encarnando a crueles corsarios. ¿Quién no recuerda a Antonio Rodolfo Quinn Oaxaca, secundario de lujo e inolvidable Gauguin en El loco del pelo rojo donde Kirk Douglas interpretaba a Van Gogh? ¿O al Caifás de Zefirelli? Falleció en 2001 y tuvo 13 hijos con cuatro esposas.

Ese brazo cervecero de Quinn -se revenden en internet por unos cientos de euros y son una oscura composición de músculos, venas y tendones sosteniendo la jarra que tanto empinaban los nórdicos antes de hacer correr la sangre- preludia la abrupta aparición de un villano. Un pirata o aventurero, quizás también el brazo de algún borrachín, a los que Quinn padre dio vida. El gesto de un vitalista que tuvo sus dos últimos vástagos a los 80 años. En todo caso, el artista lo facturó con intención muy distinta: "Brindemos por la amistad", algo en lo que todos los vicedenses coincidirán.

En San Román alguien rodará algún día una película, vikinga, de Drácula o sobre cualquier otro drama. Para la de este sábado, el desembarco nórdico está encaminado. Incluso el polifacético Jesús Novo, espada en mano y demostrada experiencia como lobo de mar o sobre los ocasionales escenarios de cantante aficionado, sería un perfecto secundario para el actor de Chihuahua.

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