"Se tocaban con coronas hechas de espinos que hacían salir la sangre"

O XOVES Santo meus pais, ela de negro e con mantilla e un gran rosario de acibeche e el de levita e chisteira, ían visitar os monumentos para un dos cuais, o de San Francisco, enviaran, coma todos, unha vela de cera cunha tiriña de papel co seu nome pegado nela para despois recoller o cabo que podía ter logo importantes usos se había treboada ou se había que recibir o viático. Na tarde do mesmo Xoves Santo había a procesión da Santa Cea cuxa imaxe central era a de Xesús cos seus discípulos arredor da mesa e no medio dela un año de madeira na súa fonte e a unha e outra banda os dous roscóns que mandaran o ministro (o grande) e mais a ministra (o pequeno) da V.O.T., que rexía, co espirito fervente dun Savonarola, o crego don Francisco Fraga: meu pai fora ministro un ano e a miña tía Matilde ministra outro ano e tiveran que mandar o respectivos roscóns que, rematada a procesión, eran devoltos aos donantes que os repartían entre os amigos.

Luis Tobío / Viveiro

Un cativo de romanoHay tres momentos inolvidables en la Semana Santa mindoniense: El Santo Encuentro, el Santo Entierro y la Soledad o procesión de Os Caladiños. Si el primero impresionaba a los más pequeños, el Santo Entierro destacaba por la solemnidad con la que acudían todos los hombres. Si algún chico acompañaba a su padre en la fila de la procesión significaba que, en el estatutos de la pandilla, ya casi era un hombre. La procesión de Os Caladiños no era de soledad, porque era la procesión más concurrida de fieles. Ni de caladiños, porque el Plorans y los «¡Ay de mí!» llenaban los corazones de ensordecedora devoción. Me impresionaba el color de la cara de tanta mujer mindoniense, iluminada por la luz de las velas que portaban. Todas tenían el color de la cara de la imagen de La Dolorosa.

Xosé María Ruiz Leivas / Mondoñedo

Formando parte de la Schola Cantorum fue como me encontré, cara a cara y por primera vez, con la Semana Santa de Lugo. El Seminario está casi pegado al edifico que en aquellas fechas albergaba la prisión provincial, y en 1956 la procesión de la Esperanza hizo su primera parada frente a la cárcel, de la que salió indultado un preso, al que le pusieron un capuchón para garantizar su anonimato. Su liberación se debía a la Virgen de la Esperanza. La siguiente parada se efectuó a unos cien metros más adelante, en la calle Ángel López Pérez, frente al Seminario, donde la Schola Cantorum interpretó una composición de música sacra. Miré fijamente, con mis ojos infantiles, a aquel preso de rostro oculto y cuyos delitos yo desconocía, y sentí una emoción que ya nunca pude olvidar. A partir de ahí, Lugo ya nunca más fue para mí lugar de paso. Fue el lugar en el que -junto con la aldea en la que nací, Moldes, en Melide- tengo echadas mi áncoras y mis raíces más profundas.

Manuel Silva García / Lugo

Se bendecía el fuego y el agua, y cada vecino hacía acopio del agua bendita que necesariamente conservaría en casa durante todo el año, para cuando fuera menester. Los vecinos retirarían también los restos de la vela que habían aportado el Jueves Santo, y que sería guardada como cirio pascual. Se encendería con ocasión de la visita del cura a los enfermos para administrar la Extremaunción, o cuando la tormenta arreciaba para rezarle a Santa Bárbara. También en estas fechas, el cura expedía las bulas que eximían a los feligreses de la abstinencia de comer carne todos los viernes del año, con la excepción de la cuaresma. El precio solía ser módico, pero las familias de economía precaria prescindían de ellas, porque según decían, no disponían de recursos para comer carne un día a la semana, sino muchos días.

Manuel Romay López / Ombreiro / Lugo

Cofradías y hermandades se nutren económicamente de las cuotas que van aportando las cofrades, doce, quince pesetas entonces, y también de algunas donaciones, sobre todo de algún cubano que venía, y a cambio lo hacían hermano. A una nicaragüense, en agradecimiento, se le hizo una merienda en el Casino. La Hermandad de la Santa Cruz nació para acoger a las señoras y las señoritas del pueblo de Viveiro que irán vestidas con la clásica mantilla española. Recuerdo cuando nos dijeron que venían de la televisión, y salieron todas las mantillas que había en Viveiro y alrededores, y luego la tele, nada.

Pura García Guerreiro / Viveiro

El martes era el turno de la Procesión del Buen Jesús; el miércoles, la de la Virgen de la Piedad y el Cristo del Perdón, que me hacía recordar estremecida las palabras de misericordia pronunciadas en la cruz: «Perdónalos, Padre, porque no saben lo que hacen». El jueves salía en procesión la imagen imponente de la Última Cena. El viernes por la noche, tras el paso del Santo Entierro, se celebra la procesión de As Caladiñas, a la que solo asistían mujeres, siempre en riguroso silencio, siempre portando velas. Mi madre nos llevó a mi hermana y a mí cuando tuvimos ocasión de comprender lo que significaba aquel ritual de soledad y respeto. Eran instantes de recogimiento y emoción, de aguardar el momento de la resurrección que se aproxima y se consuma el domingo, cuando tocan a rebato las campanas de la catedral, y Cristo regresa al mundo. La procesión dominical del Santo Encuentro era distinta a las otras, más alegre y festiva que ninguna, por recoger el momento emocionante del regreso del hijo a los brazos de la madre que teme haberlo perdido.

Marta Rivera de la Cruz / Lugo

Los antiguos sudarios eran simplemente sábanas de lino que se colocaban tapando el cuerpo y se ceñían a la cintura con una soga de esparto. Se tocaban estos penitentes con coronas hechas de espinos que clavándose en la carne hacían salir la sangre que empapaba las sábanas haciendo un espectáculo de acusado patetismo. Pero el hábito más frecuente en la Semana Santa lucense era un ropón de saco, de color marrón o morado según la hermandad o paso, con un capuz del mismo color que tiene dos aberturas para los ojos, se ciñe la cintura con cordón propio de cada devoción, se completa con una cruz de madera que sobre el hombro trae el penitente -otros sin embargo traen hachones de cera-, a los pies acostumbran calzar un par de sandalias, cuando no van descalzos.

José Manuel Abel Expósito / Lugo

Las procesiones del martes y del miércoles desfilaban sin pena ni gloria aunque, ya ve usted don Nicomedes lo que avanza la ciencia, un año pusieron altavoces a lo largo de la calle de la Reina para que el chantre de la catedral cantara a voz en grito eso de «perdona a tu pueblo, perdónalo Señorrr», lo que causaba estupefacción a todas las beatas que hacían fila en las aceras esperando el paso de más y más penitentes. El Jueves ya era otra cosa. Primero estaban los santos oficios aunque, con un poco de suerte, podías evitártelos. Un dolor de tripa salvador u otra disculpa podían servir porque las horas se hacían eternas en las iglesias, donde todos los altares estaban tapados por cortinajes morados para ocultar las imágenes de culto. Rezo tras rezo, el sonido de las carracas para despertarte de la modorra y poco más. Alguna persona que daba un cabezazo de sueño, a punto de irse de bruces al suelo, comenzaba a mover la cabeza de arriba abajo con aire de recogimiento como si estuviese adorando a todos los santos del cielo.

Carlos Varela Prieto / Lugo

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