Otero Yglesias pinta en Lugo "un aeropuerto de coníferas"

El artista expone sus nuevas obras en 'El bosque', en la galería La Catedral I de Lugo

Otero Yglesias, en la galería La Catedral de Lugo. SEBAS SENANDE
photo_camera Otero Yglesias, en la galería La Catedral de Lugo. SEBAS SENANDE

Jesús Otero Yglesias estaba este miércoles de visita en Lugo para abrir las puertas de la galería La Catedral I, en Bispo Basulto, en la que muestra sus nuevos cuadros en la exposición El bosque.

El artista nació en Lugo y reside administrativamente en Lugo desde que nació, en 1963; pero su padre era de Piúgos, en el jardín del Edén que rodea la ciudad. "Desde que empecé a trabajar, hace treinta años, la naturaleza es una constante en mi obra", dice este hombre de negro que investiga dentro de la "verticalidad y la densidad" del bosque. Su delgadez hundida en las marcas pálidas de la cara le da un aspecto de ser cínico, uno de los filósofos griegos que vivían apartados de las polis, y se apoyaban en una rama de peral.

"Cuando era niño íbamos mucho a Piúgos. Andaba entre árboles, subía a los árboles, disfrutaba con los amaneceres frescos, andaba con los animales; comíamos distinto, de los que nos daban los animales; buscaba lo ínfimo en los charcos", recuerda.

Sobre esa base, "y con elementos intelectuales y reflexivos", Otero Yglesias generó los 51 cuadros que expone junto a la catedral. El bosque complementa su muestra del MIHL "No abandero la senda ni me opongo a la causa pero no dejaré nunca de insistir, no cesaré en el empreño hasta convertir el territorio en mi estatura".

La base de la muestra son sus visitas a la casa paterna de Piúgos, donde convivía con la naturaleza y los animales

Otero cree que en los bosques cabe todo. Si se observan las formas e inclinaciones de los troncos se leen alfabetos y símbolos que explican la humanidad a través de la filosofía, el arte y la historia.

La pieza más reveladora del significado de la muestra es un políptico que quedó discretamente colgado en el segundo plano de la galería. Se llama El bosque animado. Consiste en «quince episodios» que explican la evolución histórica con una estética de pizarra escolar al consistir en fondos negros pintados en blanco. La serie está compuesta por árboles personificados y objetualizados. Comienza con la crucifixión de Cristo y la entrada de Mahoma en La Meca, y acaba con dos desplomes: el comunista del muro de Berlín y el capitalista de las Torres Gemelas.

Antes de la filosofía cristiana estuvo la griega. El pintor reunió en la serie El bosque filosófico cuatro telas con símbolos de sendas escuelas clásicas: megárica -lunas que sonríen-, cínica -letras-, pitagórica -números­- y estoica -fuego-.

Pese a que intelectualiza el bosque, Otero Yglesias no se olvida de que está habitado por pájaros habladores que escriben con letras mayúsculas. Los troncos de los árboles, erguidos y caídos, conforman onomatopeyas que, a veces, se elevan a la categoría de palabras en Cantos del bosque. También se oye en los cuadros «a las bacantes adoradoras de Dionisos, que van cantando "¡evoé!, ¡evoé!"". "Es una serie nueva en la que reviso las vanguardias históricas, como el impresionismo, y especialmente el puntillismo; con referencias a Manet y uso de elementos como la caligrafía oriental".

En 'El Bosque', el artista revisa las vanguardias históricas, "con referencias a Manet y el uso de la caligrafía oriental"

Todas las posibilidades están abiertas en esa serie porque nunca se sabe lo que puede estar escondido en el corazón de un bosque. No falta el amor -representado por unas iniciales y un corazón trazados a navaja en la corteza de los troncos- ni que haya "un aeropuerto de coníferas" -con árboles en vuelo bajo que buscan su entrada a una pista de aterrizaje que se abre estrechamente entre otros árboles.

En ese bosque de Otero Yglesias, los troncos son humanos. "Representan hombres erguidos, rectos, con las manos pegadas al cuerpo". Esas personas también se divierten en La verbena del yo.

Se trata de una serie de piezas en las que el bosque se engalana para celebrar. Es una fiesta en la que hay elementos surrealistas porque tanto aparece un ovni -"una nave nodriza, con forma de puro; que no es rígida"- como un grupo de cocodrilos dándose un baño nocturno y reconocibles por la luz que se refleja en sus ojos.

Todo es posible en el interior denso del bosque que ocupa La Catedral I, por lo que hay "un concierto de Pink Floyd en un pueblo llamado de nombre imaginario, que se llama Floido". "Es como la Panorama, que actúa en cualquier sitio", comenta Otero Yglesias, sobre los generales de las maniobras orquestales en la oscuridad.

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