"Mis familiares no escapan de Ucrania porque son mayores o deben luchar"

El violista ucraniano Maxim Rysanov y su amigo, el violinista ruso Alexander Sitkovetsky, dieron un concierto en el Círculo de las Artes de Lugo, en el ciclo que organiza la Sociedad Filarmónica.
Alexander Sitkovetsky y Maxim Rysanov, en un instante de su concierto en Lugo /VICTORIA RODRÍGUEZ
photo_camera Alexander Sitkovetsky y Maxim Rysanov, en un instante de su concierto en Lugo. VICTORIA RODRÍGUEZ

El violinista Alexander Sitkovetsky tiene dos hijos y, a veces, los lleva al McDonalds de Londres, donde vive desde los 6 años. Recuerda la ligera frustración de no haber podido comer una hamburguesa en su ciudad natal, Moscú. Abrió en mayo de 1990. "Eran los tiempos de la Perestroika de Gorbachov, y había comida y las cosas iban bien. Las colas eran de dos horas y desistimos", comenta mirando atentamente con unos ojos azules que destacan de su ropa negra y un pelo claro racionalmente despeinado. Está en la parte trasera del escenario del Círculo de las Artes lucense, donde espera la llegada de violista Maxim Rysanov.


Cuando aparece, sueltan unas frases indescifrables en ruso, el idioma en el que se comunican desde que se hicieron amigos en la capital del Reino Unido en 1996. Maxim es moreno y bromea hasta que acepta hablar sobre la guerra entre su país, Ucrania, y el de Alexander. Ambos están de acuerdo en apartar a Putin lejos de toda lógica y humanidad, pero Maxim tiene "treinta familiares en su país".


"Vivían en Kramatorsk y en Jarkov, en el este ucraniano, cerca de Donetsk; pero ya en el 2014 escaparon a Uzhgorod porque empezó la guerra" por la independencia de la zona. Otra parte de los Rysanov pudo huir de Irpin, a poca distancia de Kiev, cuando los tanques rusos empezaron a acosar la ciudad. Uzhgorod está en el este, en los Cárpatos. Sus calles acaban en Vysné, una localidad de la frontera con Eslovaquia. No lejos, a media hora en coche se entra en Hungría. Su mujer es húngara, chelista.

No se pueden ir de Ucrania porque algunos son muy mayores y necesitan atención médica.  Los más jóvenes tampoco pueden marcharse «porque tienen que combatir»


"Mi madre vive en un piso de 20 metros con otras tres personas y el resto de la familia, en otro de 50 metros", comenta Maxim con una nube de preocupación en los ojos. "Están bien. No les falta la comida, pero no se pueden ir porque algunos son muy mayores y necesitan atención médica. Mi tía sufrió un derrame cerebral, tiene 86 años y está muy débil". Los más jóvenes tampoco pueden marcharse "porque tienen que combatir". Su hermano es informático y desempeña su papel en la retaguardia en Dnipró, en Donbas, una localidad bombardeada varias veces.


Alexander Sitkovetsky tiene una opinión más vehemente sobre la invasión de Ucrania, tal vez porque es ruso y le hierve el alma. "No puedo entender a Putin. Yo tengo hijos. No puedo entender a los políticos que tienen niños y dan orden de que se ataque a otros. No me entra en la cabeza que se ataquen casas, hospitales y teatros", alega.


Maxim estudió en Moscú, que mantiene su estatus de polo de prestigio musical para todos los países que pertenecieron a la Unión Soviética. Tras ganar varios galardones logró el premio para ir a estudiar a la escuela Guildhall de Londres. Allí conoció a su mujer, con la que tiene un hijo que aún es pequeño. "A causa de la pandemia nos mudamos a Budapest".

La precocidad de este violinista hizo que Yehudi Menuhin fuese a su casa para escucharlo tocar

Alexander está acostumbrado a la itinerancia. Procede de una familia judía de Moscú que, a su vez, es una estirpe que lleva varias generaciones actuando por toda Europa. Su tía abuela es Bella Davidovich, que viajó de su natal Bakú (Azerbaiyán) a Moscú para estudiar piano. Se casó con el violinista Julian Sitkovetsky y tuvieron al también violinista Dmitry Sitkovetsky.


Lo singular en la casa de Alexander era no tocar, no ser un prodigio en algún instrumento. La precocidad de este violinista hizo que Yehudi Menuhin fuese a su casa para escucharlo tocar. Quedó tan fascinado que invitó al niño de ocho años que no había podido probar una hamburguesa, a su madre y a su profesora a que se trasladasen a Londres para que el pequeño se matriculase en su escuela.