Los gamos de Garoña

"Allí no es extraño ver buitres. Cuando han comido, les cuesta despegar y descansan en los quitamiedos"

A LOS gamos de la central los han capado. Les parecían demasiados a los jefes y no era tiempo de gastos. Julio cree que se lo debieron pensar. Después de eso no les cambiaban las cuernas y se volvían débiles. Pronto los jóvenes se hicieron con la manada y llegó el desgobierno. Ahora no saben qué hacer con ellos y a Julio le da miedo pensarlo, pero ve que estos años de remedios bárbaros le están dando la vuelta a todo, hasta al bosque de Garoña. Esta mañana hemos subido al cerro de la Picota. Desde aquí se ven las líneas de tren que cruzan Miranda y la silueta de San Felices, La Muela, La Mujer Muerta, los Obarenes... Julio conoce los montes desde niño, aunque ahora debe verlos a través de esas gafas de sol, hasta que la retina vuelva a su sitio. Él volverá entonces a soldar y a hacer la ruta a la central por el pantano. Me cuenta que allí no es extraño ver buitres y que, cuando han comido, les cuesta despegar y descansan sobre los quitamiedos. Yo le digo que no he visto un buitre en mi vida. Se sonríe pensando seguramente en mi ciudad de gaviotas y pájaros pequeños y me habla del oso de Sobrón.

Por la carretera a Garoña, había un parque donde criaron un oso enjaulado para que los turistas parasen a hacerse fotos. Una línea en el suelo marcaba el límite, pero el propietario se confió y le abrió el vientre de un zarpazo. Ahora el parque está abandonado. Con el reactor Ebro arriba, las aguas cogen temperatura, y se habla de que hay planes para un balneario. A Julio le gustan las historias de Miranda, y he encontrado pocos como él. Allí hay más como mi Lama que me suele decir que lo mejor de Miranda es lo cerca que está de otros sitios o como esos que terminan sus frases con coletillas del tipo 'cosas de Miranda'. Pero Julio no dice nada de eso. A él le gusta y se nota cuando habla, aunque el invierno le haya enfriado el ánimo porque los últimos meses han venido difíciles con la separación, lo de la vista y el chaval pequeño, que no cambia.

Desde la Picota se ve el Oroncillo. Antes se pescaban cangrejos, que luego se cocinaban con tomate y una pizca de picante. Yo le digo que he visto muchos cangrejos, pero ninguno de río. Ahora se encuentran sólo americanos, pero esos no saben a nada —me explica— porque comen de todo, hasta les han visto entrar en viñas a picar uvas. Luego me enseña Pancorbo, con sus cuevas y sus vías en el desfiladero, donde los de la escuela de montaña aprenden a hacer techos. Va para cinco años desde que le conozco, y esta mañana pienso que su ánimo está escalando también una de esas paredes afiladas, cogiendo altura, y que, cuando vuelva por San Juan, empatará de nuevo una historia con otra, sin silencios, y me explicará eso del bombo que sacan del Ebro para arrancar las fiestas y Miranda se vuelve una blusa manchada de 'zurra'.

Comentarios