Lee en exclusiva el epílogo de 'Un hombre que se parecía a Cunqueiro', de José Besteiro

Portada del libro Un hombre que se parecía a Cunqueiro, de José Besteiro
photo_camera Portada del libro 'Un hombre que se parecía a Cunqueiro'

EPÍLOGO

UN HOMBRE QUE SE PARECÍA A CUNQUEIRO

"Reconozco que soy un tipo con suerte. En privado me gusta decir que he nacido con una flor en el culo porque en su día oí que alguien decía lo mismo de Miguel Muñoz, el mítico entrenador del Real Madrid. Y observo que ahora también lo cantan Andrés Calamaro y C.Tangana. 

En las navidades de 2020 estaba previsto que el pasado veintiocho de febrero saliese a la venta este libro. Lamentablemente, unos días antes, volvieron a decretar un nuevo confinamiento y debido a ello hablé con mi editor Eduardo Riestra para proponerle retrasar su salida hasta el mes de abril. De esto modo habría tiempo para ver si mejoraban las cosas y tratar de hacer una presentación con público, y no a través de videoconferencia. Le pareció buena idea.

El caso es que el día veintiocho de febrero de 2021 estaba yo revisando en Facebook una nota que había escrito sobre un precioso disco/libro que Teo Cardalda le ha dedicado a Valle-Inclán, y de repente me encontré con un enlace de El Progreso de Lugo en el que venía un artículo de mi amigo José de Cora sobre Dom Mauro, el antiguo abad mitrado del monasterio de Samos. El nombre ya lo di antes y es inconfundible: Dom, con eme y no con ene. Lo recordaba bien porque lo mencionaba yo como el supuesto cómplice de Cunqueiro para hacer estraperlo de aceite en los duros tiempos de la posguerra. Esa fechoría era la historia que yo había oído en mi casa de niño y la que supuestamente había llevado al escritor a prisión. La verdad es que la estancia de Cunqueiro en la cárcel era un tema tabú y que, cuando yo trataba de indagar algo más sobre este asunto, nadie me contaba nada. Seguramente por eso siempre me quedó la mosca detrás de la oreja. El caso es que yo podía contar mis recuerdos de niño, pero no tenía ninguna prueba fehaciente para demostrar la estancia de Cunqueiro en la cárcel, salvo el libro de entrevistas con Manuel María que me dio a conocer mi amigo Jaureguizar y donde el poeta aseguraba que él y otros amigos iban a verlo a la cárcel. Pero era solo una conversación y no aportaba ninguna prueba. 

Quizá por eso, al acabar de leer el artículo, se me ocurrió llamar a José de Cora, otro gran cunqueirano, para preguntarle si sabía algo de la relación entre el escritor y Dom Mauro. Lamentablemente no me podía ayudar. 

—Pero quien a lo mejor sabe algo es tu amigo Juan Soto —me dijo—. Sé que guarda muchas cosas de Cunqueiro.

Y llamé inmediatamente a Juan Soto, claro.

Juan fue el articulista estrella de mi adolescencia lucense y uno de los periodistas más brillantes de su generación. Siempre fue rico de familia y por eso nunca necesitó irse a triunfar a Madrid. Su sección Praza do Campo era la más leída y brillante de todo el periódico. Una especie de Umbral gallego. Juan fue una de las personas que más me enseñaron cuando hice mis primeros pinitos como periodista, pero se retiró hace tiempo y llevábamos varios años sin vernos. Después de los saludos de rigor, le conté que estaba escribiendo un libro sobre Cunqueiro.

—Me ha dicho Pepe Cora que tienes algo que me puede interesar.

—Déjame que vaya a mi piso de soltero. Aquello es una guarida, pero a lo mejor encuentro algo. 

Y fue a su guarida al día siguiente. Y me llamó. Y me dijo que tenía una carta que Cunqueiro le había enviado a su amigo Trapero Pardo desde la prisión provincial de Lugo. Le pedí que me mandase un foto por whatsapp. No me lo podía creer:

Cunqueiro le rogaba a su antiguo tutor que pusiese en contacto a su hermana Carmen con un amigo que les informaría sobre si se habían recibido en el Juzgado los poderes para su abogado y si había surgido alguna dificultad. También le rogaba el escritor a Trapero, el hombre que le enseñó francés, que en cuanto tuviese noticias acudiese a verlo. 

—¿Puedes venir a comunicármelo a la Prisión Provincial?

El escritor, sin noticias, aseguraba estar desesperado, pero sabía que todo iba a ir bien. 

Como se pueden imaginar, mi corazón se aceleró y sufrí una descarga en el cerebro. Cunqueiro, el genio de la familia, mi escritor más querido y admirado, había estado en la cárcel y yo tenía la prueba en la pantalla de mi teléfono. No era un rumor ni un cotilleo de sobremesa ni un recuerdo fruto de mi memoria deformante y deformada. Era un hecho probado. Según la leyenda familiar. Cunqueiro no perdió la libertad por ser homosexual, como Oscar Wilde, ni por robar a nadie, como su amado Francois Villon, sino por algo mucho más prosaico: estraperlo de aceite con Dom Mauro, el abad mitrado de Samos. Como ya dijimos, podía haber sido encarcelado por estafar al embajador francés o por intermediar con malas artes en el negocio del papel o por plagiar a su admirado Otero Pedrayo, pero fue encarcelado, como Al Capone, por un asunto en apariencia menor. Samos era en efecto un centro de estraperlo, pero según Juan Soto, se traficaba más bien con harina de trigo que con aceite. Yo creo que la proximidad de Quiroga, tierra rica en olivos, sugiere que el oro líquido podría figurar igualmente en el listado de productos negociados. Juan insiste también en que el verdadero amigo del abad mitrado era Jesús Suevos, el jefe de Álvaro Cunqueiro en los tiempos de Vigo. Es posible. Lo que parece fuera de toda duda es que Álvaro y Dom Mauro se trataban, bien a través de Doña Rogelia, como ya contamos antes, bien a través de Jesús Suevos. 

Las incidencias delictuosas de Cunqueiro también llevaron a Juan Soto a abusar de su amistad con Jesús Álvarez, fiscal general de la Audiencia de Lugo, y después de poner patas arriba todo el archivo, incluidas todas las órdenes de ingreso en prisión de la época, nada se supo. Tengo para mí que la mano del juez Mon, amigo y vecino del escritor, fue definitiva tanto para sacar a Cunqueiro de prisión como para borrar los rastros de su paso por ella. 

Tras tener la confirmación de que Cunqueiro había estado en la cárcel, me puse en contacto con su hijo César, pues mi intención era ofrecer esta información del modo más contrastado posible y le pedí también que leyese el libro y que me escribiese por si había algo que no se ajustase a la realidad, pero por las razones que fuesen no deseó colaborar conmigo. Pese a que en su día declaró que no debía haber ningún tema tabú en torno a la vida de su padre, o bien no podía ayudarme por carecer de la información adecuada ( a veces los hijos son los que menos saben de las vidas de sus padres), o bien no le apetecía recordar uno de los episodios más duros de la vida de su progenitor. Lo respeto y lo entiendo. En todo caso, parece claro que algún desliz de Álvaro, fuese el estraperlo u otro, fue aprovechado por algunos de sus enemigos más íntimos para pasarle factura, pues está claro que el estraperlo era una práctica consentida por la dictadura si tenías buenos padrinos. Pero los prebostes desconfiaban de aquel falangista de pasado galleguista y les molestaban profundamente los comentarios críticos que a mediados de los cuarenta el escritor hacía en público sobre el régimen de Franco. Ya ofrecimos en el libro una carta dirigida a Fernández del Riego donde Cunqueiro muestra su decepción por todo lo que estaba ocurriendo una vez acabada la guerra incivil. Menudos cristianos, dice en algún momento el escritor para calificar la venganza que los franquistas ejercían con los perdedores de la contienda.
Durante años, los que tratan de convertir a Cunqueiro en un santo, han silenciado esta información sobre la cárcel. Muchos de los adalides del galleguismo mal entendido olvidan que además de un mito,Cunqueiro también fue un ser humano, fieramente humano. Porque era un padrazo sencillamente quería que sus hijos comiesen caliente y fuesen a buenos colegios y por eso tuvo que buscarse la vida como pudo. La posguerra era así de jodida. Porca miseria. No importa que su ingreso en prisión fuese debido al estraperlo o a otro asunto, el caso es que estuvo encarcelado y la carta que me facilitó Juan Soto, es la prueba de ello. La vida es pura serendipia. Lo digo porque a punto de entrar este libro en imprenta, el mismo Juan Soto me pone sobre la pista de otra carta manuscrita de Cunqueiro, escrita desde la cárcel de Figueirido, en Pontevedra, y fechada el 22 de octubre de 1947. La dirige al director de la prisión para solicitar permiso con el fin de cursar dos telegramas a su familia , en petición de que depositen la fianza que le permita acceder al grado de libertad provisional. El escritor estaba interno en la quinta galería, primera planta, celda 30. En el anverso de la misma aparece una comunicación del oficial al jefe de servicio informando de la referida petición. Parece ser que la carta fue vendida hace ocho años. O sea que Cunqueiro no solamente estuvo preso en Lugo, sino también en Pontevedra. Como decía el tango, a veces vas para un lado, y a veces vas para el otro,. Y es que, como escribió nuestro héroe, y nosotros repetimos, los seres humanos no dejamos de ser una flor que crece al borde del camino y que puede acabar sepultada bajo las ruedas de un coche o coronando el ramo de flores de una princesa. Gracias a dos de mis primeros maestros conseguí otro documento inesperado, justo el que me faltaba para ponerle el ramo al libro. Definitivamente, tengo una flor en el culo".

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