"En O Corgo soy una viejuca, con una azada; madre mía de mi alma"

Benedicta Sánchez deslumbró en Cannes con su baile y su simpatía. Amador Arias acompañó a Oliver Laxe a presentar 'O que arde'

Benedicta Sánchez se marca un baile ante el fonsagradino Amador Arias, en Cannes. EFE
photo_camera Benedicta Sánchez se marca un baile ante el fonsagradino Amador Arias, en Cannes. EFE

Benedicta Sánchez, de O Corgo, tiene 83 años y un salero a prueba de alfombras rojas. Hasta que rodó O que arde en Os Ancares nunca había actuado ante una cámara y nunca había hecho cine. Nadie lo diría al verla este martes al posar ante decenas de fotógrafos en el Festival de Cannes.

Su vida cambió hace unos meses cuando se cruzó en el camino de Oliver Laxe, que este martes asistía risueño al nacimiento de una estrella fulgurante que no se dejó amedrentar por los flashes en Cannes, donde la película se convirtió en la primera que se proyectó en lengua gallega en la historia del certamen.

Con su media melena gris, un juvenil vestido largo y su blazer claro, Benedicta conquistó con su desparpajo -se marcó hasta pasos de una muiñeira - y derrochó simpatía hasta lograr eclipsar al mismísimo Oliver Laxe.

Allí, en Cannes, meca del cine desde 1946 cuando se creó un festival por el que desfilan cada año las actrices y actores más rutilantes del firmamento cinematográfico, Benedicta se convirtió por un día en una estrella sin perder su autenticidad ni de vista su casa.

"¡Cuando me vean en O Corgo en televisión!, madre mía de mi alma", espetó al periodista Carlos del Amor de TVE durante la entrevista para el Telediario.

"Allí soy una viejuca, con una azada, cavando, cortando zarzas, pues eso", resumió esta octogenaria vitalista ante la atención mediática de la que era objeto.

Benedicta Sánchez no era la única lucense en Cannes. A su vera, otro actor amateur, el fonsagradino Amador Arias, que como confesó a El Progreso horas antes de la presentación "a experiencia de rodar por primeira vez foi fenomenal". "Oliver fai que dependas de ti mesmo, non te martiriza, é cariñoso, sabe explicar e non levanta a voz a ninguén".

El director gallego sí se mueve como en casa en el Festival de Cannes, al que regresa este año por tercera vez con O que arde, una película que homenajea a sus antepasados y cumple su premisa de que "hacer cine es imaginar el mundo en el que quieres vivir".

Para rodar O que arde recurrió a dos intérpretes no profesionales: "No eran actores, pero lo son. Si la película está aquí es gracias a ellos. Aparentemente no sucede nada, pero llenan la imagen, tienen aura, tienen algo que hace que les cojas cariño", sostiene el cineasta.

Y, como en sus anteriores películas, la naturaleza ocupa en este último filme un lugar destacado, que evidencia la pequeñez del hombre frente a ella, aunque la vida en la ciudad le haya hecho perder esa perspectiva a la mayoría.

"Me parece que tenemos una vida de zombis, totalmente enajenada. Hacer cine es imaginar el mundo en el que quieres vivir y rodar allí donde quieres vivir. Y mi camino es cada vez perderme más en ese valle", añade Laxe, seguro de que en un futuro se instalará en la zona.

Su largometraje sigue a Amador (Amador Arias), un pirómano que vuelve a casa tras haber cumplido dos tercios de su condena. Su madre (Benedicta Sánchez) y sus tres vacas le esperan en el pueblo, donde la rutina se instala hasta que un nuevo incendio hace explotar la calma.

"El fuego es un espejo al que cada personaje se mira y donde cada espectador se va a mirar. Tiene algo paradójico: es bello y es cruel. Al mismo tiempo, es innegable que hipnotiza, embriaga, es de una belleza extrema. Y es innegable su poder destructivo", explica el director.

Laxe, gallego aunque nacido en París en 1982, rodó en la aldea donde nació su madre y él pasaba los veranos de niño: Os Ancares, un lugar de cuatro casas en el que retrata con su cámara "esos gestos milenarios, esos hábitos, esa órbita de lo rural" en la que se crió.

Lo hace en gallego, porque si comenzara a plantearse si por razones comerciales debería haberla rodado en español, añade, "no estaría en Cannes": "La gente no entiende que ser pragmático es realmente no serlo. Yo sospecho del camino fácil como del demonio".

Su apuesta por un cine personal hasta ahora no le ha fallado. Todos vós sodes capitáns y Mimosas, sus dos primeras obras, ganaron respectivamente el premio de la crítica internacional y el gran premio en la Quincena de Realizadores y la Semana de la Crítica, secciones paralelas del festival.

O que arde se estrenó este martes en Un Certain Regard, la segunda en importancia en un certamen "en el que hay sitio para lo milagroso, donde David a veces se ríe de Goliat". Porque aunque Laxe no cree estar fuera del sistema, es consciente de que su cine se aleja de los cánones de lo comercial.

"En España el cine está muy polarizado. No me gusta esta dialéctica entre cine comercial y de autor. Hay cine comercial, poco, que tiene mucha luz, y de la misma manera hay un cine de autor hecho con poco amor y de una forma muy oportunista. A mí me gusta un cine con alma, y en España lo tienes que hacer en los márgenes". Estar en Cannes, dice satisfecho, demuestra "que se puede hacer un cine esencial con perspectiva de mercado, con las herramientas de la industria".

Su próximo proyecto, una road movie psicodélica entre Europa y Mauritania, se desvía temporalmente de ese objetivo. Y su futuro más inmediato le lleva el viernes a la gala de clausura de Un Certain Regard.

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