Ejercicios espirituales, camisetas negras y medias de baloncesto en Viveiro

Miles de jóvenes aficionados a la música metal ocupaban este jueves todos los espacios vitales de Viveiro en el segundo día del Resurrection Fest, en una edición alabada por su organización y su programación
Greg Graffin, cantante de Bad Religion, ayer en Viveiro. severo paleo
photo_camera Greg Graffin, cantante de Bad Religion, ayer en Viveiro. severo paleo

Dolores Alvariño usa el lavadero de Xunqueira para enjabonar y aclarar la ropa de su familia. "Cando hai pouca non me paga a pena poñer a lavadora". Mientras embadurna con la pastilla de Lagarto una chaqueta roja de cremallera con dos bolsillos pequeños informa de que tiene ocho nietos. "Dous están casados e os outros viven cos seus pais", apunta mientras remoja la chaqueta para aclararla. La ropa parece de un marinero.

La mujer tiene la expresión franca y abierta de alguien que ya tiene cicatrizados los miedos. "Eu non sei se os meus netos van ao Resurrection ou non porque non lles sei a vida", explica. Tampoco le preocupa. Le pasa lo mismo con los chavales de las camisetas negras que acampan a unos cientos de metros. "Como o río é aberto non hai problema ningún. Eles lavan as melenas e o corpo, e non amolan a ninguén".

Su casa está cerca del convento de Miraflores, en el que una docena de monjas observan una vida de retiro. "Aquí non sentimos cando tocan, tampouco creo que as monxas sintan a música", disculpa Dolores.

Una niebla baja se ha agarrado a Xunqueira. No moja, pero humedece la cara sin llegar a ser desagradable.

Dolores Alvariño, vecina de Xunqueira: "Como o río é aberto non hai problema cos rapaces do Resurrection. Eles lavan as melenas e máis o corpo e non amolan a ninguén"

Son las doce y media de la mañana. Estamos en hora de que las dominicas, que visten de blanco hueso, atiendan a través del torno. La entrada al monasterio está abierta, pero este jueves había un cartel de color ocre que advertía de un horario especial: de 9.30 a 11.00 horas. Como siempre hay alguien poco respetuoso tienen la paciencia de atender a través de un telefonillo que carraspea con tono metálico. "Disculpe, no podemos atenderlo. Estamos de ejercicios espirituales", justifica una voz amable al otro lado del cuadro de botones que tiene la consideración de no enviar al intruso molesto a la eternidad del infierno.

Quien atiende sin problema es Juan Antonio, un madrileño de 52 años que conduce la furgoneta de la empresa Biefec, que se dedica a hacer efectos especiales. Avanza entre los pasillos del Gadis. Va concentrado en no olvidarse nada de la lista de la compra. Su ropa es negra, claro; desde el chaleco de explorador hasta el calzado deportivo haciendo una parada en la camiseta y otra en el pantalón. Su trabajo consiste en soltar llamaradas y otros fuegos espectaculares. Es la primera vez que trabaja en el Resurrection. "Está muy bien organizado y hay muchos metros para que los espectadores puedan apreciar los efectos", opina, respaldado por la autoridad de quien lleva 32 años dedicándose profesionalmente a festivales. "Sí, desde los veinte", confirma.

Después de pagar en caja, sube a la furgoneta para atravesar el corazón de Viveiro, por donde docenas de muchachos con camisetas negras caminan en orden y paz hacia el recinto del Resurrection Fest, en Celeiro. De repente, un hombre alto y anchamente fuerte sale de un portal cercano a la puerta de Carlos V. Viste una camiseta de la banda Napalm Death (Muerte de Napalm) y un vaquero corto del que cuelga una cadena, que no debe de ser del reloj porque lleva uno digital en la muñeca.

Arcadio, aficionado al metal: "Hay noches en la que mi padre se queja de que el sonido a las dos de la mañana es aterrador, pero depende de la dirección del viento"

Mira hacia un lado de la calle y hacia el opuesto. Está de vacaciones, pero hace el movimiento de modo instintivo. Es su trabajo. "Trabajo en seguridad", confiesa un tanto tenso. ¿En qué tipo de seguridad? "Digamos que acompaño a un ricachón en una gran ciudad". Cuando lo protege no puede vestirse como quiere. "Si vamos al despacho, de traje; si vamos a la finca, puedo ir normal".

Si le hablas de música, se relaja y sonríe. Es otra persona. Le gusta el certamen "por el cartel y porque está bien organizado". Le gusta tanto que no se ha perdido una edición desde la segunda, en 2009. "¡Tocaban Napalm Death!", recuerda con felicidad. Después vuelve a un silencio tan solemne como el que guardaba este jueves el órgano de la iglesia de Valdeflores. No puede decir su nombre -"es por seguridad"-, pero acepta que se le bautice como Arcadio. Antes de irse reconoce que su padre carece en casa del sosiego dominico. "Hay noches en las que mi padre se queja de que el sonido a las dos de la mañana es atronador, pero depende del viento", reconoce.

Si a Juan Antonio y a Arcadio les preocupa la seguridad, a David empezó a preocuparle hace unos días. Solamente tiene 16 años y vive en León. Es delgado y sus facciones son elegantes. Lleva una melena corta recogida en coleta y el pelo corto alrededor de las sienes. Sus padres, Alfredo y Susana, lo dejaron por la mañana en el cámping de Covas y se fueron a Ferrol con la intención de pasar de vuelta por Viveiro el domingo para recogerlo y volver a León.

Alfredo, padre de un asistente: "Mi hijo es muy confiado. Un supuesto amigo lo engañó a él y a otros tres vendiéndoles la misma entrada"

Alfredo y Susana estaban llegando a Ferrol cuando un amigo de David les telefoneó. La madre dice que "él estaba tan avergonzado que no se atrevía a llamarnos". Era una de las cuatro personas a las que "un conocido" había vendido la misma entrada que una tía suya había comprado, pero no podía disfrutar. David mira a la hierba marrón que tiene bajo sus pies mientras sostiene un nuevo pase. Su padre lo enfoca desde un punto de vista educativo. "Es una lección que ha aprendido. Es muy confiado. El supuesto amigo lo engañó a él y a otros tres. Siempre le advierto de que no te puedes fiar de nadie hasta que te demuestre que puedes fiarte", admoniza.

David se estrena este año como público del Resurrection. Es probable que a lo largo de la tarde fuese remontando su tristeza por la ilusión de la novedad. Para Ricardo, Rafael, Renato y Ana no es la primera vez. Es la segunda.

Son tres portugueses de Aveiro a los que unos amigos recomendaron el festival en 2009. Ana, que es abogada, apunta que les gustó mucho. Recita los nombres de algunas de las 25 bandas de esa edición sin hacer pausas, con la emoción de un buen recuerdo. Inesperadamente, no menciona a Napalm Death.

Su opinión sobre este año es distinta. Apunta que "no 2009 era máis familiar; agora é supermasivo, hai demasiada xente".

El cuarteto toma refrescos en una cafetería. Las mesas están ocupadas por chicos con camisetas y barbas negras, y por chicas que visten pantalones cortos y medias blancas con tres rayas horizontales y azules como las que llevaban los baloncestistas de los 70. En la pantalla del televisor hay ‘Hombres y mujeres y viceversa’ a los que parece que les sobra la ropa y hasta el amor por la armonía.

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