Dejar la vida a ritmo de funk

'Fin de vida' fue el concierto de despedida de Carlos Barruso, un músico al que le diagnosticaron cáncer terminal en diciembre

Carlos Barruso, en el concierto de A Estrada. LUIS POLO
photo_camera Carlos Barruso, en el concierto de A Estrada. LUIS POLO

El auditorio de A Estrada abrió esta semana sus puertas con The Chicken de Jaco Pastorius. Una big band hizo sonar esta melodía funk para dar inicio al concierto de Fin de vida del músico Carlos Barruso. El título no contiene nada de metafórico. El 27 de diciembre le diagnosticaron un cáncer terminal. Desde ese día está empeñado en "marcharse con alegría".

Barruso llegó a Galicia desde Peñafiel por los aviones. O por los no aviones, más bien. Con 18 años tenía ofertas para trabajar en orquestas de Canarias, Mallorca y Galicia. Las enrevesadas carreteras gallegas eran más asequibles que un vuelo, así que se asentó en A Estrada. "Y de aquí no me voy ya, eso está claro", ironiza.

En la vida hay muchas cosas planeadas. Morirse no es una. Pero que Barruso se enfrente a la muerte con positivismo y naturalidad no es una novedad, pues así lo hizo siempre. Dice que "los problemas de la vida hay que tomarlos con alegría", por eso él, en lo primero que pensó, fue en organizar un concierto.

En sus palabras no hay rastro de tristeza o desconcierto. Tiene la vida organizada. "Ahora quiero tocar, porque pronto perderé la sensibilidad en la boca y los dedos y no podré hacerlo". En los 40 años que lleva en Galicia no paró de viajar con las orquestas, así que cuando sus manos no puedan crear melodías, irá "a todos los conciertos a los que no tuve tiempo de ir".

Sus planes no se acaban ahí. Aun cuando su cuerpo no le permita salir de casa, seguirá llevando su "terapia" -la música- "hasta el último día". Con la smart tv en la habitación se acostará a escuchar y ver conciertos.

Las películas crearon el mito de que cuando una persona sabe que va a morir quiere hacer puenting, darle la vuelta al mundo y comer todos los percebes que no ha comido. "Ahora me llaman la atención las cosas normales, preparar parrilladas en mi casa para los seres queridos y extender la sobremesa junto a ellos", dice.

Uno de los comensales en estas parrilladas es su padre, que fue director de orquesta. Cuando Barruso tenía 5 años, él le puso una bandurria en las manos. "Tenía los dedos blanditos y, al apretar las dos cuerdas, no sonaba, entonces él me los apretaba y me quedaban las cuerdas marcadas en las manos", recuerda.

En el público de Fin de vida estaba su padre, sus sobrinos y sus exalumnos de la escuela de música. Estaban también los que lo conocieron en Barrumat, el proyecto de terapia cerebral con música que dirigía. En medio del Concierto de Aranjuez se pusieron todos en pie porque es una de las melodías que usó con ellos.

Fuera del auditorio había tantas personas como para llenarlo tres veces más. Fue un concierto "único", que nunca se repetirá, que "llegó al cuerpo", pero no lacrimógeno. Una legión de trompetas, trombones y saxos ocupó el escenario. Barruso se despidió a su manera, con I Feel Good de James Brown.

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