Marta Sanz: "Creemos por error que las máquinas son independientes, pero detrás hay personas"

Con una prolífica carrera literaria, esta escritora se atreve ahora con las nuevas tecnologías en 'Persianas metálicas bajan de golpe', una novela distópica en la que habla de un futuro regido por lo virtual "que ya está aquí". La autora reflexionó sobre el tema de candente actualidad este miércoles en la Casa do Saber (20.00 horas) acompañada por María Valcárcel

Marta Sanz. EPJPG
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Soledad, incomunicación, humanos cada vez más mecanizados y máquinas cada vez más humanas. Marta Sanz (Madrid, 1964) presentó en Lugo una novela distópica situada en un futuro marcado por el imperio de la tecnología cibernética para dar un golpe de realidad a sus lectores.

Presenta una novela distópica de un mundo regido por lo virtual, las empresas de paquetería y los programas de corazón. A priori no parece un mundo tan ficticio...

(Risas). He usado los mimbres de la ciencia ficción para dibujar un panorama del presente en el que se exagera de manera satírica lo que considero que pueden llegar a ser nuestros males.

Gestó la obra en pleno confinamiento. ¿Fue la pandemia la que le dio el choque de realidad para dar luz a un libro como este?

Sí, la pandemia me abrió los ojos respecto a dos cuestiones. Por un lado, nuestra vulnerabilidad: nuestra conciencia de la muerte, de la enfermedad, de qué es lo que pasaría en una sociedad en la que se desmantelara lo público… Por otra parte, me abrió los ojos frente al lado menos ético de las nuevas tecnologías. Tienen un lado bueno relacionado con el progreso y la medicina, pero tienen otra parte intrusiva, adictiva y, además, disminuyen nuestra concentración. Estamos en una multitarea permanente y esta falta de concentración va en detrimento de la posibilidad de construir el pensamiento crítico tan necesario.

En el mundo de la obra, Land in Blue, los humanos son desmemoriados. ¿Es esta una analogía de la amnesia colectiva que vivimos?

Exactamente, y eso es lo que conecta con mi novela anterior, ‘Pequeñas mujeres rojas’. En ella expresaba la necesidad de recuperar la memoria democrática para saber quienes somos y de dónde venimos. En mi nueva obra hablo de la necesidad de recuperar otro tipo de memoria y eso es lo que da un poco de miedo. En la actualidad nuestra memoria es extracorpórea y se ha convertido en un artefacto tecnológico, por lo que nuestra capacidad para ser críticos frente a la realidad disminuye notablemente.

Las nuevas tecnologías crean espejismos, como el de que estamos más conectados que nunca, y es todo lo contrario, esa hipercomunicación

¿Reivindica la necesidad de rescatar los recuerdos que nos identifican como individuos libres y no atados a las nuevas tecnologías?

Las nuevas tecnologías crean espejismos, como el de que estamos más conectados que nunca, y es todo lo contrario, esa hipercomunicación termina encapsulándonos. Acabamos siendo seres solitarios y eso es lo más preocupante. Esto se proyecta en que cada vez hay más problemas de salud mental. De algún modo, se está desdibujando nuestra identidad, construyendo la fantasía publicitaria de que somos súper singulares.

Es una paradoja que refleja en su obra: los drones cada vez intentan ser más sentimentales y las mujeres más robóticas...

Esa era una de las ideas que siempre tuve claro que quería transmitir: mientras los drones van sofisticando su lenguaje para desarrollar un pensamiento complejo e incluso enamorarse de las mujeres que están vigilando, ellas, con un lenguaje cada vez más simple, van perdiendo su empatía y su recuerdo de los lazos que pueden unirles con otros humanos que las saquen de ese pozo.

Los padres de la Inteligencia Artificial ya han advertido del peligroso camino que está tomando. ¿Cuánto de lo que sale en su obra sospecha que podría ser posible?

Cuando escribí mi libro las IA todavía no habían sufrido esta eclosión y yo no estaba preocupada de que las máquinas lleguen en un futuro a emanciparse (risas). En aquel momento reflexioné sobre cómo el mal uso de las nuevas tecnologías nos estaba convirtiendo a los humanos en seres puerilizados, tristes y con más prisa. Mi foco estaba puesto en cómo nos estamos deshumanizando por el mal uso de lo virtual. Sigo pensando que el último eslabón de las nuevas tecnologías somos nosotros y que el camino que tomen es responsabilidad nuestra en exclusiva. No podemos ‘echarle el muerto’ a un ser no pensante que ha surgido de nuestros intereses económicos.

¿Por qué escogió drones y no otras máquinas más personales?

Precisamente porque una de las cosas que nos separa de las máquinas no es solo el cuerpo, también la carne. En mi elección hay además una crítica a la sociedad actual por la ausencia del cuerpo en las relaciones interpersonales y un excesivo culto al cuerpo que quiere obviar la idea de la muerte.

Explíquenos el título de su obra.

Representa una metáfora del sentimiento que tuvimos en la pandemia, cuando pensamos ‘el futuro ya está aquí’, que clausurábamos una época. Es un título musical y una especie de anticipación al estilo barroco de mi novela.

Uno de los mayores riesgos que corremos como usuarios de internet es pensar de forma errónea que el algoritmo, como una secuencia matemática, es neutral. ¡No es verdad!

¿Diría que es un libro exigente?

Sí, la literatura sirve para ampliar nuestra manera de relacionarnos con la realidad, y por eso pido lectores que estén dispuestos a no salir de los libros de la misma manera que entraron. En la novela llama a rebelarse contra el Dios del algoritmo... Uno de los mayores riesgos que corremos como usuarios de internet es pensar de forma errónea que el algoritmo, como una secuencia matemática, es neutral. ¡No es verdad! Detrás de las máquinas hay personas, no son independientes; de la misma manera que tampoco es cierta la creencia de que internet es gratis.

¿Estamos viviendo una pesadilla que acaba de empezar?

Soy de las que piensa que la esperanza no se construye con el pensamiento positivo, más bien al revés. Las distopías ponen el dedo en la llaga sobre los aspectos susceptibles de cambiar a mejor con la idea de anticiparse al mal para que no llegue a cuajar.

Cuando era niña me encantaba jugar con las palabras, sobre todo las que no sabía lo que significaban

¿Su pasión por la escritura de dónde le viene?

Siempre lo tuve claro. Cuando era niña me encantaba jugar con las palabras, sobre todo las que no sabía lo que significaban. Las combinaba y me sentía sobrecogida. Dicen que el Chat GPT llegará a crear un libro en 24 horas.

¿Qué le parece como escritora?

(Risas). Un día dialogué con este chat y le pregunté: ‘¿Para quién trabaja?’. No supo responder. Las IA pueden ser alimentadas por un material que previamente hemos elaborado los humanos y a partir de eso buscar combinaciones. Pero no pueden llegar a tener la originalidad, el sentido de la transgresión o la conmoción que producimos nosotros. Estamos sobrevalorando las posibilidades artísticas de la Inteligencia Artificial porque tenemos un concepto de la cultura cada vez más banal.

Usted es reticente a usar las redes, pero en el confinamiento se acercó a ellas con un diario de parodias en Instagram. ¿Qué le parecieron?

En el confinamiento las redes eran nuestra forma de trabajar y de comunicarnos y les vi la utilidad. Pronto encontré lo negativo: nos vuelven pueriles. ¡Nos estimulamos porque nos den un corazón! Además, los tramos para interactuar son tan cortos que la capacidad de reflexión se pierde. A mí me recuerdan a las tragaperras, nos atrapan para no pensar.

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